Sin lugar a dudas que el
bautizado por los medios como “cepo cambiario” fue el principal tema económico
de la pasada campaña electoral, por encima incluso de cuestiones mucho más
relevantes como la inflación, el empleo o el salario.
Hasta la propia denominación
impuesta (“cepo”) nos mostró de arranque perdiendo y a la defensiva en la
explicación pública de una cuestión que tuvo y tiene importancia económica
(como el fenómeno estructural de la restricción externa), y terminó incidiendo
en el malhumor social, y a la larga, en las preferencias electorales de muchos
votantes. Prueba de ello fueron los cacerolazos urbanos, disparados por las
restricciones al acceso a los dólares, y que fueron perdiendo entidad cuando
estas se aflojaron y -tras la devaluación de enero del 2014- se rehabilitó la
operatoria del “dólar ahorro”.
El kirchnerismo en el gobierno
nunca acertó a explicar claramente cuáles eran las causas reales que motivaron
la escasez de dólares y que llevaron al cepo, y si lo hizo, no fue eficaz en el
intento; a punto tal que la mayoría supone que fue el “cepo” el que hizo
escasear los dólares, cuando en rigor fue exactamente al revés: fue la
disminución del volumen de dólares que provienen del comercio exterior (por la
debilidad del comercio mundial, la mala perfomance de algunos de los destinos
habituales de nuestras exportaciones como Brasil, y la caída y la baja de los
precios internacionales) lo que determinó que se montara el “cepo”.
Sobre eso estuvo el capítulo de
“prueba y error” con las medidas que lo fueron instrumentando en el tiempo, que
sumaban oscuridad para mucha gente llana; sin perjuicio de reconocer el hecho
de que el gobierno tuviera que irse adaptando sobre la marcha a las mil y una
“agachadas” y rebusques de los “mercados” para burlar las restricciones.
Lo cierto es que dio la impresión
de que menospreciamos el rasgo cultural de muchos argentinos de querer ahorrar
en dólares (históricamente justificado por nuestro historial inflacionario);
sin lograr que se entendiera que en cualquier país del mundo las divisas son un
activo estratégico de la economía, que por tal carácter no puede dejarse
librado pura y simplemente al mercado, del mismo modo que el tipo de cambio que
es su consecuencia; y termina modelando el perfil del desarrollo productivo.
Lo que supone -por ejemplo- que
es el Estado el que fija las prioridades para el uso de las divisas, algo
olvidado (o no explicado debidamente) por los gobiernos kirchneristas cuando
los dólares abundaban y había que intervenir en la “flotación sucia”
comprándolos para evitar una apreciación del peso; y que se reveló una
dificultad crucial cuando las condiciones cambiaron, y los dólares comenzaron a
escasear.
Allí apareció en toda su
dimensión problemática un rasgo estructural de nuestro modelo de desarrollo
productivo que es la restricción externa, que crea tensiones hacia el conjunto
de la economía; en especial porque los sectores que más dólares demandan son
los que -hoy por hoy- tienen menos capacidad de proveerlos, como la industria:
lo dicho antes sobre las condiciones negativas para el flujo de dólares creadas
por las dificultades del comercio exterior no implican desconocer otras
restricciones internas que suman presión a la demanda de divisas, como las
importaciones de energía y combustibles, o los escasos grados de integración de
piezas nacionales en muchas ramas de la industria, como la automotriz o de
electrodomésticos.
En medio de los sucesivos
reajustes de las medidas del “cepo” transcurrieron el fracaso del intento por
pesificar el mercado inmobiliario (uno de los principales reductos de la
dolarización subsistente en la economía) y el blanqueo con sus prórrogas; una
apuesta que estaba condenada de antemano al fracaso: los dólares “negros” que
se fueron del país, jamás regresaron.
Nuestras fallas comunicacionales
posibilitaron que muchos sectores del poder económico que pugnan por acceder a
las divisas para sacarlas del país (por vías legales o no) lograran encolumnar
a los pequeños ahorristas o al que quería hacer un viaje al exterior detrás del
reclamo del levantamiento del “cepo”, cuando en realidad el “dólar ahorro” y el
“dólar turista” son apenas una pequeña parte del problema, al menos si se los
compara con los dólares que se van anualmente por concepto de fuga de
capitales, distribución de utilidades de las multinacionales con sede en el
país, el “contado con liqui” y otras operetas financieras.
