Aquel 24 de febrero de 1946 marcaba el primer triunfo electoral del naciente peronismo, y el acceso de Perón a la presidencia de la nación por el voto popular; como sería costumbre desde entonces y hasta su muerte, cada vez que fue candidato.
Se cerraba en las urnas el capítulo abierto con el golpe del 43' que puso punto final a la llamada "Década Infame", y comenzaba un ciclo político que habría de cambiar para siempre la Argentina pastoril heredada de la Generación del 80'.
Ni siquiera los intentos de desperonización posteriores a 1955 (incluyendo por supuesto el macabro experimento de reingeniería social de la última dictadura) lograron hacer retroceder a nuestro país a los tiempos previos a la irrupción de Juan Perón en el primer plano de la escena política argentina.
Lo que no implica -por cierto- que la Argentina de hoy sea igual a la que el peronismo construyó ni mucho menos; pero la experiencia política que abrieron las urnas de aquél 24 de febrero significó una profunda bisagra en nuestra historia.
En términos de realizaciones concretas, pero por sobre todas las cosas, de esclarecimiento del debate político central, de memoria colectiva perdurable; como un constante recordatorio de que es lo que está verdaderamente en juego, cuáles son los proyectos de país en pugna, y quien está detrás de cada uno de ellos, entonces y hoy.
Nunca como entonces las cosas estuvieron tan claramente planteadas en la Argentina, y nunca desde entonces nadie pudo confundirse, a menos que lo quisiera: todos los que expresaban el país que pujaba por salir, expresarse, hacerse visible y ganar participación y derechos estaban de un lado; todos los que se resistían a romper los moldes (económicos, políticos, sociales, culturales) de la granja colonial -en la cual había incluso lugar para ciertas izquierdas-, del otro.
Un candidato que era ignoto hasta apenas dos años antes, con una estructura partidaria improvisada y armada a los apuros, ganaba la elección; juntándoles las cabezas a los "consagrados" de los partidos tradicionales, que además conformaban un conglomerado armado por lo menos tres años antes, para presionar al gobierno de facto a que diera una salida electoral, seguros de ganar.
Toda una lección de la historia para los que hoy, casi siete décadas después, se empiezan a probar el traje de presidenciables a partir de una elección, una campaña en los medios o alguna circunstancia fortuita de la historia; como el "voto no positivo" de Cobos.
Una campaña electoral que transcurrió en un clima de marcada polarización política, que no fue causa sino consecuencia de la situación real del país: las profundas desigualdades e injusticias existentes y que Perón y su movimiento vinieron a reparar; en el país en el que existía un ministerio de Agricultura y no uno de Salud (porque importaba más la vaca que el peón), o la mitad de los convocados para el servicio militar obligatorio eran rechazados por su deficiente aptitud física; porque el hambre se enseñoreaba en el granero del mundo, que aun hoy muchos recuerdan con nostalgia como una edad dorada.
Y también una campaña marcada por la desembozada ingerencia extranjera en nuestro asuntos internos, con aquel embajador yanqui (puesto a la tarea de organizar y liderar la oposición al peronismo) y su "Libro Azul" (difundido con la torpeza con que los EEUU suelen manejar estos asuntos), difundido a menos de dos semanas de las elecciones; y que terminaría siendo un búmerang: la consigna "Braden o Perón" expresaba en su contundente simplicidad, lo que estaba realmente en juego en aquella hora de la Argentina.
Que no es ni mas ni menos que lo que está en juego hoy en Venezuela, aunque como entonces nos quieran vender espejitos de colores diciéndonos (como hace 68 años) que se trata de la lucha de los amantes de la libertad, contra un régimen totalitario.
Hace 68 años la Argentina profunda, que había permanecido invisible a los ojos de muchos hasta el 17 de octubre del 45', el subsuelo de la patria sublevado que inmortalizara la pluma de Scalabrini Ortíz, confirmaba en las urnas su compromiso con el hombre que los había sacado del olvido para otorgarles dignidad y derechos.
Los que nunca entienden nada, inauguraron entonces (justo cuando el país votaba libremente tras 16 años de golpes y fraudes) el cuentito del clientelismo político o de la dominación carismática, para explicar torpemente lo que no supieron ver y menos atinaron a expresar: el protagonismo político de los trabajadores argentinos.
Y del mismo modo que la gran mayoría de esos trabajadores siguen viendo hoy al peronismo como su identidad política, la gran mayoría de los herederos de aquellos sabios desconcertados por la voz de las urnas de aquél 24 de febrero siguen en tinieblas; intentando explicar lo que es sencillo, desde el arsenal de zonceras complicadas.
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