domingo, 15 de junio de 2014

LA TEORÍA DEL DERRAME POLÍTICO


Muchas veces hemos dicho en éste blog que el kirchnerismo (primero con Néstor, luego con Cristina) logró disimular bastante bien todos estos años la profundidad de la crisis del sistema político argentino; que se hizo dramáticamente visible en la crisis del 2001.

A fuerza de recomponer la autoridad presidencial y la capacidad de intervención y gestión del Estado, con rendimientos desparejos según las áreas, y con déficits marcados en la construcción de una fuerza política propia, pudo trazar una hoja de ruta e intentar llevarla a cabo; desde una lógica de gobernabilidad completamente distinta a la seguida por nuestra transición democrática hasta el 25 de mayo del 2003.

Una lógica en la que la política intenta preservar un espacio para su autonomía, como el mejor reaseguro para tratar de poner en acto lo que dice de ella la teoría: asumir la representación de los intereses generales (y como es imposible hacerlo con todos, priorizar los de las grandes mayorías); intentando conciliar los intereses contrapuestos que existen en una sociedad, hasta donde sea posible.

Lógica absolutamente distinta a la de las corporaciones, que no se llevan muy bien con la democracia; a punto tal que ni la practican hacia adentro, ni se sienten muy convencidos de respetar sus resultados, cuando se traducen en una orientación de las políticas públicas divergente a la de sus intereses. Por no decir que no son precisamente permeables a los llamados del poder público a conciliar esos intereses, con los del conjunto de la sociedad.

Vemos si no lo que pasa en estos días con los bancos y las automotrices (que se cuentan sin dudas entre los grandes ganadores de la década) cuando se trata de conseguir que bajen las tasas de interés o los precios de los autos para reactivar el consumo y la actividad. La sola posibilidad de tener que ceder parte de la extraordinaria rentabilidad que vienen obteniendo los pone en pie de guerra, y no vacilan en apelar a todo tipo e maniobras para defenderlas con uñas y dientes; ajustando siempre por lo más delgado: el empleo, los salarios, el acceso al crédito.  

Dijimos también muchas veces que ese modo de gobernabilidad ensayado por el kirchnerismo representaba un activo a ser preservado en el futuro por el conjunto del sistema político más allá de la actual experiencia; porque contribuía sin dudas a fortalecer la densidad de nuestra democracia.

Democracia que no supone (como creen ingenua o interesadamente algunos) la ausencia del conflicto, sino más bien la posibilidad de procesarlo racionalmente; fijando los mecanismos para laudarlo cuando existe imposibilidad de síntesis de los intereses en pugna.

No se trata de que ampliar los límites de la democracia (avanzando en la consagración de nuevos derechos, o en la garantía plena de los existentes) suponga necesaria e inexorablemente el conflicto o la imposibilidad de construir consensos; sino de tomar nota del hecho incontrastable de que, en sociedades desequilibradas e injustas como la nuestra, para que los más relegados conquisten derechos, termina siendo condición necesaria que los más favorecidos resignen algún privilegio.

Se proponga o no un proyecto político -el kirchnerismo o cualquier otro- vivir bajo una lógica épica de conflicto permanente, a poco que se plantee encarar transformaciones profundas -tanto más profundas como lo sean las inequidades que deba remediar-, el conflicto terminará apareciendo; aunque no se lo haya provocado.

Tomemos un ejemplo del pasado cercano: cuando el gobierno estableció la AUH existía cierto consenso amplio en el sistema político (hoy disminuido, paradojalmente mientras se dice que aumentó la pobreza) sobre que era una medida necesaria; y sin embargo para que se la pudiera concretar -al menos en sus primeros momentos- fue necesario afectar los intereses de los bancos liquidando el sistema de las AFJP, una decisión sobre la cual no existió -ni de lejos- el mismo grado de consenso. 

Cuando decimos que el modo de gobernabilidad instaurado por el kirchnerismo disimula la crisis de nuestro sistema político estamos sosteniendo que esa crisis (traducida en fragmentación, debilidad y escasa densidad para oponer el poder institucional y democrático a las lógicas corporativas) sigue estando allí, y aflora permanentemente.

Como se pudo ver esta semana con la presencia masiva de dirigentes de todo el arco político (incluyendo oficialistas, como Daniel Scioli) en el seminario convocado por el Grupo Clarín, o en el encuentro de Binner con la Sociedad Rural, la AEA y varios miembros del Foro de Convergencia Empresaria.

Presencias que no obedecen tanto a un simple ejercicio masivo de genuflexión, como que se trata de que esos dirigentes tributan a otra lógica de gobernabilidad, que podríamos calificar como una especie de "teoría del derrame político".

Sabido es que la teoría del "derrame" económico concebida en los 90' operaba bajo el supuesto de que no había que cuestionar el modelo de acumulación ni señalar sus efectos negativos sobre el empleo o el salario, porque a la larga terminaría generando tales niveles de desarrollo que la copa desbordaría, y volcaría el excedente hacia los que se quedaban esperando afuera.

En éste caso la idea es que deben enviarse constantemente señales de paz, amor y buenas ondas al poder económico más concentrado y sus representantes; e incluso (en los casos extremos) prestarse gustosos a convertir al sistema político en un simple vehículo de sus demandas sectoriales, con la esperanza de que eso "derrame" paz social, estabilidad política y consolidación de las instituciones, por la presunta y mágica desaparición de los conflictos: la famosa (y tonta por simplista) idea del fin del "clima de crispación".

La sobreactuada obsesión de muchos políticos argentinos por dar el presente cada vez que Magnetto toca el pito no se correspondería (en términos de lógica política estricta) con el hecho de que el Grupo Clarín estaría transitando sus últimos meses como tal (al tener que desguazarse para adecuarse a la ley de medios); si no se comprendiese que actúan bajo esa lógica, que trasciende la anécdota del seminario organizado por  ellos: con esa misma lógica asisten a Expoagro, o los coloquios de IDEA, por citar ejemplos emblemáticos.

Si está comprobado empíricamente que la teoría del derrame económico demostró ser una falacia y una mistificación para encubrir la profunda reestructuración productiva y social del menemismo, no hay razones para suponer que en el caso del "derrame político" el resultado pueda ser distinto; en términos de consolidación y profundización de la democracia.

Por el contrario, múltiples ejemplo de nuestra historia -reciente y no tanto- demuestran exactamente lo contrario.

2 comentarios:

  1. Fueron todos a dar pruebas de que respiran bien en el "clima de negocios", digamos.

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  2. no van sólo a rebuznar, algunas razones de peso también movilizan
    11.06.2014
    Efecto Poliarquía: Crisis en RAP, la cofradía de políticos antiK
    LPOEl escándalo en la consultora salpicó a la Red de Acción Política que integra buena parte de la oposición.
    Empresas que financian la RAP y figuran como sus socios principales son Coca-Cola, Arcos Dorados (McDonald´s), JP Morgan, Techint, Arcor y los bancos Galicia, HSBC y Santander Río. Socios adherentes,la Barrick Gold y el Banco Hipotecario, y entre los sponsor principales Telefónica, IBM y el Banco Francés.
    http://www.lapoliticaonline.com/nota/81248/

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