Por Raúl Degrossi
Hace poco en ésta entrada analizábamos el escenario político
nacional con la salvedad que no se enumeraban los tableros que despliega en
orden de importancia real, sino de su visibilización mediática; y quedaba por
ingresar al análisis los aspectos más vinculados a la vida cotidiana de
lagente.
Que por decirlo en términos de Perón, son los que afectan a la
víscera más sensible que es bolsillo, con lo que corresponde ingresar -como
decía Ubaldini- en el terreno de las efectividades conducentes.
Claro que, como antes señaló, no existe una absoluta autonomía
entre los diferentes planos de la realidad sino que se comunican entre sí, por
acción u omisión: el tablero de la gestión concreta presenta para el gobierno
el desafío cotidiano de afrontar los efectos de la crisis internacional que se
prolonga (sin visos de solución en lo inmediato) y golpe en el país; aspecto
éste que es ex profeso invisibilizado por el complejo mediático opositor.
Así como por años los logros económicos de gestión del
kirchnerismo fueron atribuidos al viento de cola, hoy los indicadores de una
desaceleración del crecimiento son atribuidos en exclusividad a las
deficiencias del modelo macroeconómico elegido, con lo que se sustrae
deliberadamente del análisis un elemento sustancial para que éste pueda brindar
un panorama preciso.
Aun en el contexto puramente económico, desde los medios se ponen
en un plano relevante cuestiones como las restricciones y controles al dólar
(la preocupación por las trabas a las importaciones ha ido cediendo en
importancia en las últimas semanas), que, si bien tienen importancia en el
contexto económico general, no son ni por lejos la variable más relevante o
decisiva de la suerte del conjunto poblacional (de hecho, una ínfima parte de
la gente común está directamente afectada por esos asuntos), y del
desenvolvimiento en general de la estructura económica; lo que no implica
desconocer la trascendencia que el tipo de cambio tiene como variable central
en la definición de un modelo de desarrollo.
Las restricciones cambiaras y el reforzamiento de los controles
impositivos de la AFIP operan sobre un universo económico y social acotado,
cuyas quejas no encuentran traducción en el sistema de representación política
(es complejo asumir en público la defensa de la evasión impositiva, el delito y
la economía informal), y esto genera a su vez manifestaciones de protesta
exacerbada en las redes sociales y eventualmente en el espacio público; como
los módicos cacerolazos fundamentalmente porteños de hace meses, y la movilización
anunciada para éste jueves.
Pasa con esas quejas algo parecido a la embestida de Moyano por el
mínimo no imponible de Ganancias y las asignaciones familiares: en la medida
que un reclamo sectorial se sofistica más (medido en términos de la identificación
del conjunto con él), pierde la capacidad de interpelar políticamente a
sectores significativos, y por ende a perder peso en el tiempo: la
adhesión ciudadana a los reclamos de las patronales agrarias contra las
retenciones móviles en el 2008 fue la excepción que confirmó la regla; basada
en pautas culturales arraigadas sobre el significante vacío “campo”, hoy
afortunadamente en trance de desaparición, o al menos de redefinición social.
Por lo expuesto esos reclamos (como los vinculados a las restricciones
para comprar dólares) no tienen la capacidad de generar cambios hacia el
sistema político, a lo que hay que añadir que se basan en un discurso que se
mueve por fuera de los bordes de la institucionalidad democrática (aun
planteándose una hipotética defensa de libertades ciudadanas supuestamente
conculcadas), como cualquiera que bucee un poco en sus promotores lo puede
comprobar.
Por fuera de ese estrépito, el gobierno se ha centrado en sostener
el empleo y el consumo; las variables fundamentales del comportamiento virtuoso
de la economía en los últimos años, y la base principal de sustentación de sus
éxitos electorales: transita así el kirchnerismo por los caminos conocidos, con
la convicción de que repetirá los resultados.
Contra lo que pronosticaban los agoreros del conglomerado opositor
y del dispositivo mediático, con el inicio del segundo mandato de Cristina no
se descargó un brutal ajuste sobre los sectores populares (de allí que el
discurso opositor haya virado hacia el rechazo de la re-reelección o las
supuestas aristas autoritarias del kirchnerismo); y los mecanismos centrales
diseñados para garantizar que no se destruya empleo (en un momento en que la
capacidad de la economía de generar nuevos está comprometida) y se sostengan
razonables niveles de consumo se mantuvieron.
