Tal y como se preveía, pero con una mayoría
aun más amplia que en los cálculos previos Diputados dio media sanción a la ley
que aprueba el acuerdo con los fondos buitres y abre el ciclo para el nuevo (y
veloz) re-endeudamiento externo del país.
Como es costumbre de este blog, en una
entrada posterior vamos a consignar las actas de la votación para que sepamos
quienes levantaron la manito para convalidar la rendición incondicional del
Estado argentino frente a lo peor del capitalismo financiero internacional: es
lo menos que se merecen. También permitirá medir la intensidad de la fractura
hacia el interior del FPV/PJ.
Antes, Diputados había rechazado casi por
los mismos números la propuesta del bloque del FPV de llamar a consulta popular
en los términos del artículo 40 de la Constitución, para que los ciudadanos nos
expidiéramos a favor o en contra del proyecto. Como autocrítica, se trabajó
tarde y a destiempo en la idea, y nunca se hizo demasiado esfuerzo político
para que prendiera y se instalara en la sociedad.
Aun así no deja de sorprender como la
“grieta” (esa que iba a desaparecer, y está más viva que nunca) llevó a
autotitulados “progresistas” a votar en contra incluso de la posibilidad de la
participación popular, en una cuestión tan trascendente para los destinos del
país: las Liebres del Sur, el GEN, el socialismo y el monobloque de Proyecto
Sur votaron en contra, y los troscos se abstuvieron.
El paso del
proyecto por las comisiones y el recinto fue una farsa, desde el principio al
fin, y los números de la votación dejan claro que la historia se repetirá en el
Senado, sea porque anticipen lo que allí va a pasar, o porque lo condicionen.
Flojitos de
convicciones los muchachos: ni siquiera hicieron falta cuatro tapas de Clarín,
los corrió la extorsión pública de Macri en un reportaje con Majul, lo cual es
todo un símbolo de degradación política.
A medida que
pasaban los días y se acercaba la “dead line” del 14 de abril (impuesta por
Paul Singer, y convalidada por Griesa y el gobierno de Macri: la fecha ni
siquiera rige para el conjunto de los acreedores que acordaron) crecían las
dudas sobra la consistencia jurídica del acuerdo; un auténtico salto al vacío
por sus implicancias futuras, en la economía y la vida cotidiana de los
argentinos.
Y sin embargo, al
mismo tiempo y con la misma intensidad crecía el “consenso” en torno a la
necesidad de aprobarlo, porque como decíamos acá se quebró el consenso
pasivo que imperó en el kirchnerismo sobre los beneficios de que el país se
desendeude y gane márgenes de autonomía para diseñar su política económica.
Por el contrario,
hoy son amplia mayoría los que compraron y repiten el catecismo de que
endeudarse no solo es bueno, sino pre condición necesaria para el crecimiento.
Un octogenario y senil juez yanqui y un millonario especulador lograron -por
fin- unir a buena parte cdel arco político nacional en una verdadera “política
de Estado”.
Parte de la farsa
legislativa fueron los “cambios” introducidos por el gobierno al proyecto
original, a pedido fundamentalmente de los bloques de Massa y Bossio: si se los
mira en un contexto en el que todos tenían tomada ya de antemano la decisión de
aprobar el acuerdo, se verá que no fueron más que el maquillaje que trató de
cubrir la claudicación, la funcionalidad a la estrategia del oficialismo, el
transfuguismo de muchos y la deserción del mandato opositor que recibieron
todos.
Ninguna de las
dudas que suscita el proyecto habrán de ser despejadas por los “agregados” que
el gobierno aceptó hacerle a pedido de los “colaboracionistas” y lo saben; a
punto tal que asistimos al insólito espectáculo de un proyecto bochornoso, que
a los primeros que avergüenza -al menos si nos atenemos a sus expresiones
públicas- es a buena parte de los que lo acompañaron con su voto.
Los que por años
criticaron al kirchnerismo por haber convertido al Congreso en una “escribanía
del Poder Ejecutivo” lo convirtieron en otra escribanía, en éste caso de Paul
Singer y Griesa; que ayer mismo y en pleno debate legislativo emitió una
ridícula resolución calificando al acuerdo como “esencial para la salud
económica del país”, como si fuera una especie de calificadora de riesgo, y no
un juez.
Habrá que cargar en
la cuenta de los primeros 100 días de gobierno de Macri su decisión de no
ahorrarle ninguna humillación a la dignidad nacional, y pasamos de estar
“preocupados por como nos ven el mundo” y por “estar aislados”, a borrar con el
codo de una ley del Congreso votada a tambor batiente y con un cronograma
impuesto por los más recalcitrantes fondos buitres, otra ley del Congreso
argentino sancionada hace apenas cuatro meses; en la que declarábamos de orden
público de nuestro sistema jurídico, los principios de reestructuración de
deudas soberanas apoyados por 136 países miembros de la ONU, a pedido nuestro.
Si nos atenemos a
los números de la votación, volvimos al “país normal” que implosionó en el
2001, del que el kirchnerismo habría sido -al parecer- apenas un paréntesis o
una inesperada anomalía; y del que se aspira a excluirlo en el futuro: “Derrota
K en Diputados” titula hoy Clarín en tapa, cuando en rigor la derrota es del
país.
Habrá que ver si en
la sociedad se replica el extendido consenso del Congreso expresado en los
números de la votación en Diputados, o si el sistema político vuelve a girar en
el vacío, frente a un electorado que le da márgenes de autonomía volviendo a
refugiarse en las preocupaciones de su vida cotidiana; lo que sería un triunfo
absoluto del menemismo (en tanto expresión política predominante de los
nefastos 90’), en términos culturales.
Por contraste con
el apasionamiento con el que -de un lado y otro de la “grieta”- se vivieron los
grandes debates políticos de la década kirchnerista, no hay reacción social
generalizada contra esta ostensible claudicación en la defensa de los intereses
nacionales, ni nada indica que la vaya a haber en lo inmediato.
En algún punto es
lógico porque la gente tiene otras preocupaciones cotidianas más apremiantes
(el salario, el empleo, la inflación), y porque no es tan sencillo hacerle
entender que lo que se está discutiendo en el Congreso impacta de un modo
directo justamente en esas cuestiones que le preocupan: ya decíamos acá en
tren de autocrítica que nunca logramos termina de explicar claramente la
gravitación de la deuda en los destinos del país.
Los efectos
económicos y sociales del acuerdo buitre a futuro son más o menos sencillos de
predecir, porque ya se vivieron otras veces con esta misma disyuntiva, y con
parecidas amenazas de calamidades y promesas de paraísos con las que hoy nos
quieren convencer de que es bueno para el país y para su gente.
Los efectos
políticos -en cambio- todavía están por verse.
La lista de los colaboracionistas habrá que tenerla siempre presente.
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