El discurso económico del neoliberalismo (ese que es
replicado a diario por los medios hegemónicos, los econochantas de la city y
los funcionarios del gobierno) se presenta no sólo como un producto elaborado
de la razón, sino como la razón misma.
Cuando se criticaba en los años
90’ la pretensión de imponer un “pensamiento único” se aludía en esencia a eso:
concebir a las ideas matrices de las políticas económicas y sociales que se
desplegaron por entonces en el país, la región y buena parte del mundo como las
únicas auténticamente racionales, que marcaban el camino que necesaria e
inexorablemente debía seguirse; porque de lo contrario devendría una inagotable
serie de catástrofes.
Demás está decir que la historia
demuestra que la cosa ha sido exactamente al revés: justamente por seguir a pie
juntillas ese “único camino racional posible”, muchos países (entre ellos, el
nuestro) se vieron envueltos en profundas crisis económicas y sociales, con
repercusiones políticas e institucionales.
Que el fenómeno se haya repetido
una y otra vez desde el 2001 para acá, replicado en numerosos lugares a lo
largo del globo, no ha disuadido a los cultores y profetas de ese “pensamiento
único” de seguir presentándolo como la panacea, con un dogmatismo tan cerrado
que lleva a dudar de que se trate -en efecto, y como lo presentan- de una
construcción racional.
Porque si alguien insiste -contra
toda lógica elemental derivada de una simple observación de los hechos- en
repetir como un mantra un discurso que se da de patadas con la realidad (como
está pasando ahora en la Argentina -por ejemplo- con el dogma monetarista y la
inflación), hay allí una primera pista de un pensamiento de ribetes mesiánicos,
dogmáticos y voluntaristas; y por ende en buena medida, irracional.
Que sin embargo se presenta como
la exposición objetiva de leyes naturales, casi físicas: así aplicando el
conocido ejemplo que inspiró a Newton la ley de gravedad, del mismo modo que si
se corta lo que unía a la manzana al árbol esta caerá indefectiblemente al suelo,
en economía (ignorando su naturaleza de ciencia social) dada una variable “A”
indefectiblemente se producirá el efecto o consecuencia “B”, y no hay nada que
se pueda hacer.
Pese a ello, no deja de ser
paradójico el modo en que reaccionan el neoliberalismo y sus cultores cuando
los agentes económicos se comportan de un modo para ellos inesperado, pero que
responde estrictamente a la única racionalidad lógica instrumental que aceptan,
que no es otra que la de sus propios intereses.
Mucho de esto puede verse en el
gobierno de Macri, sus políticas y sus reacciones ante esos comportamientos y
sus efectos en la economía, por ejemplo la inflación: es como si a diario se
repitieran para sus adentros la célebre frase de Pugliese, aquélla de “les
hablé con el corazón, y me contestaron con el bolsillo”.
La imagen vale para las
exportadoras que no liquidan divisas, los bancos que aprovechan todas las
“bicicletas” habilitadas por el gobierno para fugar divisas y complicarle el
frente cambiario, los sectores de las economías regionales que se quejan y
sostienen estar peor que antes, los formales de precios que remarcan
salvajemente y generan la inflación, o los grandes grupos industriales
favorecidos por las medidas del gobierno que -no obstante eso- despiden o suspenden
empleados; alimentando la tensión social.
Es entonces cuando los cultores
de la presuntamente única racionalidad económica, puestos a buscar
explicaciones (es decir racionalizar el proceso) se internan en los dominios de
la sicología: nos cuentan que “es necesario generar confianza”, “mejorar las
expectativas” (si se trata de alentar la inversión) o derrumbarla, si de lo que
se habla es de inflación. O de “dar reglas de juego claras que transmitan
previsibilidad”, como si se tratara de calmar los trastornos de ansiedad de un
paciente dándole ansiolíticos.
