El acto de Moyano en Ferro cerrando el Confederal de
la CGT que convocó para forzar su reelección, y la reunión de ayer de Cristina
en la Rosada con el conjunto de los gremios que impugnaron la convocatoria e
impulsan la candidatura del metalúrgico Caló para octubre, terminaron de
formalizar la ruptura de la central que venía siendo un secreto a voces, desde
que el camionero fue redoblando la apuesta política contra el gobierno;
trascendiendo la lógica del reclamo puramente sindical.
Ambas escenografías pusieron de relieve -como en
espejo- la naturaleza política del conflicto, con Moyano desafiando el
liderazgo de Cristina en un plano inclinado de derrapes (paro lanzado desde los
estudios de TN, acto en la Plaza con notorios opositores al gobierno subidos al
palco y a la convocatoria, discurso nítidamente político-electoral en Ferro),
que lo fueron aislando dentro del dispositivo peronista, dónde no recogió
ningún apoyo significativo, y el suyo a Daniel Scioli fue una especie de abrazo
de oso que acentuó la fragilidad actual del gobernador.
Si la intención de Moyano era plantear la dispuesta
política en esos términos su fracaso fue notorio, y la disputa está saldada
claramente a favor de Cristina, no sin tener que pagar costos en el camino:
probablemente la reunión de ayer pudo evitarse o diferirse para otra
oportunidad, evitando la foto con ciertos personajes desprestigiados (como
Lescano, Cavallieri, Daer o Gerardo Martínez); que le da al camionero un
argumento fácil para la crítica, aunque él también tenga lo suyo: el “Momo”
Venegas, Baldassini, Pedraza o Zanola (por sí por intermedio de al menos parte
de sus organizaciones) pusieron el cuerpo en Ferro y lo acompañan en la
conducción de “su” CGT.
Y es que allí está el punto: la naturaleza
claramente política que fue asumiendo la disputa de Moyano con el gobierno,
suele hacer perder de vista que operó sobre un fondo de crisis de
representación en el mundo sindical, tanto en el plano de la imagen de la
dirigencia del sector (que acumula un lastre difícil de revertir en ese plano,
aun para los más consecuentes con una actuación en defensa de los derechos de
los trabajadores), como de la fragmentación organizativa que hoy exhibe: cinco
centrales sindicales, con diferencias de escalas y representatividad, pero reclamando
para sí su condición de aglutinantes de sindicatos y federaciones de distintas
ramas de la actividad.
Claro que los diferentes posicionamientos políticos
no son ajenos a esa fragmentación, y si no recordemos el traumático proceso
electoral de la CTA (planteada en su momento como una forma alternativa de
organización sindical) que culminó en su fractura, o lo que intenta expresar
Barrionuevo con su fantasmal CGT Azul y Blanca.
Pero sentado eso, tanto como el hecho de que el
gobierno (en especial Cristina) no tolerará desafíos en ese plano, subsiste un
amplio abanicos de temas específicamente sindicales, que tienen que ver con la
situación de los trabajadores en un contexto de crisis, cuyo tratamiento
urgente amerita que el Estado establezca vínculos -más o menos fluidos, según
la mayor o menor afinidad política- con las organizaciones gremiales.
La aun alta tasa de empleo informal (que requiere de
un abordaje conjunto y a fondo entre el Estado y los sindicatos), las
diferentes formas de precarización laboral, las reformas al sistema de riesgos
del trabajo (la Ley 24.557 tiene muchos de sus artículos tildados de
inconstitucionales por la justicia, y se viene discutiendo su reforma con
sindicatos y empresarios desde el 2004), la situación de las obras sociales,
las políticas de administración del comercio exterior (que protegen las fuentes
de trabajo en muchos sectores, pero ocasionan trastornos en el nivel de
actividad de otros), y la inminente convocatoria al Consejo Nacional del
Salario para reajustar el Mínimo, Vital y Móvil; por mencionar sólo los más
relevantes; a los que hay que añadir obviamente los que Moyano vino llevando
adelante como disparadores de su escalada: la generalización de las
asignaciones familiares y el aumento del mínimo no imponible del impuesto a las
Ganancias.
