La capa de afuera de la cebolla
está ardida, y hace llorar: después de los cacerolazos del 8N, y con el paro de
Moyano y Micheli en puerta, se plantea que el gobierno “ha perdido la lucha por
la calle”; y está encerrado en su propio relato, sin registrar las señales de
la realidad.
El ruido mediático va en
constante in crescendo de cara al 7D, alimentando la hoguera y el discurso
político de la protesta cacerola.
Los fondos buitres presionan para
cobrar, y todo el staff de calificadoras de deuda y demases aportan lo suyo con
la suba del riesgo país, agitando el fantasma del defáult, como si estuviéramos
en diciembre del 2001.
Los arrebatos de De La Sota y el
semi lanzamiento presidencial de Scioli completan el cuadro visible de un
gobierno acorralado, al que cualquiera se le para de manos; y un liderazgo
político de Cristina (sustentado en su paliza electoral) que se diluye
aceleradamente, a pasos agigantados.
Ahora bien, pelando esa capa, hay
que entrar en la siguiente, y hacer un análisis más puntual de otras variables,
no perceptibles a simple vista.
Como por ejemplo la capacidad
concreta de los medios hegemónicos de marcar la agenda y el humor social, capacidad ya
desacreditada en las elecciones del año pasado, y que -en tanto su discurso se radicalice
cada vez más- corre el riesgo de replicar siempre sobre el círculo cerrado de
las audiencias redundantes, ya harto convencidas.
O la consistencia política real
del cacerolismo, vista su horfandad propositiva y sus limitaciones concretas de
despliegue político, más allá de las redes sociales y de las convocatorias
puntuales: la masividad de las protestas no se tradujo hasta ahora en cambios
sustanciales en el sistema político (tal la pretensión maximalista de sus
promotores); y comienzan a aflorar tensiones internas sobre el modo de seguir y
hacia donde ir, de acá en adelante.
También en ésta capa de la
cebolla hay que analizar la concreta capacidad de procesamiento y conducción de
las demandas por el sistema político; lo que nos remite necesariamente a la
evolución del conglomerado opositor post 54 %: nada hace indicar que alguien
allí haya levantado cabeza por encima del marasmo general.
Así como también hay que
considerar la situación y peso político reales del sindicalismo opositor, que
con el paro de mañana habrá gastado buena parte de sus cartuchos en su escalada
por confrontar con el gobierno, incluyendo a Moyano, Micheli, Barrionuevo y
Buzzi en la movida.
Habrá que ver si los frutos están
a la altura de la siembra, o terminan protagonizando una exhibición de sus
verdaderos atributos y de su real capacidad de movilización y presión.
Las dificultades económicas que
se asoman en el horizonte y los problemas de gestión que indudablemente tiene
el gobierno (con proyectos a mediano plazo de los que no se pueden esperar
resultados contundentes de un día para el otro, como la expropiación de YPF, la
reforma del BCRA o el plan Procrear) completan el cuadro.
Pero aun en ese aspecto, ni tanto
(como plantean los profetas del Apocalipsis) ni tan poco: es el comportamiento
estructural de la economía hacia el ya cercano 2013 al que hay que prestar
atención; más allá del ruido en torno a la deuda, los fondos buitres, los bonos
y la grita de los sectores del establishment, exacerbada por el proyecto de
regulación de los mercados de capitales que se apresta a tratar y aprobar el
Congreso.
Y si de comportamiento
estructural hablamos, las variables centrales a considerar son las que afectan
al hombre y la mujer de a pie (consumo, empleo y salarios); con un dato no
menor: dentro del amplio archipiélago opositor no hay disponible, hoy por hoy,
ni siquiera el esbozo de un programa económico alternativo al del gobierno; ni
nada que se la parezca.
Lo cual es la mezcla de dos
factores: la mayoría concuerda con aspectos centrales de ese programa, y los
cambios que quisieran introducir no pueden exponerlos en público, porque no
serían redituables electoralmente.
Otro tanto sucede con el problema
de la re-reelección (que los medios opositores y buena parte de la dirigencia
política entienden sepultada definitivamente como consecuencia de los
cacerolazos), la sucesión de Cristina y el recalentamiento de la interna
peronista.
Es tan absurdo plantear que desde
el gobierno (o el dispositivo político que lo sustenta) se deje de agitar el
fantasma de la reforma constitucional, como que se haga de esa discusión el eje
central que vertebre todo el tablero político nacional, o el discurso desde el
cual captar la atención ciudadana: aun los que están visceralmente en contra de
la posibilidad de otro mandato de Cristina, deberán fatalmente optar por alguna
de las múltiples alternativas opositoras en las elecciones del año que viene, o
esterilizar su voto votando en blanco.
Los apetitos políticos personales
al interior del peronismo (con presidenciables siempre en las gateras, como
Scioli o De La Sota) son tan antiguos como la propia historia del movimiento; y
las ambiciones están allí a la altura de la prudencia: los muchachos seguirán
oteando el horizonte (o las encuestas, si les creen) para ver como evoluciona la
cosa, y mientras tanto, los desafíos abiertos al liderazgo de Cristina sólo
provendrán de los outsiders (como De Narváez), o aquellos otros que siempre
tienen un redil al cual volver, como De La Sota.
El resto -incluyendo a Scioli-
seguirán acompañando (por lo menos en público) el modelo kirchnerista, por una
mezcla de convicción y necesidad: del mismo modo que Cristina hoy no tiene
re-reelección, no hay disponible -hoy por hoy- un liderazgo alternativo en el
peronismo, con la potencialidad electoral del que encarna Cristina; de cara al
lejano 2015.
Al gobierno se le plantea el
dilema de la organización de la fuerza propiamente kirchnerista hacia el
interior del peronismo, porque nada hace suponer hoy que (aun ganando el año
próximo) pueda sortear las vallas institucionales a la re-reelección, sin
acuerdo con al menos una parte de la oposición.
Aun así, deberá enfrentar en las
mejores condiciones posibles los tres años de mandato que a Cristina le quedan
por delante, y con la posibilidad de incidir en su sucesión, para garantizar la
continuidad del proyecto político iniciado el 25 de mayo del 2003.
Llegamos así al corazón de la
cebolla, a la capa del centro; que tiene que ver con las elecciones
legislativas del año próximo, por la simple y sencillo razón de que son el
medio institucional para zanjar las disputas políticas, y la cita previa a la
renovación presidencial.
Y más precisamente a la
percepción ciudadana sobre la realidad del país (la real, no simplemente la
epidérmica) para entonces; que sustancialmente estará vinculada con la
situación de la economía, y como afecte a las personas, y a las familias.
En ese sentido, aunque puedan
influir otras variables (pero centralmente en sectores ya decididos a votar
contra el kirchnerismo), no es un dato menor que las elecciones puedan
plantearse como una especie de plebiscito contra la gestión y la figura de
Cristina.
Primero porque no hay que perder
de vista que la elección es legislativa (lo cual incrementa la tendencia a la
dispersión del voto opositor), y segundo porque por ese lado se ponen en un
primer plano las cuestiones de gobernabilidad.
Porque si algo demuestran los
cacerolazos justamente es (además de una crisis de representación política)
que no se ha construido una alternativa seria al kirchnerismo, que haya
demostrado estar en condiciones de hacerse cargo de gobernar el país; ante la
imposibilidad de un tercer mandato de Cristina.
Segundo porque, si la economía
repunta, el gobierno y la presidenta (además de cosechar rédito electoral),
habrán vuelto a demostrar que pueden lidiar con situaciones de crisis, y
garantizar gobernabilidad: un activo no menor, considerando que la siguiente
elección es presidencial.
Y en ese caso la discusión por la
reforma y la re-reelección se darán en un contexto completamente diferente.
Mientras tanto hay que militar de predicadores. Dar la discusión por todo y en cada lugar. Tenemos que mostrarnos en movimiento, en las cosas que podamos hacer. Es necesario que la dirigencia peronista kirchnerista se ponga al hombro crear los espacios que su referencia -o los cargos en los que están por Cristina- posibilitan para que nos encontremos a conversar, esclarecer, ser esclarecidos, sobro todos los temas que marcan la realidad. Necesitamos que los dirigentes y funcionarios K -dos cosas distintas, porque hay algunos que no llevan ni a su vieja, ni hablar la esposa o novia- también se arremanguen y militen, Que apoyen las actividades de los militantes sin estar calculando con cuanto se quedan o se benefician de ellas.
ResponderEliminarLa oposición ya no manda fruta, ahora es pura verdura, cebolla va. He dicho
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