Y aun antes de que todo falle, o
no responda según lo previsto, apelan a los mismos recursos: recordemos cuando
en campaña Macri prometía una lluvia de inversiones que iban a llegar al país
porque el solo cambio de signo político del gobierno generaría “un shock de
confianza”. Una confianza rayana en la fe, que -como todos sabemos- no requiere
de certezas ni evidencias irrefutables.
Claro que en economía a la
confianza hay que ayudarla, y tal parece que a veces, ni siquiera con eso
alcanza: no basta un gobierno “market friendly” que tome una medida tras otras
a favor de “los mercados” y el capital para conseguir “pobreza cero” o más
modestamente, mejores niveles de equidad social. Por el contrario, en la
mayoría de los casos el efecto logrado es el contrario; y eso sin entrar
también nosotros en el sicologismo social y ahondar en el punto de si es
verdaderamente eso lo que persiguen las políticas del gobierno de Macri.
Dejando de lado esa cuestión y
aun dentro de lo que para ellos son premisas centrales (por ejemplo bajar la
inflación) cuando las cosas fallan o no resultan según los modelos de
laboratorio todas las proyecciones econométricas, los fatalismos deterministas
que desconocen la naturaleza social y política de la economía y sus agentes y
toda la pedagogía seudo newtoniana queda reducida a un “puede fallar” (en el
mejor estilo Tu Sam), porque “no hay confianza”, o es “necesario recrearla y
generar credibilidad”.
Queda todo reducido entonces a una
“cuestión de fe”: se cree, o no se cree; sin dar ni pedir razones. Será quizás por eso que el Papa
se enoja tanto con el neoliberalismo y sus premisas y lo combate: no solo
porque se sustenta en valores o principios ajenos a los del cristianismo, o
porque produzca como resultados concretos un agravamiento de la desigualdad y
la pobreza, y una profundización de estructuras socialmente injustas.
También porque además representa otra “fe” que tiene sus propios “convencidos”,
“predicadores” y “fieles”, dispuestos a la adoración de una deidad, en éste
caso “el mercado”, que constantemente exige sacrificios pero cuyos designios
(que se suponían conocidos, por seguir leyes objetivas e inmutables) resultan
al final inescrutables. Le disputa clientela, digamos.
En relación con esto; hay que difundir un discurso contrahegemónico desde el llano, en el cara a cara y puerta a puerta. Darle espacio a los pensadores "insubordinados" de Nuestramérica y acercarlos al pueblo. Hay que contrarrestar este discurso irracional mediante un contacto directo, no mediatizado.
ResponderEliminarEstaba leyendo el libro de Marcelo Gullo "La insubordinación fundante". Ahí está el camino. Es un libro corto, fácil de leer, sus explicaciones son simples, convincentes; y por lo tanto es extraordinariamente efectivo.
Allí el autor explica mediante estudios históricos del caso yanqui, alemán, japonés, que la insubordinacion fundante, que les permitió a estos países otrora periféricos convertirse en países centrales -es decir, que pasaron de subordinados a subordinantes en el orden universal- consistió en primer lugar, en una insubordinación ideológica ante el discurso hegemónico. Ese es el punto de partida; luego esto posibilita el impulso estatal necesario para transformar la matriz económica del Estado Nación. Pero antes es necesario un proceso de insubordinación cultural e ideológico.
A lo mejor ya lo tienen leído y estoy explicando esto al pedo. Si no lo hicieron, recomiendo que lo hagan.
El punto es que hay que difundir estos trabajos. Entiendo que cuesta mucha guita repartir libros, pero alguna forma hay que buscar para hacerlo. Mediante la distribución "ilegal" de fotocopias o digitalizaciones o de la forma que sea.
De lo contrario, nos quedaremos siempre en la denuncia. Hablando entre nosotros. O "gritando en el desierto", como le pasó a Victor Hugo en los '90.
Saludos.
Fundamentalismo ortodoxo liberal. Una vieja religión.Pero Macri no califica ni para monaguillo suplente.
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