Incluso (en la creencia de que
así nos ahorrábamos costos políticos) a partir de enero del 2014 se les abrió
generosamente la canilla de acceso a los dólares a ambos “dólares” (turista y
ahorro), y por esa vía se fueron buena parte de las reservas, sin uso
productivo de las divisas; y sin lograr -por contrapartida- que muchos de los
que compraron dólares para el colchón o para viajar, nos acompañaran con su
voto en las elecciones del año pasado.
Así estábamos cuando Macri
(cumpliendo su promesa electoral) levantó el “cepo” o por lo menos eso dijo, y
algunos (como Bossio) se “sacan el sombrero” por la eficacia con la que lo
hizo; lo que depende de los objetivos que cada uno persiga: la devaluación
desde entonces es superior al 53 % y tiende a aumentar, se trasladó a precios
acelerando la inflación y el deterioro del salario, y empeorando los
indicadores de pobreza y distribución del ingreso.
Mientras tanto y pese a ello, la
anunciada y prometida lluvia de dólares del exterior no llega (a esta alturas,
ni siquiera los de capitales especulativos de corto plazo), los exportadores se
sientan arriba de la cosecha y no la venden, y cuando lo hacen, retienen los
dólares sin liquidarlos en el mercado cambiario; porque el propio gobierno se
los permite, habiéndoles eliminado el plazo reglamentario para que lo hagan, con
el agregado de permitirles además mantenerlos depositados en los bancos, parallevárselos cuando lo crean conveniente.
Porque hay que recordar que el
gobierno de Macri levantó el “cepo” que verdaderamente importaba, que era
-entre otras medidas- el encaje que les exigía a los capitales que ingresaban
al país quedar “calzados” por un tiempo en depósitos a plazo fijo en el sistema
bancario para evitar los movimientos especulativos de corto plazo; y las
restricciones a las multinacionales para girar dividendos: haber abierto esas
dos canillas ya nos está costando a diario pérdida de reservas, que no se
compensan con dólares que llegan; y diciembre pasado fue el mes de mayor fuga de capitales en cinco años.
Es que lo que ocurre es que
-contra las esperanzas y el voluntarismo del gobierno, que todos los días
elimina una nueva retención- el contexto internacional desfavorable sigue
siendo el mismo que cuando se impuso el “cepo”, y nada indica que vaya a
mejorar en el futuro inmediato. Por el contrario, el país está volviendo al
ciclo pernicioso de endeudamiento externo en moneda dura con acreedores
privados (cuyo pago requerirá a su vez más divisas, y le sumará presión al tipo
de cambio) que termina financiando la fuga de capitales.
Y el ritmo de
devaluación del peso se acentúa, alimentando la espiral inflacionaria de la que
muchos creen protegerse comprando dólares, en un círculo vicioso que a la larga
solo puede traer aparejadas dificultades. Por malo que haya sido el “cepo” (en
su diseño o en su comunicación) no se compara con los riesgos que entraña que
el Estado resigne deliberadamente instrumentos de control de elementos
estratégicos de la economía, como las divisas y el tipo de cambio.
El cepo era doble. No solo para los compradores sino para el gobierno.
ResponderEliminarDe a poco(acordate que al principio solo se hablaba que todos podían menos los evasores), se fue profundizando(por eso yo prefiero calificarlo como "represión cambiaria).
La tendencia era hacia:
1)Disminucion paulatina de reservas
2)Represión de importaciones, paralizando de a poco a la industria(sobre todo en 2014).
3)Desaparición de la inversión externa(y muchas veces la inversión local es como si fuera externa, parte de dolares)
4)Efecto inflacionario de expectativas por el dolar blue.