Aun en un escenario de fragmentación sindical agudizada por el
conflicto con Moyano, las paritarias funcionaron y cerraron aumentos en torno a
pautas que se alinearon con las estimaciones privadas sobre inflación, el mecanismo
de actualización semestral de los haberes previsionales se aplica con los
mismos resultados, el plan de viviendas PROCREAR actúa sobre una demanda
generalizada y sentida de mucha gente, se actualizó el salario mínimo y están
en puerta anuncios sobre el reajuste de las asignaciones familiares y la AUH;
del mismo modo que el gobierno sostiene (en la medida de las posibilidades
fiscales más estrechas) el ritmo de inversión pública, con efectos sobre el
empleo.
Tras el pago del BODEN 2012 y no sólo por eso (aunque el hecho
tuviera importancia simbólica), se percibe la sensación de que lo peor de la
crisis ya pasó, y la economía comienza a dar signos de mejoría, para volver a
colocarse en el carril de los años anteriores.
Quizás eso explique la virulencia de algunas apariciones en la
escena pública por fuera de lo que es estrictamente el sistema político (donde
la sobreactuación en torno a la re-reelección tiene directamente que ver con la
mejora de los indicadores económicos), como sucede con el hiperactivismo
opositor de Moyano, o los planteos del CEO de Techint Paolo Rocca por la
competitividad perdida.
En ambos casos más que una queja disparada por perjuicios
concretos en sus intereses y los de sus representados (que los hay), hay un
mensaje lanzado hacia un poder político nacional sustentado en un aplastante
triunfo electoral, y que tiende a consolidarse en la gestión; con perspectivas
de prolongar en el futuro el proyecto político que se inició en el 2003, y con
la innegable decisión de hacerlo, fuere cual fuera la modalidad, es decir con o
sin reelección de Cristina.
En el caso de Moyano por ejemplo la agudización de su conflicto
con el gobierno no derivó (como quizás él esperaba) en una mayor
acumulación de fuerzas hacia el interior del fragmentado mundo sindical (aunque
sus rivales en la CGT tampoco logran articular su reemplazo), y por el
contrario los dispositivos institucionales donde ese peso se puede hacer valer
(como las paritarias y el Consejo del Salario) funcionaron normalmente, aun
cuando intentara vaciarlos para restarles legitimidad.
Mientras tanto el gobierno (aprovechando el escenario) avanzó
sobre territorio sensible a los dirigentes sindicales (en esto sin matices)
como los fondos de las obras sociales, disolviendo la APE, y estableciendo un
nuevo mecanismo de distribución de los recursos para garantizar cierta
homogeneidad en los niveles de cobertura; y (contra la vulgata de los medios
dominantes), sin tomar ventaja de la atomización sindical para recortar
derechos o beneficios a los trabajadores.
Una circunstancia que también actúa quitándole bases de
sustentación a los planteos altisonantes de Moyano o de otros dirigentes como
Michelli, y que impide que reviertan la tendencia a la fragmentación (aspecto
en el cual el sindicalismo viene imitando a la oposición, de un tiempo a ésta
parte), con la excusa de luchar juntos contra formas de ajuste o precarización.
En el mundo empresario sucede algo parecido: las quejas de Paolo
Rocca, si bien enfocadas en recuperar (vía devaluación) las situaciones de
excepcionalidad de la salida de la crisis del 2001, y teniendo como punto de
partida medidas concretas del gobierno que afectaron sus intereses (las
obligaciones de liquidar divisas por exportaciones, los límites a la distribución
de dividendos, la regulación del mercado petrolero donde el grupo tiene
intereses), parecen más enderezadas a exponer en público su intención de
impedir -en cuanto esté a su alcance- la perpetuación de lo que consideran una
anomalía política: el modo de gobernabilidad instaurado por el kirchnerismo en
el 2003, en lo que tiene que ver con la relación entre el poder político y los
intereses corporativos.
Y del mismo modo que esa intención coincide con el alzamiento
opositor contra una eventual re-reelección de Cristina, también coincide con
los caceroleros sensibilizados en que su queja no puede ser abiertamente
receptada por el sistema político: no luciría muy bien como programa político
de una oposición que aspire a ser gobierno en el 2015, la defensa a ultranza de
que los grandes grupos empresarios recobren competitividad a costa de los
salarios de los trabajadores.
Son entonces los diferentes temas de agenda (los tableros de las
simultáneas de que habla el título) y su densidad real los que determinan el
panorama de conjunto, con un gobierno -que es a su vez el único jugador
presente en todos los tableros, como los grandes maestros del ajedrez- que
está, hoy por hoy, en control de la situación y puede llegar a las elecciones
del año que viene (aunque falte mucho para eso) en condiciones de revalidar
títulos, y lograr de ese modo de cara al 2015, un razonable control de la
sucesión, con o sin reforma constitucional y re-reelección.
Que no es poco para un proyecto político que acumulará para
entonces doce años en el poder, y tres mandatos presidenciales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario