El sábado nomás decíamos acá que "Hay un clima espeso por estos días en ciertos ambientes, más incluso que lo habitual en diciembre en los últimos años. Sobre todo en el microclima de la política (o los politizados) y sus aledaños, con epicentro en las redes sociales.
Es como una mezcla de percepciones con deseos (en algunos casos, inocultables) de que todo lo que estaría a punto de pudrirse finalmente se pudra, y todo vuele por los aires. Pero en ese microcolima juegan fuerte cosas como las de Córdoba, a punto tal que terminan perdiendo la noción de como fueron las cosas: el lumpenaje (y no tanto) que salió a robar a mansalva, lo hizo porque tenía la certeza de que no había policía.
Por supuesto que ese tipo de hechos generan un efecto espejo, y la tentación de la imitación; que va desde las demás policías provinciales, que ven una oportunidad de oro para presionar por mejoras salariales y otras cuestiones, hasta los que tantean saqueos en pequeña escala a ver que respuesta hay.
Un caldo de cultivo potencial para que la cosa se desmadre, si no tiene la cabeza lo suficientemente fría (todos: los que gobiernan, los ciudadanos comunes) como para distinguir los hechos ciertos, de las operaciones que están -como es habitual en estos casos- a la orden del día.".
De allí para acá, las cosas transcurrieron más o menos para esos carriles, para peor; y sin ser alarmistas, hay que reconocer que cuando ciertas situaciones de conflicto se instalan, es muy complejo desmontarlas.
Y exige mucha serenidad en el análisis, y mas serenidad -y firmeza aun- en las decisiones.
Lo primero que debería hacerse en descartar las analogías fáciles con otras situaciones, partiendo de una coincidencia en el almanaque con otros diciembres trágicos; coincidencia que a esta altura queda claro que es más buscada que casual, justamente para provocar esa analogía en la memoria del inconciente social, que espera la decantación del proceso en un sentido conocido (el helicóptero), pero que se dio en un contexto político diferente.
Tan diferente como que en aquel diciembre las muertes fueron consecuencia del desmadre de la represión policial descontrolada, única respuesta que acertó a articular un gobierno que se caía a pedazos, ante un previo y generalizado estallido social; mientras en éste, lo primero que apareció en escena fue el abandono de sus funciones por parte de las fuerzas de seguridad, dejando el territorio liberado para las bandas de delincuentes; y a la sociedad inerme y desprotegida.
Y del mismo modo que hay que evitar analogías forzadas entre situaciones diferentes, hay que saber distinguir la generación de los hechos, de su aprovechamiento posterior: es innegable que existen y existirán sectores que intentarán sacar provecho de la situación para desestabilizar las instituciones o intentarlo, pero está por verse si tienen la capacidad política de generar ese efecto, o simplemente usufructuan una situación creada. Según sea la lectura que al respecto se haga, deberán ser las respuestas.
Hasta acá los hechos ocurridos en las distintas provincias siguieron un modus operandi similar, lo que no necesariamente supone una previa articulación, sino más bien el efecto espejo de imitar un método: la policía protesta dejando de cubrir el territorio para prevenir el delito, y los delincuentes hacen su agosto, o diciembre. Sin descartar que existan otros elementos que sumen, como los cortes de luz.
Los reclamos policiales han seguido en todos lados (por sus métodos, más allá de las demandas puntuales) una clara lógica extorsiva, de apriete al poder político civil: a casi 30 años de la vuelta de la democracia (a propósito: ¿no sería oportuno suspender los festejos hasta que la cosa se calme?), un doloroso recordatorio de una de sus principales asignaturas pendientes; como lo es la democratización de las fuerzas de seguridad, con pleno control del poder político, y recorte de su autonomía corporativa.
Asignatura pendiente que curiosamente se superpone con el debate sobre la sindicalización de las fuerzas de seguridad, que la han asumido de hecho, y del peor modo: informalmente (lo que supone eludir las responsabilidades que conlleva organizar y sostener una organización gremial), y con el apriete extorsivo y mafioso como único método conocido, poniendo a los gobernantes/empleadores ante el abismo de los saqueos, el vandalismo y la delincuencia medrando en las calles abandonadas.
Una extorsión que hasta acá se ha revelado eficaz: ver si no las vacilantes respuestas de los gobernadores, empezando por la absoluta irresponsabilidad de De La Sota; que arrojó la primera chispa al incendio por el modo como zanjó el conflicto policial en su provincia.
Pero la eficacia de la extorsión policial funciona sobre la base de ciertos presupuestos incompatibles con la democracia, que van desde los pactos espúreos para la administración del delito y su economía (el narcotráfico es el caso más conocido, pero no el único seguramente); hasta la posibilidad latente de utilizar a las fuerzas de seguridad en la represión de la protesta social legítima.
Lo que supone también alguna autocrítica de muchos sectores de la sociedad (lo que incluye ciertamente a mucha gente común, con las que nos cruzamos a diario), que han construido un discurso de estigmatización de la pobreza -homologándola sin más a la delincuencia- y legitimación de la mano dura; para llorar luego no pocas veces sobre las trágicas consecuencias del gatillo fácil de esa misma policía: en esas zonas oscuras de la mente colectiva opera la extorsión policial al poder democrático, con posibilidades ciertas de tener éxito en sus demandas.
De allí que cuando Néstor Kirchner planteó desde el inicio de su gobierno la firme decisión de no reprimir la protesta social, y buscarle canales de contención mientras se desplegaban políticas de inclusión, no siempre tuvo un amplio acompañamiento social.
A fuer de ser sinceros, sin las mejoras objetivas de la economía y los indicadores sociales en todos estos años, no le hubiera sido posible al kirchnerismo sostener ese discurso y la praxis que es su consecuencia, sin quedar huérfano del apoyo de considerables sectores de la sociedad; aun los que hoy elogian a Mandela, o dicen que apoyan la AUH.
Mientras los saqueos (en rigor: robos en poblado y en banda, atentas las circunstancias) se suceden en diferentes puntos del país, la FAO certifica que la Argentina ha logrado en los últimos años, erradicar el hambre crónica.
De allí que sería una falta de respeto a la inteligencia decir que estamos ante situaciones de hurto famélico, o robos por desesperación.
Sin embargo, del simple hecho de que alguien decida robarse un LCD o un plasma en lugar de víveres de la canasta básica, no se puede deducir que no existan en nuestro país situaciones de desigualdad y fractura social, que generan el caldo de cultivo para comportamientos anómicos y antisociales.
En esto como en la lectura de la génesis y el desarrollo de los conflictos policiales hay que ser precisos e inteligentes, para no equivocar las respuestas que la situación demanda.
suscribo.
ResponderEliminardifícil pedir prudencia cuando lo que abunda es miedo