Ni el más fanático de los votantes de "Cambiemos" sería capaz de mencionar dos o tres éxitos concretos conseguidos por el gobierno de Macri en su política exterior en casi 26 meses de gestión, por la simple y sencilla razón de que no los hay, incluso dentro de los propio objetivos que esta administración se trazó desde un comienzo.
Excluyendo -claro está- el "retorno al mundo" por el canal del acceso a los mercados de deuda, luego de zanjado el conflicto con los fondos buitres a través de una rendición incondicional a sus demandas, y sin el más mínimo atisbo de defensa del interés nacional. Con las facilidades otorgadas por el gobierno de Macri a los movimientos de capitales especulativos (casi 9 de cada 10 dólares ingresados al país como inversión son "de portafolio", en tendencia constante desde diciembre de 2015), bueno sería que no hubieran llegado, o que su gobierno hubiera tenido dificultades para conseguir financiamiento. Demás está decir que ese "éxito" es una enorme derrota para el país, porque crea un condicionante estructural (la creciente deuda) que el kirchnerismo había dejado en niveles controlables, y agudiza los desequilibrios inherentes al modelo económico, haciéndolo más vulnerable a los shocks externos.
Es tal el grado de improvisación y chapucería de la lectura macrista del "mundo" (que de eso se trata el post) que ni siquiera parecen dar muestras de revisar su estrategia cuando -por ejemplo- la Reserva Federal de EEUU viene subiendo lenta pero persistentemente sus tasas de referencias; encareciendo el endeudamiento futuro y dificultando la renegociación (roll over) del ya contraído, a tasas razonables. Este último punto es crucial cuando ya empiezan a sonar las alarmas por el canal de deuda, como el caso del posible default primero anunciado y luego desmentido de Chubut.
Pero volvamos a la política exterior del gobierno de Macri, y sus magros (nulos) resultados, conclusión absolutamente aplicable a su reciente gira por Rusia, el Foro de Davos y Francia: el gobierno que -en teoría- venía a recuperar el profesionalismo en el manejo de las relaciones exteriores acumula una torpeza tras la otra, fruto de una obcecación ideológica con ciertas cuestiones; como el alineamiento con la posición de Estados Unidos en el caso Venezuela, o la creencia en un "comercio libre" que no existe, porque simplemente nunca existió tal cual lo imaginan.
Si bien las idioteces presidenciales (como su exhumación de la zoncera de que "los argentinos descendemos de los barcos" para justificar el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea) son la comidilla frecuente por acá, lo más preocupante es advertir que en política exterior el país no tiene rumbo, ni siquiera uno apendicular de cierto esquema geopolítico o estratégico. Porque de hecho el "mundo" en el que Macri quiere insertarnos es el que con más firmeza (no exenta de cierta cortesía, claro, se trata de gente educada) lo rechaza: ahí están los limones, el biodiésel y el fallido acuerdo UE-Mercosur para comprobarlo.
Asistimos así a la paradoja de que un presidente que se mueve en el plano interno en un permanente "Truman Show" en el que ni siquiera una visita al Mercado Central en La Matanza se deja librada al azar y se organiza con una cuidada puesta en escena, pero que parece librado cuando sale del país a su propia inspiración que -como está comprobado, no es demasiada-, y tarde o temprano termina cayendo en burradas memorables, o en chistes idiotas sobre fútbol que nadie entiende, y mucho menos festeja; pero que él insiste en hacer, una y otra vez, ajeno a todo.
Alguien podrá decir que por el contrario, se trata de una estrategia perfectamente trazada y seguida a pie juntillas (la misma polémica de siempre, digamos) para distraernos de los asuntos esenciales, y para consumo interno de su electorado cautivo. Puede ser, pero sería raro que un gobierno que está compuesto y expresa a esos sectores sociales que viven más pendientes de "como nos ven desde afuera" que como nos vemos a nosotros mismos, privilegie la imagen interna al papelón internacional.
La chapucería que rodea las salidas de Macri al exterior (y sus contactos con mandatarios extranjeros acá) queda evidenciada en el notable desconocimiento que tiene del peso relativo que tiene nuestro país en el mundo, y por carácter transitivo, su propia figura. Si los medios obsecuentes del poder construyen la imagen del "presidente líder del Mercosur y ejemplo para América Latina" es peligroso que el propio Macri la compre, porque es seguro que en el exterior nadie lo hará; como ha podido comprobar él mismo en carne propia varias veces, incluyendo su última gira.
