domingo, 19 de junio de 2011

PLAN B


Por Raúl Degrossi

Tras las elecciones del 2009 el kirchnerismo -con intuición certera que remontó el sacudón electoral- redobló la apuesta profundizando el rumbo, tratando de demostrar que mantenía firme el timón de la conducción del Estado, y que su suerte no sería la de Alfonsín o De La Rúa; algo que obsesionaba a Néstor Kirchner desde su llegada al gobierno en el 2003.

Los planes contracíclicos para sostener el nivel de actividad económica y el empleo en medio de la crisis financiera internacional, la asignación universal por hijo, la discusión y aprobación de la ley de medios y la reforma política; tal como lo había hecho tras la derrota en el conflicto por las retenciones móviles con la patronales agropecuarias por el voto no positivo de Cobos, promoviendo la estatización de los fondos previsionales y el fin de las AFJP.

Clarín, Techint y los intereses concentrados que se expresan en la AEA, imaginaron un gobierno debilitado y en retirada, al cual una -en otras circunstancias imposible- confluencia de "la oposición" (ese sujeto de bordes difusos, creado por los medios a contrapelo de la fragmentación política que dejó la implosión del sistema en el 2001) cercaría desde el Congreso; en un absurdo ensayo de gobierno parlamentario ajeno a nuestra tradición política, y a las propias instituciones jurídicas diseñadas por la Constitución.

El hoy fenecido "Grupo A" fue la expresión de esa idea, en la que los intentos opositores por marcar agenda con su hoja de ruta (Indec, Consejo de la Magistratura, publicidad oficial, regulación de los DNU, superpoderes, reforma de la coparticipación federal, impuesto al cheque, etc), debían confrontar con las exigencias más concretas y apremiantes de la AEA, la Mesa de Enlace y el poder verdadero: liberación del comercio exterior, devaluacion, eliminación de las retenciones, hibernación de las paritarias, derogación de la ley de medios, limitación de la ingerencia del Estado en la regulación de la economía.

Y de paso, detener los juicios de lesa humanidad, justo antes de que subiesen al banquillo los cómplices civiles del genocidio.

Si el primer pliego de demandas no se concretó fue -antes que nada- por la propia incapacidad del conglomerado antikirchnerista; pero si el segundo tampoco llegó a plasmarse fue por la férrea voluntad de Cristina y de Néstor Kirchner, que debían al mismo tiempo mantener un ojo puesto en el complejo mundo del peronismo, donde se abrían disidencias que auguraban ser generalizadas; algo que finalmente no ocurrió por una razón muy sencilla: los peronistas están acostumbrados a obedecer, al que no tiene complejos para mandar.

Por eso el peronismo federal, ese primer experimento ensayado por Clarín y sus aliados para encontrar la estructura político-electoral sucedánea del kirchnerismo (o que por lo menos pudiera succionarle los votos que lo depositaran en un balotaje difícil, como el que se le presentaba a Menem en el 2003), estaba destinado desde el inicio a fracasar.

Y así fue: el prospecto de Duhalde de "balbinizar" al peronismo disidente, acostumbrándolo a asumir un rol opositor en un eventual recambio con alternancia, que diera paso a un gobierno presidido por Cobos en el 2011, iba en contra de los genes elementales del ADN peronista; y las eternas vacilaciones de Reutemann sumaron otro factor: la política -ni hablar el peronismo- no soporta indefinidamente el vacío.

Las usinas de Magnetto estuvieron desde entonces en la permanente búsqueda de un "Plan B", y allí surgió Macri. Pero si la política no tolera el vacío, es más intolerante con la pereza: suponer que un abúlico como Mauricio, rodeado de yuppies ex alumnos del Cardenal Newman, podría vertebrar una alternativa que enfrentase con chances al kirchnerismo, es tener un enorme desconocimiento de las complejidades de la política real.

Algo que por cierto no es privativo de Magnetto: el desmoronamiento de la Mesa de Enlace y las reacciones del CEO de Techint, Paolo Rocca, en el conflicto por los directores de la Anses en las empresas, demuestran el primitivismo intelectual que preside el análisis político de nuestra clase empresaria; acostumbrada por años a las vacilaciones crónicas de radicales como Alfonsín o De La Rúa, a la frivolidad obscena de peronistas como Menem, o a la endogamia discursiva que practican en los coloquios de IDEA y otros foros donde todos piensan lo mismo. La fugaz candidatura de Sanz es otro ejemplo didáctico al respecto.

Ya en tiempos de definiciones electorales (y de encuestas que encendieron luces de alarma), los focos centraron su atención en el encumbramiento de Alfonsín como candidato del radicalismo, sus devaneos con el socialismo y su acercamiento a los retazos del peronismo federal. Mucho humo para tan pocos fuegos: impresiona ver como se empezaron a desmoronan sus chances, en la misma medida en que se consolidaba un giro a la derecha del candidato, para encontrarse con los dirigentes y los votantes de su propio partido; y en eso estaba cuando apareció la candidatura de Binner.

Candidatura originariamente pensada para obtener por esa vía, una cosecha de bancas similar a la que podía esperar de una alianza con el radicalismo preservando la "pureza progresista", y en segunda instancia para potenciar las chances de Bonfatti en la elección provincial: el lanzamiento real se dio en Agroactiva, con un discurso dirigido al electorado rural santafesino.

En eso estaba el armado de "centroizquierda" cuando aparecieron el caso Schoklender y el papelón del INADI. Magnetto no inventó ni uno ni otro, pero seguramente entrevió allí una oportunidad dorada para sacudir al gobierno en su política de derechos humanos (en el primer caso además subrepticiamente, en la obra pública, uno de los pilares del ciclo de crecimiento económico), mientras la causa de los hijos de Ernestina entraba en instancias decisivas; y restarle credibilidad y votos en ese espectro del electorado, los que fluirían hacia la candidatura de Binner.

En esa clave hay que leer la sorpresiva aparición en la fórmula de Norma Morandini, alguien con un pasado vinculado -incluso en lo personal- a la reivindicación de los derechos humanos, pero incondicionalmente aliada con los intereses del Grupo, como lo demuestran sus posiciones en el Congreso cada vez que se discutieron temas que los rozaban: AFJP, ley de medios, extracción de ADN, ley del Banco Nacional de datos Genéticos.

Curioso: un par de años atrás Binner calificó como "síndrome de Estocolmo" el comportamiento electoral de los santafesinos que, habiendo padecido la inundación del 2003, votaron a Reutemann como senador. Se podría decir perfectamente lo mismo de su compañera de fórmula en su relación con los accionistas mayoritarios de Papel Prensa; empresa del cual además su jefe político, Luis Juez, fue síndico en tiempos del menemismo.

Si a eso se le suma que representa geográficamente a Córdoba, cuyas elecciones -al igual que las santafesinas- son previas a las internas abiertas y obligatorias nacionales del 14 de agosto, la jugada no resulta exenta de astucia: un par de derrotas electorales del oficialismo, sumadas al resultado de las elecciones porteñas (al menos así se especula en la calle Piedras) derribarían el mito de que Cristina ya ganó, y aportarían otro elemento a la percepción social de un escenario de balotaje.

La candidatura de Binner cumpliría así el mismo rol que no pudo ejecutar el peronismo, federal por su implosión tras la muerte de Kirchner: succionar votos a Cristina, para dejarla por debajo del 40 %, y metida en un escenario de segunda vuelta.

Claro que Magnetto y su staff no contaban con un detalle: los personalismos y egos propios de esas construcciones políticas, auténticos microemprendimientos construidos en torno a una figura estelar que no soporta compartir cartel con nadie; en la mejor clave de "Bailando por un sueño": Pino Solanas, Lozano y otros pequeños y medianos emprendedores electorales replican en la autodenominada "centroizquierda" vernácula, los modos de Carrió o Macri, incluyendo el mesianismo de una, y la pereza política del otro.

