Por Raúl Degrossi
A 67 años de haber partido en dos la historia moderna de
la Argentina, el 17 de octubre de 1945 se sigue proyectando hacia el presente,
y poniendo una insoslayable referencia para construir el futuro.
Como todo hecho histórico, el
llamado Día de la Lealtad seguirá siendo objeto de análisis e interpretaciones
diversas, que van desde la eterna discusión sobre su carácter espontáneo u
organizado, hasta las visiones revisionistas que intentan construir su propia
versión de los hechos, poniendo el acento en un u otro de los protagonistas,
cuando hubo un solo actor estelar de ese día, y fue el pueblo, que a partir de
entonces comenzó a identificarse como peronista.
Como hay también visiones
nostálgicas interesadas que -omitiendo ese dato central que arroja el 17 de
octubre: el protagonismo popular- tratan de llevar agua para su molino, en la
idealización naftalinosa de un peronismo congelado en el tiempo, y sin
capacidad de reinterpretar políticamente una realidad cambiante: justamente lo
contrario de lo que hizo entonces Perón, sembrando la semilla que fructificaría
en los miles de obreros que marcharon sobre la Plaza histórica, para pedir su
libertad.
Siendo como es el acto
fundacional de la identidad peronista, el 17 de octubre tiene una densidad
histórica tan poderosa que interpela a todas las tradiciones políticas
argentinas, aun aquéllas que sienten un rechazo visceral por lo que ese día
representa, simbólica y políticamente: de hecho, el anti-peronismo (una
tradición tan arraigada como el propio peronismo, y más constante incluso que
éste con sus esencias fundacionales) nace también en la histórica jornada del
17.
Antes de odiar al peronismo por
razones bien concretas, lo rechazaron por otras más profundas y culturales,
expresadas en el asombro de la señora de Oyuela porque los fatigados
trabajadores refrescaron sus pies en las fuentes de la Plaza: la emergencia de
lo invisible, la apropiación rotunda del espacio público por las masa
populares, configuraron para muchos un espectáculo que los marcaría a fuego
para siempre.
Un espectáculo que tiene un
magnetismo tan grande que todos (incluso los que lo niegan) han deseado en
secreto replicarlo: todos, a su modo y a su tiempo, han soñado con su propio 17
de octubre; con darse un baño de masas, tomar la calle, llenar la Plaza y por
que no, protagonizar su propio balcón.
Si hasta en las convocatorias
agrogarcas del conflicto por las retenciones móviles o en la espontaneidad
organizada de los cacerolazos contemporáneos subyace la idea de reproducir y
superar aquella jornada histórica, con la vana ilusión de desterrarla de la
memoria de los argentinos; sin comprender que las separa del 17 de octubre una
diferencia tan grande como la que existe entre la representación escenográfica
de una nueva Argentina que emergía, y la exhibición fantasmagórica de otra, que
se resiste a morir.
En el Día de la Lealtad están
expuestos en dramática clave visual todos los dilemas políticos de la Argentina
moderna: la emergencia de lo popular, su ansia de participación y protagonismo
político, los intentos de invisibilizar lo que ya no podía permanecer oculto,
aunque luego trataran de que lo olvidáramos, y procuraran hacerlo desaparecer
en un baño de sangre.
El 17 de octubre salda además los
debates políticos de nuestro tiempo: cuando se lanza como argumento-insulto la
cuestión del clientelismo, hay allí masas movilizadas reclamando por la
continuidad de un proceso que les reconocía por primera vez derechos, que
querían conservar y ampliar; cuando se etiqueta lo que se quiere degradar políticamente
bajo el socorrido rótulo del populismo, hay allí un líder pero por sobre todo,
hay un pueblo que lo erigió como tal, y lo sostendría en esa condición por casi
treinta años, contra viento y marea, en el poder y en el llano.
Y si bien es cierto que el 17 de
octubre ya no pertenece con exclusividad a los peronistas sino al conjunto de
las fuerzas nacionales y populares, su recuerdo sigue interpelando de un modo
decisivo al propio peronismo.
Que debe recordar en primer lugar
que significa el concepto de lealtad, que no es la obsecuencia acrítica con el
líder, ni la ubicuidad acomodaticia al calor del poder; porque justamente el 17
de octubre el pueblo (como Martín Fierro poniéndose junto a Cruz para enfrentar
a la partida) no salió a las calles para subirse al carro de un triunfador,
sino para rescatar al derrotado, que los hizo sentirse dignificados.
Y en tanto el peronismo logre
conservar la capacidad de asumir la representación política de lo sumergido y
lo emergente, podrá conmemorar aquél día no como una simple efemérides en el
calendario, sino como un recordatorio permanente de su misión histórica.
Comparto plenamente lo expresado por el autor.
ResponderEliminarA todos los que acompañan y defienden el modelo nacional y popular que encabeza Cristina Fernandez de Kirchner, un fuerte abrazo peronista.
Pedro, militante peronista.
Muy bueno lo que escribiste cumpa. Solo espero que a los que ahora nos toca poner el cuerpo y la mente en acción (sea para apuntalar al actual gobierno peronista o para que no caiga en errores que le cuesten al pueblo algunas de las conquistas conseguidas), no dudemos en hacerlo por mas penurias, ofensas o esfuerzo que nos demande.
ResponderEliminarHay una parte del sindicalismo (que ahora se aglutina en torno a la figura de Moyano), que por mezquindades o por diferencias con el gobierno nacional, nos va a patear en contra en momentos en que los necesitaríamos tener a nuestro lado. No deslindo las responsabilidades que pueda haber tenido el gobierno nacional en la situación que derivó en el alejamiento del sector de Moyano, pero creo que ninguno de los motivos que aduce el camionero sea razón suficiente como para boicotear el modelo de país que él mismo ayudó a construir desde antes del 2003.
Un abrazo peronista y a mantenernos atentos y unidos en defensa del gobierno nacional y popular, compañeros. Feliz día de la lealtad!