En mayo del año pasado decíamos en éste post: "En estos nueve años de kirchnerismo la política de administración del tipo de cambio (variable clave de cualquier modelo macroeconómico) a través de un sistema de flotación sucia, manejado con la acumulación de abundantes reservas en el Banco Central, coexistió con la firme decisión del poder político de no dejarse torcer el brazo por "los mercados", ni resignar el manejo de una herramienta tan crítica.
La corrida contra el peso inmediatamente después de las elecciones y las tensiones sobre el dólar en los mercados informales (en su mayoría ilegales, como el dólar blue) producidas desde entonces representan menos un problema económico que una pulseada política: se trata de doblegar la resistencia del gobierno para forzarlo a hacer un ajuste simultáneo con la aceleración del ritmo de devaluación del peso; lo que supone una brutal transferencia de ingresos a favor de los sectores más concentrados de la economía, en perjuicio de los de ingresos fijos.".
Alguno podrá decir (desde una perspectiva puramente teórica de la economía) que la restricción externa (los problemas que trae acarreados la escasez de divisas) es un rasgo estructural de la economía argentina (como la inflación o la fuga de capitales); como consecuencia de su modelo productivo, o en realidad de los diferentes modelos productivos ensayados en nuestra historia.
Primero una economía primaria agroexportadora proveedora de divisas aportadas por la comercialización de proeductos primarios, luego un proceso inconcluso de sustitución de importaciones que demandaba divisas (lejos de producirlas) para completarse.
Las dificultades que siempre trajo en nuestra historia la restricción interna se agravaron en las últimas décadas por un aumento en el grado de concentración y extranjerización de vastas ramas de la economía, que provocan salida de dólares por el lado de la remisión de utilidades de las multinacionales con sede en el país a sus casas matrices; y por lo incompleto del proceso de sustitución de imnportaciones, que provoca una alta dependencia de insumos importados necesarios para los distintos ciclos productivos de la industria (los casos de las automotrices y las empresas informáticas son hoy los más conocidos).
Todo eso es tan cierto, como que las características puntuales del modelo productivo argentino que lo hacen vulnerable a la restricción externa (un riesgo que hasta acá el kirchnerismo había podido conjurar) son fruto de circunstancias políticas más que económicas.
Una de ellas, el peso gravitante del sector agropecuario (el mayor proveedor de divisas genuinas vía exportaciones), que se mide no tanto en términos de su contribución efectiva al PBI, como de su capacidad de lobby para influir en las políticas públicas; menguada en los últimos años en lo que tiene que ver con las políticas nacionales, pero con el poder de bloquear por ejemplo reformas tributarias progresivas en las provincias; y en su vastísima influencia cultural para identificar sus intereses sectoriales, con la suerte del país en su conjunto: el amplio abanico de adhesiones sociales a la asonada de las patronales del campo contra las retenciones móviles fue la prueba de ello.
Apoyo que hoy que está menguado, lo que los movió a cambiar de estrategia, y a ejercer su influencia restringiendo las ventas de la producción exportable para forzar una devaluación, aprovechando que los instrumentos con los que el Estado cuenta para captar la renta agraria son precarios e insuficientes, porque no controla el comercio exterior: de hecho cuando lo hacía (a través del IAPI), forzaron un golpe de Estado para abortar ese proceso de transformaciones; y desmantelar sus instituciones.
Otro factor más político que económico, es la ya estructural carencia de una auténtica burguesía nacional, un empresariado que comprenda la necesidad estratégica de alinear sus objetivos de clase con los generales del país. Por eso no es de extrañarse que en la Argentina los industriales (o buena parte de ellos) hayan apoyado y apoyen políticas de apertura y liberalización comercial, o pidan devaluaciones que sólo favorecen a la fracción entre ellos que tiene la posibilidad de acceder a colocar sus productos en los mercados internacionales; perjudicando objetivamente a los que dependen de insumos importados para producir.