Frente a eso, Binner aparece como un "hombre de partido", pero en rigor encabeza una federación de fuerzas provinciales de la pampa húmeda, que buscan en su alianza mejorar sus chances electorales, y sortear las exigencias que impone la reforma política para subsistir.

No es casual que esas fuerzas tengan presencia sólo en las provincias que fueron el núcleo del conflicto del "campo", y en mayor medida en los "grandes centros urbanos" de los que hablaba Carrió en la elección del 2007, con su célebre "legitimidad segmentada". Prepárense para volverla a escuchar en octubre, cuando se repitan los resultados, si es que no gana Cristina también en las ciudades.

El sorpresivo giro de la estrategia seguida por el Grupo en la causa de los hijos de Ernestina podría no ser ajeno a estos análisis: ¿por qué no dejar que fluya la verdad cuando el prestigio de los organismos de derechos humanos estaría en baja por el caso Schoklender, y el de las causas "progresistas" y sus organizaciones, en mucho menor escala por el escandalete del INADI?

La maniobra apuntaría a generar un diferente impacto social de la noticia, algo así como "sí, son hijos de desaparecidos, pero mejor que los tenga Ernestina y no las Abuelas, porque si no hubieran salido asesinos, chorros o ñoquis". Ni hablar si los exámenes arrojaran un resultado negativo. el impacto para el gobierno sería mayúsculo.

¿Descabellado?, puede ser, pero no hay que perder de vista que, si de operaciones político-mediáticas se trata, estamos hablando de carniceros, y no de cirujanos.

Lo que hay en la oposición y en la AEA y sus satélites, es una profunda negación de que el clima social ha cambiado, y no es el que se vivía por ejemplo cuando el conflicto por la 125: ya no es tan sencillo embanderar a vastas porciones del electorado en la defensa de intereses sectoriales como si fueran de todos, y por ende el pliego de reclamos del establishment no tiene un sujeto social que lo asuma.

Por eso cuando Alfonsín y Binner -cada uno por su turno- plantean reducir o eliminar las retenciones, o en el caso del primero derogar la ley de medios (el socialismo la votó a favor en general, pero en contra la cláusula de desinversión) están lanzando guiños al poder corporativo, más que centrando en alguna demanda electoral significativa preexistente. Lo que no quita que algún rédito obtengan.

Un gobierno que gobierna -esto es, tiene capacidad de incidir en la realidad, y tener bajo control elementos fundamentales del proceso, sobre todo en la economía-, y que lo hace por más de ocho años, es una realidad concreta que no se vence fácilmente con discursos vagos, y con raides mediáticos para traducir desde la política, demandas corporativas.

Lo que se juega en las próximas elecciones -entre otras cosas- es la preservación del espacio de autonomía de la política que el kirchnerismo construyó desde el 2003, y que constituye un piso ganado para el conjunto del sistema democrático.

Piso que las fuerzas opositoras no parecen dispuestas a aprovechar: transmiten todo el tiempo que a ellos sí los voltearían del gobierno cuatro tapas seguidas de Clarín.

Y en ese contexto un triunfo de Cristina -y si fuese por un margen amplio, tanto mejor- representaría un adecuado cierre de la prolongada transición democrática atravesada por la herencia de la dictadura, la hiperinflación, el menemismo y la crisis del 2001.

Si el kirchnerismo se prolonga otro mandato, se dará continuidad a un ciclo de sostenido crecimiento económico, con mejora de los indicadores sociales y del perfil de desarrollo productivo de la Argentina; ciclo construido con presencia activa del Estado y otra idea de gobernabilidad democrática, sustentada en la ampliación del margen de autonomía de la política frente a los intereses de los verdaderos dueños de la Argentina.

No es poco frente a una oposición que no parece tener "Plan B" alternativo al hasta aquí seguido, y que parece resignada a ser el eterno semillero de "Planes B" de los poderes fácticos.

Planes que, tal como vienen por ahora las cosas, en octubre los mandarán electoralmente a la B.

No hay comentarios:

Publicar un comentario