La entrega de dolar ahorro y turismo(nunca fue tan barato vacacionar afuera), no creo que haya estado relacionado con votos(sería muy estúpido), sino con regular el blue. El problema es que eso era un drenaje de reservas escasas, y si lo cortaban se escapaba el paralelo.
Todo por no reconocer el creciente atraso cambiario.
Una represión cambiaria como la que hubo siempre termina en fracaso si dura mucho. Me parece solo justificable durante una guerra o una catástrofe. Ni en 2002-2003, sin reservas, hizo falta.
Volviste Marianote, estabas desaparecido. Seguramente festejando la exitosísima salida del cepo que borró de un plumazo todos estos problemas que señalás: "1)Disminucion paulatina de reservas
ResponderEliminar2)Represión de importaciones, paralizando de a poco a la industria(sobre todo en 2014).
3)Desaparición de la inversión externa(y muchas veces la inversión local es como si fuera externa, parte de dolares)
4)Efecto inflacionario de expectativas por el dolar blue."
Porque ahora las reservas crecen, la actividad industrial repunta, la inversión externa llueve a raudales y la inflación cae estrepitosamente. ¿O no?
Cuando hablamos del “cepo”, hay dos aspectos diferentes a considerar. Por una parte, el control de capitales para impedir movimientos bruscos o especulatorios que afectan a la economía real. Esto es algo que hoy día hasta el FMI reconoce como instrumento legítimo de política económica de un país, y de hecho el uso del término peyorativo “cepo”, que viene de la Inquisición, es una concesión al enemigo, que precisamente quiere desprestigiar esas políticas en la mente del público.
ResponderEliminarEl otro aspecto del “cepo” son las medidas para frenar las importaciones y adecuarlas al flujo de divisas que proveen las exportaciones. Esto es problemático porque frena el crecimiento económico. La respuesta adecuada al problema de la falta de divisas es la devaluación. De hecho, fue precisamente por esa imposibilidad de devaluar que la Convertibilidad destrozó a la economía. La lección de la Convertibilidad fue que el tipo de cambio debe ajustarse siguiendo los vaivenes de la economía real. Y la experiencia internacional es que si se hace esto, se puede lograr desacoplar el tipo de cambio de los precios internos. Como lo demuestra recientemente México, que ha devaluado con un impacto inflacionario ínfimo.
En la Argentina del 2003-2007, por el contrario, la política monetaria trató por todos los medios de impedir que el peso se revaluara con respecto al dólar (o sea que el gobierno popular hizo una política monetaria devaluatoria). Esto generó inflación, porque el equilibrio del momento era un dólar barato. Y luego se manipularon las estadísticas del INDEC para ocultar la inflación. Pero la economía es una ciencia de expectativas, y con estas políticas lo que se logró fue lo contrario de lo deseable: en lugar de desacoplar precios y dólar, los dos quedaron íntimamente ligados. De ahí en más, el valor del dólar fue la única referencia posible para los agentes económicos, y cuando se dio vuelta el ciclo y necesitábamos devaluar, nos encontramos en la trampa de que no podíamos hacerlo, porque el traslado a precios sería masivo. De ahí el cepo y el insistir en que la devaluación era mala para el nivel de vida del pueblo, lo cual era estrictamente cierto en el contexto económico, pero omitía decir que el contexto era en parte producto de políticas anteriores. Y además se dio la paradoja que nos oponíamos a la devaluación pero la promovimos en 2003-2007, además por supuesto de criticar a la Convertibilidad, cuyo rasgo distintivo era impedir devaluar.
Todo esto es si se quiere trágico porque se perdieron las elecciones por estos errores, y no se puede ni siquiera decir en su defensa que facilitaron los grandes avances de la década ganada, más bien lo contrario. Y también significaron que una amplia franja de economistas de ideología en principio progresista, incluso algunos que ahora ocupan puestos en el gobierno de Macri, se convirtieran en furiosos anti-K. A esta gente le espera en los próximos años la gran “desilusión” de comprobar que en la Argentina el único progresismo posible es con “la grasa militante” y no contra ella. Cuando eso ocurra, debemos esperarlos con programas económicos realistas, sustentables y coherentes, que por lo demás es la manera de ganar elecciones.