Que la enfática defensa de la resolución del cuestionado congreso nacional de la FUA la haga el presidente del Comité Nacional de la UCR más que las propias autoridades estudiantiles electas, dice mucho sobre el presente político de la organización estudiantil.
Presente que marca una fractura expuesta entre quienes participaron del congreso y quienes optaron por marginarse del mismo, y apuntar a la construcción de una organización alternativa; como se cuenta con detalle en Página 12 de hoy: la casi totalidad de las agrupaciones kirchneristas, con más el MUI (intransigentes), Nuevo Encuentro, la Federación Juvenil Comunista y agrupaciones independientes declinaron participar del congeso, impugnando su legalidad y legitimidad.
La comparación que Barletta hace del kirchnerismo con el menemismo en su relación con la universidad es funcional a su estrategia de mostrarse como "progresista", pero es falaz: está atacando con ese argumento al gobierno que llevó el presupuesto en Educación al 6,47 % del PBI, aumentó los salarios de docentes e investigadores como nunca antes, jerarquizó (estructural y políticamente) la investigación, la ciencia y la tecnología como nunca se había hecho (repatriando científicos, asignando fondos al sistema de ciencia y técnica), invirtió enormemente en la infraestructura universitartia como desde los tiempos de Perón no se hacía, reconoció un régimen jubilatorio especial a los docentes universitarios e investigadores del Conicet y saldó las deudas contraídas por el último gobierno radical por el incentivo docente, entre muchas otras cuestiones.
Y respetó además a rajatablas la autonomía universitaria (ícono sagrado del reformismo) porque en nueve años no intervino ninguna unversidad nacional (aunque algunas protagonizaron bochornos institucionales que justificaban ampliamente tomar tal medida, como la UBA), mientras creaba 10 nuevas universidades nacionales; justo las que la conducción de la FUA (hegemonizada por el brazo universitario del radicalismo, Franja Morada) desconoce junto a otras 11 universidades donde las organizaciones estudiantiles fueron llevando sus procesos eleccionarios para participar de la renovación de autoridades de la central.
El menemismo no le es extraño a Barletta, de hecho medró durante esa época en su paso como rector de la UNL con las hendijas que deja la Ley de Educación Superior 24.521 para mantener formalmente gratuitos los estudios de grado (otro aspecto saldado no por la reforma del 18', sino por el peronismo en 1949, y hoy con status constitucional), mientras se arancelaban los estudios de posgrado tornándolos inaccesibles para la mayoría de los graduados, armaban vastas estructuras de financiación espúrea vía "servicios a terceros" (que no desmantelaron cuando el Estado comenzó a incrementar los recursos presupuestarios destinados a las Universidades desde el 2003) y recibían financiamiento de empresas privadas como la minera La Alumbrera o Monsanto; o sistematizaban el fraude laboral con los perversos mecanismos de pasantías perfeccionados (para peor) durante la gestión de De La Rúa. Y no fue el único ejemplo de como manejó el radicalismo las universidades: baste recordar la gestión de Shuberoff en la UBA.
Misma ley de educación superior que además no se puede modificar desde hace años (para completar las transformaciones iniciadas con la Ley de Educación Nacional que derogó la ley federal, la ley de financiamiento educativo y la de educación técnica y profesional) justamente por la resistencia de los rectores radicales a resignar esos quiosquitos, con los que mantienen además la estructura punteril, tanto de la Franja Morada como del radicalismo en general.
Y en ese modelo de universidad el distingo entre la dirigencia estudiantil y el funcionariado político que conduce las casas de altos estudios cuando se enseñorea el radicalismo y su brazo estudiantil (la Franja Morada), es cada vez más difícil de hacer, para advertir donde termina uno y comienza el otro.
De hecho los radicales han asumido que la militancia universitaria es un especie de "cursus honorum" que forzosamente deben transitar para progresar en la carrera política dentro de la estructura partidaria; y si a eso le sumamos los sucesivos desastres electorales nacionales y provinciales del radicalismo desde el 2001 para acá, comprenderemos por que defienden con uñas y dientes estructuras como la FUA o el gobierno de las Universidades: allí encuentran recursos, logística y cobijo para todo su aparato político, casi tanto como lo proporcionan los cargos legislativos en el Congreso o las legislaturas provinciales; y desde allí saltan también a colonizar posiciones en la justicia, o en los colegios profesionales, tradicionales cotos de caza de los sectores de clase media que se identifican políticamente con el radicalismo.