Tan evidente fue que el conflicto con Moyano se
deslizó al plano político que se desacopló temporalmente de la negociación en
paritarias, y terminó estallando cuando la mayoría de los gremios mayoritarios
(incluyendo los propios camioneros) habían cerrado los acuerdos salariales por
lo menos hasta fin de año; pero esa circunstancia no quita que la fragmentación
sindical y la disputa por la captación de organizaciones gremiales entre los
diferentes sectores termine generando ruido allí donde hubo acuerdo, a lo que
hay que sumar obviamente lo que pase con la evolución de los índices
inlacionarios.
Es allí donde habrá de verse si el escenario de
fragmentación sindical dificulta las cosas, las simplifica o es irrelevante a
los fines de determinar los niveles de conflicto sindical, porque hay que tener
en cuenta además que, más allá de los alineamientos globales, muchas
organizaciones están atravesadas en su interior por contradicciones en el plano
de los delegados de fábricas o sectores, o las comisiones internas: el ejemplo
de la UTA y los metrodelegados del subte porteño es el más conocido, pero no el
único.
Y como si todo eso fuera poco, un problema no menor: el conflicto
legal por la conducción de la CGT que se avizora largo y complejo, con
ramificaciones judiciales.
El sistema de la Ley 23.551 de asociaciones
profesionales de 1988 (pleno alfonsinismo) es una transacción entre la
legislación de la dictadura (que prohibía directamente las entidades de tercer
grado como la CGT) y los compromisos del gobierno radical con el sindicalismo
peronista luego del fracaso de la reforma promovida por Mucci, de modo que la
central sindical tiene un diseño gris, que incluso puso obstáculos al
reconocimiento de la personería gremial de la CTA (asunto hoy relegado por su
conflicto interno y fractura).
De tal suerte que la central tiene escasas o nulas
atribuciones para actuar sobre las entidades que la conforman (sean sindicatos
de base, uniones, federaciones o confederaciones), que tienen por eso una gran
autonomía, que sus dirigentes se esmeran en mantener para preservar justamente
su margen de maniobra para ir resolviendo los alineamientos en el complejo
mundo sindical según sus intereses puntuales en cada caso; circunstancia a la
que obviamente no son ajenos los alineamientos políticos como se dijo al
principio.
Son los gremios que forman la CGT y no ésta, los que
participan de la discusión en paritarias y suscriben los convenios colectivos,
administran las obras sociales y perciben los reintegros de la Administración
de Programas Especiales (APE), por citar algunos tópicos caros a los intereses
del sindicalismo.
La CGT tradicionalmente ofrecía una estructura que
podía potenciar los reclamos globales del mundo del trabajo ante el Estado (la
representación sectorial del empresariado, en cambio, siempre estuvo mucho más
fragmentada) para influir en las políticas públicas, a condición de tener una
relación aceitada con quienes lo conducen; y ése es justamente el punto que hoy
está en discusión entre Moyano y los contertulios de Cristina ayer en la
Rosada, y que seguramente consagrarán a Antonio Caló el 3 de octubre.
Pero el gobierno no puede obviar el detalle de que
-más allá de sus preferencias políticas- el Ministerio de Tabajo acaba de
prorrogar el mandato del propio Moyano y del Consejo Directivo de la CGT
anterior al Confederal de Ferro, hasta tanto se zanje la disputa legal con los
que impugnaron la convocatoria; asunto que -como se dijo- va para largo, y
seguramente con capítulo judicial incluido.
En ese contexto, y con la disputa política abierta
entre Moyano y el gobierno como telón de fondo, con seguridad el camionero
intentará hacer valer sus títulos (aun el mandato prorrogado por Tomada) para
reclamar por los espacios reconocidos institucionalmente por el Estado a la
CGT; por caso los lugares en el Consejo Nacional del Salario o el Consejo
Asesor de la ANSES para administrar los recursos del Fondo de Garantía de
Sustentabilidad (FGS), formado con los activos transferidos del sistema de las
AFJP; con la previsible oposición de los demás sectores, lo que supone para el gobierno otro frente de conflictos a corto plazo.
Moyano se equivocó de ruta, porque hace mucho tiempo que no maneja un camión. Pero siempre está a tiempo de retomar el camino correcto o bien se pierde en el desierto que conduce al ostracismo.
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