Si a esto le sumamos la dolarización mental del argentino medio, acostumbrado a ahorrar en verdes con la esperanza de ganarle a la inflación, tendremos una idea aproximada de cuanto importa la cuestión del dólar en nuestra vida cotidiana, más allá de las cuestiones estrictamente económicas, política exterior independiente con eje en la integración regional.
Bien se ha dicho que el kirchnerismo es ante todo un proyecto político, con objetivos a los que subordina las políticas y estrategias económica: recomponer el mercado interno y el tejido industrial, recuperar el empleo y sostener el consumo, ampliar la cobertura social, redistribuir el ingreso, fortalecer el espacio de autonomía nacional sobre las decisiones de política económica.
Durante todos estos años, la acumulación de reservas en el BCRA tenían justamente ese propósito: fortalecer las espaldas del gobierno para evitar sorpresas con el dólar que derivaran en terremotos políticos; aleccionado como estaba Néstor Kirchner por nuestra historia reciente.
Cuando Cristina ganó en el 2011 con una amplísima mayoría, se aceleró la fuga de capitales y se desataron de inmediato y en paralelo las corridas con el dólar en el mercado informal; y desde entonces así estamos: son el recordatorio del poder económico al político de que no todos los conflictos se pueden zanjar en una urna; y que lo que consideran una clara anomalía excepcional (que sea la política la que dicta las reglas a la economía, y no al revés) ya duró demasiado; y más temprano que pronto las cosas deben volver al cauce que ellos suponen normal: la política es un divertimento para pasar el rato, y la economía se gobierna sola, en sus propias manos; claro.
Del mismo modo que todas las restricciones oficiales para el acceso al dólar tuvieron un protagonismo importante en los meses previos a las elecciones (y es muy probable que haya influido en el voto de quienes optaron por alguna de las alternativas opositoras), después del 27 de octubre la tendencia se profundizó: desaparecieron virtualmente los presuntos ganadores (al menos en términos de capitalización del resultado), y la escena aparece ocupada por el gobierno, y los que Cristina llamó "titulares", en aquélla recordada metáfora.
Lo que hasta entonces parecía un escenario de certidumbre económica e incertidumbre política (con la cuestión de la sucesión en primer plano), hoy parece haber mutado en otro, en el que la discusión por la resolución de la transición política de cara al 2015 y la elección del sucesor de Cristina, parece tener mucho menos trascendencia que saber si los "mercados" le terminarán torciendo el brazo al kirchnerismo; para que haga el ajuste (que juzgan imprescindible); para dejarle la casa ordenada a quien lo suceda en la Rosada.
Clarín aparte (que siempre jugó en su propio juego, aunque circunstancialmente recogiera apoyos más o menos discretos en el empresariado) los poderes fácticos de la Argentina parecen haber abandonado la idea de construir una "esperanza blanca" (Sergio Massa parece hoy más fugaz en ese rol que todos los anteriores en ocuparlo) para desplazar al kirchnerismo; para apostar a la "esperanza verde": lograr forzar al gobierno a alinear progresivamente los valores del mercado oficial de cambios con los del ilegal; provocando el shock reestructurador que producen cada tantos años, para consolidar sus posiciones.
Si lo lograran y el gobierno cediera en toda la línea, descubriríamos como la incógnita por la sucesión de Cristina (sea del oficialismo, o de la oposición) devendría de repente irrelevante, porque fuere quien fuere, la cancha ya la tendría marcada de antemano.
De allí que la cuestión del dólar y el nivel de reservas del BCRA sean cruciales, más en terminos políticos que económicos; y por eso hay que leer desde esa óptica las decisiones que vaya tomando el gobierno (como por ejemplo cerrar el acuerdo con Repsol por la expropiación de YPF) en lo sucesivo, tanto como las que tomó desde el 2011, más allá del acierto que cada una tenga (por caso el blanqueo, las restricciones al giro de utilidades, los controles a las importaciones).
Cuando el kirchnerismo trate de procurarse la mayor cantidad posible de dólares, o defienda por todos los medios a su alcance los que ya tiene, estará persiguiendo un objetivo político aunque las acciones se desplieguen en el terreno económico: no perder el control de la agenda de un modo irreparable, con costos sociales y políticos previsibles.