Solo desde esa profunda ignorancia del propio rol y peso específico se le puede ocurrir a alguien plantearle a Putin (uno de los hombres más poderosos del mundo) cualquier cuestionamiento respecto a su política en relación a un tercer país (Venezuela), con el que no tenemos fronteras comunes, conflictos limítrofes, disputas territoriales o comerciales y no hay en consecuencia ningún interés nacional directo que lo justifique.
Y no se le puede dar ese nombre al alineamiento ideológico y obsecuente de nuestro gobierno con la política exterior de los Estados Unidos (lejos de corregirlo, ahí salió en espejo con el Departamento de Estado a decir que no reconocerá el resultado de las elecciones convocadas en Venezuela, luego de pedir que se hicieran); como tampoco a la absurda toma de postura ímplicita (y a veces explícita) a favor de Israel en el conflicto de Oriente Medio. Para peor, terminó reconociendo que a su planteo sobre Venezuela Putin le respondió sin hacer el menor comentario, simplemente porque tuvo la delicadeza de no decirle en la cara que no le daba la talla para cuestionar la política exterior de Rusia.
Lo mismo puede decirse del notorio fracaso (uno más y van) de Macri en su intento de lograr que Macrón diera luz verde al acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, cuando en los días previos a su llegada a París los medios franceses reflejaban los compromisos públicos asumidos por su presidente con los lobbies agropecuarios (de agricultores y ganaderos), para defenderlos de la introducción de productos primarios argentinos, brasileños y del bloque regional en general.
Cualquier estudiante de economía o ciencias políticas más o menos avanzado sabe que un presidente francés, en trance de disputar con la canciller alemana Angela Merkel el liderazgo de la UE y con sus propias urgencias electorales internas, no podía proceder de otro modo; pero al parecer Macri lo ignora, o se lo contaron y no lo creyó, pensando que con su magnetismo y seducción personal o el encanto de la primera dama conseguiría su objetivo.
Si éste último fuera el caso (es decir, si el presidente estuviera correctamente asesorado por nuestro servicio exterior, y decidiera hacer lo que le place, como si estuviera en sus empresas), la cosa sería mucho peor, porque si al hombre hay algo que no le sobra, son talentos para moverse con autonomía, y confiando en su propio juicio.
Pero mucho más preocupantes que los derrapes presidenciales son las posibles consecuencias para el país de -por ejemplo- su insistencia en cerrar el acuerdo de libre comercio con la Unión Europea, para lo cual -según se cuenta- ha venido cediendo posiciones junto a Témer en cuanto a los sectores comprendidos en la apertura, y la velocidad con la que se llevaría adelante la misma si el acuerdo se concreta. Se ha dicho muchas veces que si el acuerdo no se ha concretado hasta ahora, ha sido más por la resistencia del poderoso lobby agropecuario europeo, que por los reparos de los gobiernos de Argentina y Brasil; con lo cual Macrón ha hecho más -sin quererlo- por defender a la industria nacional, que el propio Macri.
Si las perspectivas del acuerdo (al fin y al cabo lo importante en todo esto, para superar las discusiones sobre las papaluradas presidenciales, o el look de la primera dama) para nuestro entramado productivo e industrial son las que se pueden vislumbrar (sombrías en términos de empleo), es evidente que tampoco en éste caso es el interés nacional lo que guía los movimientos de Macri.
Habrá que pensar entonces que el conspicuo representante de nuestra burguesía rentista, prebendaria, evasora, fugadora serial y fuertemente vinculada al capital extranjero (europeo en su mayoría) que funge circunstancialmente como presidente, no ha de vacilar en entregar nuestra industria nacional en una mesa de negociación, a cambio de algún bife más o menos colocado en los restaurantes europeos por sus socios preferentes del campo privilegiado; a los que él mismo pertenece por haber diversificado las inversiones familiares hacia el sector, por razones de rentabilidad y de status social.
De paso y en beneficio de la lógica intrínseca del modelo económico puesto en marcha en el país hace algo más de dos años, unos puntos más de desempleo causados por la apertura indiscriminada de la economía pueden ser muy funcionales -como agente disciplinador- a la lógica de continuar deprimiendo el salario real, para aumentar la rentabilidad del capital.