Pasaron 36 años del golpe y 29 de la vuelta a la democracia, y la jerarquía de la Iglesia argentina sigue negando lo evidente: la complicidad de su cúpula con la dictaduras genocida, y su plan sistemático de exterminio.
Y lo hicieron en respuesta al pedido de un grupo de laicos católicos, que les exigieron pronunciarse sobre las palabras de Videla hace unos meses, desnudando la trama de complicidades episcopales en la instrumentación del exterminio, no en respuesta al reclamo de muchos sectores de la sociedad (empezando por los familiares de las víctimas de la represión), que desde hace décadas vienen exigiendo verdad y justicia, y que aporten toda la información que seguramente tienen (ellos mismos, los archivos vaticanos) sobre la tragedia argentina.
Es difícil encontrar un ejemplo más contundente de ombliguismo autocentrado, de negación de la realidad,
Que no se disculpa porque muchas de las víctimas del horror dictatorial hayan sido católicos e incluso militantes, o que la propia Iglesia cuente con mártires entre sus filas, como los obispos Angelelli o de De León, los curas palotinos o las monjas francesas: por el contrario, esos ejemplos realzan aun más sus omisiones culpables, cuando no connivencias manifiestas y explícitas, incluso desde antes de que el golpe se produjera.
Como tampoco sirve de disculpa que muchos de los actuales integrantes del Episcopado no estaban entonces en funciones relevantes en la estructura jerárquica de la Iglesia, cuando hay testimonios contundentes e incontrastables de la complicidad de vastos sectores de la corporación ecleciástica (incluso de algunos que todavía hoy tienen posiciones relevantes, como el propio Bergolgio) con las violaciones a los derechos humanos producidos en el país.
Y sobre todo cuando es ésta cúpula actual de los obispos la que cierra filas en la defensa corporativa de los suyos todavía hoy, como lo comprueba el hecho de que no hayan condenado en su momento las macabras expresiones de Baseotto elogiando veladamente los vuelos de la muerte, una metodología sugerida por las propias cúpulas de la Iglesia a la dictadura para que los detenidos tuvieran "una muerte digna".
O el hecho de que Von Wernich no haya sido aun condenado canónicamente ni privado de su ministerio sacerdotal; lo que demuestra que la propia Iglesia (contra todas las evidencias acumuladas en su contra en la justicia, que lo condenó) lo sigue considerando digno de contarlo en sus filas, celebrar la misa o administrar los sacramentos, algo que ofende al conjunto de los argentinos, y dentro de éstos a los propios católicos.
Como tampoco se puede pasar por alto que en todos estos años de democracia y bajo el planteo de la "reconciliación", la Iglesia vino tratando por todos los medios de consagrar la impunidad para ese pasado oscuro (acaso tratando de evitar expiar sus propias culpas), y celebrando cuanto intento hubo de clausurarlo, como la obediencia debida, el punto final o los indultos.
Claro que no todos los católicos (y ni siquiera todos los que han abrazado el sacerdocio) piensan como piensa la cúpula de la Iglesia, ni se sienten representados por sus palabras; y si no ver lo que dicen acá con meridiana claridad los sacerdotes de Opción por los Pobres que integra Eduardo De La Serna, entre otros.
El problema es que los obispos se ocupan de asumirse en público como la representación del conjunto de la Iglesia (de hecho, en una estructura tan verticalizada es difícil que les cuestionen eso) y ése es el rol político con el cual se sienten más cómodos.
El problema es que los obispos se ocupan de asumirse en público como la representación del conjunto de la Iglesia (de hecho, en una estructura tan verticalizada es difícil que les cuestionen eso) y ése es el rol político con el cual se sienten más cómodos.
Lejos entonces de todo acto de contricción o reexamen de sus propias culpas (para decirlo en términos que les pueden resultar doctrinariamente conocidos), la cúpula del Episcopado sigue negando lo evidente, sigue sin decir lo que vio, lo que supo, lo que hizo la Iglesia argentina en los años del horror más grande de nuestra historia.
Negación que ya no tendrá la posibilidad de contribuir a clausurar ese pasado ocultando la verdad, cegando la memoria e impidiendo la justicia; porque la decisión mayoritaria del conjunto del pueblo argentino y de su gobierno elegido en las urna es muy otra; pero que habrá que tener en cuenta todos los días cuando esa misma cúpula eclesial (negada incluso al testimonio de vida de muchos de sus fieles, en la dictadura y ahora) pretenda erguir su presunta autoridad moral para hacer que su voz sea preponderante en la discusión de los grandes temas nacionales.
Respecto a este tema, justamente ayer en Puerto Cultura (canal 9), estuvo Coscia entrevistando a Vertbiski (disculpas si los nombres están mal escritos), en un programa que vale la pena rescatar.
ResponderEliminarNo entro en cuestiones religiosas, o de fe, en las que cada uno es libre de creer o no.
ResponderEliminarAclarado el punto , es innegable que la iglesia, como institución formada y dirigida por hombres, tiene en Argentina una conducta institucional -a través de su jerarquía- que no varió demasiado desde 1976.
La jerarquía conocía perfectamente lo que ocurría con las cárceles cladestinas, con las desapariciones, con los vuelos de la muerte, con la apropiación de chicos. Hablo de la jerarquía. Y no solo que sabiendo no hizo nada, sino que a través de sus miembros, enviaba delegados para calmar la conciencia de los torturadores y asesinos.
Incluso era tal el convencimiento de la jerarquía que la "limpieza" era necesaria, que guardó silencio aún en los casos de asesinatos de obispos, de sacerdotes y de monjas,resultando imposible que no tuvieran la información, la certeza, de como murió Angelelli o las monjas francesas.
Buenos muchachos, que se paran en el púlpito y pretenden enseñarnos moral y buenas costumbres.
El salvador en el que dicen creer, los echaría de su iglesia a las patadas. Es esa misma jerarquía católica que hoy le da letra a los legisladores anti K, en temas como la reforma del Código Civil, y que en las parroquias del centro porteño, bendice a los caceroludos.
El Colo.