lunes, 18 de abril de 2016

BRASIL: LA TRISTEZA NO TIENE FIN, EL GOBIERNO SÍ


Un mes atrás y cuando avanzaba la ofensiva de la derecha brasileña para impulsar el juicio político contra Dilma, analizábamos en esta entrada la situación y las enseñanzas que dejaba para nosotros. Este artículo de Marcelo Falak en Ambito Financiero de hoy es un análisis bastante ajustado a nuestro entender de lo que está pasando en nuestro vecino.

La decisión de ayer de la Cámara de diputados de Brasil no es más que la lógica y previsible consecuencia del contexto que allí se describía, y por ende nos remitimos a lo dicho en punto a las fragilidades de la construcción política del PT, los errores del gobierno de Dilma y la actuación de los factores extra-institucionales como los medios hegemónicos, los principales grupos del poder económico y el partido judicial.

Incluso los números finales de la votación terminaron reflejando con crudeza la debilidad política de un gobierno que apeló -tarde, para nuestro gusto- a la movilización de su propia base electoral para enfrentar la embestida. 

Se podía comprobar en las redes sociales cierta sorpresa por el espectáculo decadente que ofrecían los diputados votando el juicio político, probablemente por un desconocimiento de las condiciones reales en las que se desarrollan en Brasil la lucha política y las prácticas parlamentarias. Acaso la televisación permitió poner en foco a una derecha impresentable y corrupta, que se envuelve en la bandera de la lucha contra la corrupción: cualquier parecido con nuestra realidad, no es mera coincidencia.

Es tan cierto que formalmente hablando los cargos del “impeachment” no son por corrupción sino por el maquillaje de las cuentas fiscales del 2014 (el atajo que encontró la derecha para que el proceso quedara en manos del Congreso, conforme a la Constitución brasileña), como que tratándose de un proceso de naturaleza nítidamente política, todo indica que Dilma terminará dejando el gobierno (y el PT el poder, tras 13 años) por razones estrictamente políticas, bien que con la crisis económica de fondo.

En ese sentido no deja incluso de ser una paradoja que la causa concreta que se invoca para impulsar el juicio político de Dilma esté directamente vinculada con su obsesión por las “metas fiscales”, que la llevó a perseverar en una línea de política económica con la que malgastó capital político, ensombreció los importantes logros sociales de los gobiernos del PT y se fue creando a sus pies un abismo político, que hoy está a punto de devorarla a ella y su gobierno.

La televisación del debate en Diputados dejó en claro que en Brasil la “grieta” es más social que política: abundaron los discursos que denotaban no solo misoginia sino un profundo odio clasista a los avances del PT en inclusión social; es decir los aciertos del gobierno. Lo que no quita que fueron sus profundos errores (políticos y económicos) los que generaron la ventana de oportunidad para la embestida opositora, fortalecida además por el nuevo contexto regional.

Parece más claro el futuro (negro) del gobierno de Dilma que el del PT como fuerza política, que deberá cerrar aun más filas en torno al liderazgo indisputado de Lula conciente de sus limitaciones y debilidades políticas que están a la vista, dolorosamente expuestas: la innegable potencialidad electoral del ex presidente de cara al nuevo turno electoral (en 2019) es tan real como la necesidad imperiosa de revisar su política de alianzas y su construcción territorial, para no repetir -incluso ganando en las urnas- la amarga experiencia que hoy transita el gobierno de Dilma.

Brasil es un espejo de gigantescas dimensiones en el que pueden verse reflejados los procesos políticos populares latinoamericanos; espejo que devuelve interrogantes que deben ser despejados a futuro: como articular la construcción política con las representaciones institucionales (incluso allí donde hubo reformas constitucionales como en Venezuela y Bolivia los procesos no estuvieron exentos de tensiones, sino más bien lo contrario) y -sobre todo- la necesidad de profundizar los rumbos transformadores, como condición necesaria de subsistencia política: el caso brasileño demuestra como se aplica el principio del que anda en bicicleta, que si pierde impulso se termina cayendo.

La derecha se encamina en Brasil a tomar el poder directamente para profundizar el mismo programa que aplicaba Dilma (alza de las tasas de interés, metas de inflación, austeridad fiscal, apertura al ingreso de capitales), pero profundizándolo; lo que no hará sino profundizar la recesión, la caída de la actividad y la suba del desempleo.

Precisamente por eso y más allá de los sueños húmedos de nuestra propia derecha gobernante (que ve muy cercana la posibilidad de contar con un gobierno “del palo” en nuestro vecino), la previsible resolución de la crisis brasileña es para la Argentina una muy mala noticia: una recesión brasileña más aguda cerrará aun más su mercado para nuestras exportaciones, mientras que generará allá excedentes de producción industrial que no pueden colocarse en el mercado interno, y que presionarán sobre nuestras importaciones; en un momento en el que el gobierno de Macri está desmantelando el esquema de administración de nuestro comercio exterior, montado por el gobierno anterior para proteger la producción y el trabajo argentinos.

Las cifras del intercambio comercial bilateral en los meses que van del gobierno de Macri (las peores para nosotros en más de 10 años) explican lo que señalamos, y así como para el poder económico brasileño (que se apresta a volver a coincidir con el político) es una muy buena noticia nuestra flamante apertura comercial (una válvula de escape para su recesión) que compensa nuestra recesión, a la recíproca -para nosotros- solo cabe esperar malas noticias que provengan de Brasil. 

Es previsible también que un gobierno de derecha en Brasil tome medidas que conviertan al país en otro paraíso para la radicación de capitales, justo cuando Argentina sale a colocar grandes cantidades de deuda y desea convertirse en destino preferente de las inversiones; a lo que hay que sumar las implicancias estrictamente políticas del caso brasileño, en el plano regional.

El proceso de integración (más política que económica) que se venía dando en la región desde el nuevo siglo sufrirá seguramente un golpe decisivo con la caída del gobierno del PT, que más con Lula que con Dilma era una viga maestra de la estrategia regional; y ese golpe se da justo (y para nada casualmente) cuando la estrategia de EEUU tras el fracaso del ALCA vira hacia los TTP. Tratándose además nada menos que de Brasil, el tamaño en este caso importa.

Algo de eso se está viendo ya en el impulso de las negociaciones por un acuerdo de libre comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, más frenado hoy por hoy por la negativa de ésta a desmantelar sus barreras proteccionistas al ingreso de nuestra producción agrícola que por las reticencias del bloque regional; y en la nueva estrategia fijada por el gobierno de Macri (y aplaudida por la derecha brasileña) de alinearse incondicionalmente con la política exterior de los EEUU, por ejemplo en temas como las salvaguardas en el desarrollo pacífico de la energía nuclear y la lucha contra el terrorismo.

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