domingo, 14 de diciembre de 2014

NOS, LOS REPRESENTANTES DEL PUEBLO


Por Raúl Degrossi

Cada aparición pública de Cristina termina reafirmando su absoluta centralidad en la escena política nacional, y el acto de ayer no fue la excepción. Con mensajes claros para adentro y para afuera del kirchnerismo, de cara a un año electoral en el que restan definiciones importantes (la principal, la candidatura del oficialismo), y en el que sobran operaciones de todo tipo; la última la de su propia candidatura al Parlasur, desestimada ayer.

Tal como lo viene haciendo en los últimos tiempos, Cristina metió el dedo en la llaga al desafiar a los opositores a mostrar claramente las cartas, diciendo que proyecto de país expresan, y que harían concretamente en caso de llegar al gobierno; desacreditando la "fotopolítica" (otra vez: para propios y para extraños), y el minué de candidaturas y alianzas en que se ha convertido en los últimos tiempos la política argentina.

Y para variar, dio en la tecla: en la "democracia de candidatos" que ha reemplazado a la competencia entre partidos, la instalación mediática y la famosa "electorabilidad" así construida son claves; que pretenden reemplazar a la organización política colectiva, la definición de un proyecto y -lo más importante aun- la explícita asunción de la representación de uno o varios sectores sociales determinados: a "quiénes" se aspira a expresar políticamente; aspecto éste mucho más decisivo que cualquier discusión bizantina sobre el "estilo" de tal o cual candidato.

Los cambios sociales producidos en la Argentina en los largos años del reinado del neoliberalismo transcurridos entre el golpe del 76' y la crisis del 2001 fueron profundos y decisivos; y aun de menor magnitud, también han sido importantes los producidos desde entonces.

La fragmentación del sistema político que, excepción hecha de la consolidación del núcleo duro kirchnerista, no hizo sino agudizarse desde el 2001, es a su vez reflejo de la fragmentación de la sociedad a la cual aspira a expresar políticamente, tanto como causa del sacudón institucional que vivimos en el final del gobierno de la Alianza.

Por eso la recomposición plena de nuestro sistema de representación política (entendido como la oferta electoral disponible) no puede ser sobre la base de lo previo a él; bajo el peligro en caso contrario de no dar cabal cuenta de los cambios producidos en la sociedad que se aspira a representar.

Esto es particularmente notorio en el caso de la ya endémica crisis del radicalismo como opción de poder nacional, que expresa su inviabilidad en términos históricos: aquél país donde la movilidad social ascendente era la constante, que supo construir estándares razonablemente aptos de integración social, en el que las clases medias valoraban aspectos como la salud y la educación pública, y -satisfechas con creces sus necesidades más básicas y sin perspectivas de pauperización a la vista- podían definirse políticamente a partir de su preocupación por los temas institucionales (la división de los poderes, el juego republicano), ya no existe.

Consolidado un piso mínimo de conquistas institucionales derivadas de la continuidad democrática (justamente lo que celebramos ayer), y aun ampliadas en los últimos años en términos de conquista de nuevos derechos y asunción por el kirchnerismo de banderas levantadas en su hora por la UCR alfonsinista (como la lucha por los derechos humanos), el discurso tradicional del radicalismo gira en el vacío, y los sectores sociales que en su hora representaron buena parte de su base electoral hoy se sienten más representados por Macri en términos políticos.

Pero además así se expresan porque se cuentan entre los sobrevivientes del experimento social darwinista del menemismo, se atienden en una prepaga, envían a sus hijos al colegio privado (y valoran ambas cosas como signo de progreso social), perciben todo ascenso de los sectores populares como una amenaza a su propio status y empatizan con los dueños de la Argentina, como quedó demostrado en forma patente en el conflicto de la 125. 

Otro tanto ocurre en el peronismo: tras largos años en los que el trabajo perdió su centralidad en la organización de la economía y de la sociedad, la recomposición del tejido productivo en los últimos años coexiste con cambios en la composición y expectativas de la clase trabajadora; con profunda asimetrías hacia su interior, en términos de derechos (formalidad/informalidad) y de niveles retributivos; que determinan a su vez acceso o no a determinados consumos y condiciones materiales de existencia.

Al mismo tiempo los sectores populares que no forman parte del mercado del trabajo formal han pasado -no obstante lo que diga en contrario la vulgata dominante- de sostener una relación clientelar con la política, a gozar de un piso de protección social garantizado por el Estado a través de jubilaciones, pensiones no contributivas o la AUH.

Eso explica en buena medida el rotundo fracaso del ensayo "laborista" o "vandorista" de Moyano, y de las estructuras y dirigentes más tradicionales del peronismo para despuntar liderazgos alternativos al de Néstor primero, y al de Cristina después. 

Cuando la política sustrae de su praxis la dimensión de la representación, queda reducida al juego de seguidismo/seducción de los factores de poder real, llámense los grupos empresarios o las grandes corporaciones mediáticas: estos últimos tienen una influencia acotada sobre las decisiones del electorado, y aquéllos ninguna. Precisamente por eso operan sobre los actores del sistema político, y no sobre los votantes.

Pese a los cambios producidos en las prácticas políticas, lo que termina definiendo el potencial electoral de cada fuerza política es a quiénes aspira a representar y en que medida lo logra, plasmándolo en un proyecto político que se revele capaz de atender sus intereses; en paralelo con su voluntad real de ejercer el poder frente a las corporaciones. Esto es justamente lo que decía ayer -con otras palabras- Cristina en su discurso. 

La persistencia de un núcleo duro de apoyos al kirchnerismo tiene que ver con una identidad política cohesionada (a contrapelo de la tendencia a la disgregación que impera en el resto de la oferta electoral) a través de distintos hitos que marcaron la década: el conflicto con las patronales agrarias, la disputa con los medios hegemónicos y la pulseada con los fondos buitres, por citar en orden los más emblemáticos.

Claro que lo apuntado puede tener valor y alcance limitado para los núcleos de la sociedad altamente politizados, y en consecuencia es insuficiente para explicar los apoyos sociales al kirchnerismo, que cualquier candidato opositor envidiaría, y cualquier candidato oficialista debe aspirar cabalmente a representar, en los términos que lo hicieron Néstor y Cristina; nada mas y nada menos que porque en esos términos se construyeron esos apoyos.

El grueso del electorado vota en virtud de sus propias condiciones materiales objetivas de existencia (sustancialmente, empleo, salario y niveles de consumo) y de su propia percepción sobre su situación; siendo probable que los sectores populares reparen mas en el primer aspecto, y las clases medias, en el segundo. 

De modo que es allí donde los candidatos tienen que poner el acento a la hora de captar voluntades, no sólo diciendo claramente que programa político aplicarían en caso de llegar al gobierno (tal el desafío lanzado ayer por Cristina), sino y previamente, a que sectores sociales aspiran a expresar y representar políticamente; sin apelar al conocido lugar común de "gobernar para todos", porque es sabido que es algo imposible en términos prácticos.

Tanto como pretender sustraer del debate político -tal como se hace con el dilema de la representación- la dimensión del conflicto.

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