Estructuras -las universitarias- en las que además practican (sin interrupciones ni complejos prácticamente desde 1983) todo aquéllo que le cuestionan al peronismo en general, hoy al kirchnerismo en particular: el clientelismo político (con el reparto prebendario de becas y pasantías a sus militantes), la persecución o el fraude electoral, desde la manipulación de padrones hasta el desconocimiento de las elecciones que les resultan adversas, el manejo discrecional y oscuro de los dineros públicos, el intento de imponer un mandarinato cultural de capillas académicas que recitan un discurso único.
Ese trasfondo sirve para explicar en buena medida por que la FUA se fue convirtiendo en manos de la Franja Morada (con la complicidad de la izquierda a la que le gusta también jugar a la política en el pelotero electoral de los centros estudiantiles) en una cáscara vacía, y por qué razón el movimiento estudiantil marcha en sentido contrario y a otra velocidad del movimiento político general de la sociedad (como pasó en otros momentos de nuestra historia política, que todos conocemos y recordamos); inmerso en un microclima que lejos está de reflejar la realidad de la sociedad argentina.
Por esa razón mientras vastos sectores de la juventud se sienten convocados por la nueva atmósfera política a involucrarse y participar, los que manejan las estructuras del movimiento estudiantil tratan de establecer diques artificiales de contención a esa necesidad para conservar sus quiosquitos, y en la mayoría de los centros de estudiantes y federaciones (no en todas, claro) tienen representatividad electoral sectores políticos que en las elecciones generales no mueven el amperímetro.
Tampoco es ajeno a esa circunstancia el hecho de que los más diez años de experimento neoliberal del menemato y el gobierno de la Alianza provocaron quiebres sociales que alejaron a los hijos de los trabajadores y a los propios laburantes de la universidad, aun de la pública formalmente gratuita; proceso que justamente se empezó a revertir lentamente en la creación de nuevas universidades en el conurbano bonaerense y en el interior del país: es como si la tentativa de la conducción de la FUA de desconocer a 21 de las 49 federaciones universitarias del país expresara la intención (casi remitiéndose al 45') de contener al aluvión zoológico.
Y la Franja Morada de hoy recluta buena parte de su clientela electoral con un discurso propio de la UPAU de los 80', entre los sectores de clase media urbana furiosamente anti kirchneristas, que no pocas veces saltan del colegio secundario privado caro, a la Universidad pública gratuita, sostenida con los impuestos del conjunto de los argentinos.
Estas y muchas otras razones son las que explican que las organizaciones que representan tradicionalmente al movimiento estudiantil (que en la mayoría de las sociedades son agentes activos de los cambios sociales) hayan quedado completamente al margen o con un rol completamente secundario en los grandes debates políticos que vienen sacudiendo estos últimos años a la sociedad argentina; como el conflicto con las patronales del campo, la discusión de la ley de medios o la disolución del sistema de jubilación privada.
Y la Franja Morada de hoy recluta buena parte de su clientela electoral con un discurso propio de la UPAU de los 80', entre los sectores de clase media urbana furiosamente anti kirchneristas, que no pocas veces saltan del colegio secundario privado caro, a la Universidad pública gratuita, sostenida con los impuestos del conjunto de los argentinos.
Estas y muchas otras razones son las que explican que las organizaciones que representan tradicionalmente al movimiento estudiantil (que en la mayoría de las sociedades son agentes activos de los cambios sociales) hayan quedado completamente al margen o con un rol completamente secundario en los grandes debates políticos que vienen sacudiendo estos últimos años a la sociedad argentina; como el conflicto con las patronales del campo, la discusión de la ley de medios o la disolución del sistema de jubilación privada.
El desafío que les espera a las organizaciones estudiantiles que intentarán a partir de hoy la construcción de una legitimidad organizativa alternativa a la FUA no es menor, para lo cual tendrán que comenzar por superar sus propias tendencias a la división, el internismo y la fragmentación y ganarse con militancia cada vez más la credibilidad de la base social a la que aspiran a representar: los estudiantes; pero el lugar desde el que parten hace rato que dejó de expresar las mejores tradiciones de lucha del movimiento estudiantil; que siempre fueron las que lo vinculaban al conjunto de las luchas del pueblo argentino.
Aplausos de pie para esta nota
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