González Fraga no es funcionario del gobierno de Macri,
pero perfectamente podría serlo: su sincericidio no difiere en esencia del
"el gobierno anterior había acostumbrado a la gente a comer barato" de
Buryaile, las pizzas como unidad de medida de los tarifazos de Prat Gay, el
"en plata no es tanto" de Dietrich sobre el precio del transporte, o
el "si la nafta está cara no carguen" de Aranguren, analizado en su momento acá.
Enumeraciones de barbaridades análogas para agregar circulan por
estos días en las redes sociales, la lista es larga.
Lo que dice el ex presidente del Banco Central (y actual afiliado de la UCR, de la cual fue candidato a vicepresidente) es conteste con la filosofía troncal del gobierno de Macri, y con la alianza electoral en la que se sustenta. "Cambiemos" es, ante todo y más que un frente electoral, una alianza social donde tienen cabida los mayores garcas del país, junto con la clase media espantada por la movilidad social ascendente; a través de sus respectivas representaciones partidarias -dicho esto con trazo grueso-: el PRO, la Coalición Cívica y la UCR.
El fenómeno es todo, menos novedoso: hace ya 50 años Jauretche lo diseccionaba en "El medio pelo en la sociedad argentina", reflejando la actitud de buena parte de la clase media en el primer peronismo. Tampoco nos pertenece con exclusividad: hay mucho de él en la crisis política e institucional de Brasil, sin irnos más lejos.
El fenómeno es todo, menos novedoso: hace ya 50 años Jauretche lo diseccionaba en "El medio pelo en la sociedad argentina", reflejando la actitud de buena parte de la clase media en el primer peronismo. Tampoco nos pertenece con exclusividad: hay mucho de él en la crisis política e institucional de Brasil, sin irnos más lejos.
El peronismo como movimiento político nunca fue clasista en el sentido tradicional que la izquierda clásica asigna al término; ni por su formulación teórico-doctrinaria, ni
por su composición social concreta, ni por sus políticas de gobierno.
Por el contrario y tal como lo acota acá Baleno, fue una formidable fábrica de clase media, posibilitando que millones de argentinos emergieran de la pobreza, o accedieran a niveles de consumo hasta entonces desconocidos para ellos; proceso reproducido con el kirchnerismo y que por sí solo, bastaría para dar por terminada la polémica sobre si es o no peronismo, o algo distinto a él.
Por supuesto que con menor intensidad que en los años del primer peronismo en cuanto a la redistrición de bienes materiales y simbólicos (los contextos históricos fueron también diferentes), pero con algunos hitos muy fuertes -justamente- por su peso específico en términos culturales y simbólicos: la AUH, los derechos laborales para los peones rurales y el personal de casas de familia, las net books de Conectar Igualdad.
Basta repasar las críticas que se le hicieron al primer peronismo para encontrar fácilmente algunas afinidades, con las necesarias adaptaciones de época: por entonces eran los pañuelos de seda, los aparatos de radio, las vacaciones en los lugares tradicionales de veraneo dentro del país o las salidas a comer afuera de las clases populares, las que ocupaban el lugar que hoy tienen los celulares, los plasmas y los viajes al exterior, para escandalizar a los que desde siempre tuvieron acceso a todo eso, y a los que lo lograron también en simultáneo pero -creen- por su propio y exclusivo esfuerzo.
Tan afines son las objeciones que hoy -tal como en tiempos de Perón- se ensaya una crítica "desarrollista" al kirchnerismo, que habría sacrificado inversión y crecimiento futuro, por consumo exacerbado presente, sin poner en orden las prioridades.
Una crítica que hecha -entonces y ahora- por los evasores y fugadores seriales de dinero al exterior (esos a los que ahora Macri tienta con el blanqueo) parece poco creíble, cuando ellos mismos desertaban de su compromiso de clase para conducir al país hacia un destino mejor que el de la factoría agropecuaria; uno en el que entráramos todos. Y hubo de suplirlos en ese rol el Estado, en el primer peronismo y durante el kirchnerismo también.
Pero además de poco verosímil la crítica que ensaya González Fraga (y otros como él que cuestionan el "consumo ficticio por encima de las posibilidades reales") es en rigor cultural y sociológica: les repugna que los sectores populares accedan a niveles de consumo que suponen por derecho propio exclusivos para ellos; y a ese ascenso lo viven como una correlativa confiscación de su status, aunque no lo fueran incluso en términos estrictos de sistema tributario, o de políticas de redistribución del excedente que genera la economía, entre los distintos estamentos de la sociedad.
Por el contrario y tal como lo acota acá Baleno, fue una formidable fábrica de clase media, posibilitando que millones de argentinos emergieran de la pobreza, o accedieran a niveles de consumo hasta entonces desconocidos para ellos; proceso reproducido con el kirchnerismo y que por sí solo, bastaría para dar por terminada la polémica sobre si es o no peronismo, o algo distinto a él.
Por supuesto que con menor intensidad que en los años del primer peronismo en cuanto a la redistrición de bienes materiales y simbólicos (los contextos históricos fueron también diferentes), pero con algunos hitos muy fuertes -justamente- por su peso específico en términos culturales y simbólicos: la AUH, los derechos laborales para los peones rurales y el personal de casas de familia, las net books de Conectar Igualdad.
Basta repasar las críticas que se le hicieron al primer peronismo para encontrar fácilmente algunas afinidades, con las necesarias adaptaciones de época: por entonces eran los pañuelos de seda, los aparatos de radio, las vacaciones en los lugares tradicionales de veraneo dentro del país o las salidas a comer afuera de las clases populares, las que ocupaban el lugar que hoy tienen los celulares, los plasmas y los viajes al exterior, para escandalizar a los que desde siempre tuvieron acceso a todo eso, y a los que lo lograron también en simultáneo pero -creen- por su propio y exclusivo esfuerzo.
Tan afines son las objeciones que hoy -tal como en tiempos de Perón- se ensaya una crítica "desarrollista" al kirchnerismo, que habría sacrificado inversión y crecimiento futuro, por consumo exacerbado presente, sin poner en orden las prioridades.
Una crítica que hecha -entonces y ahora- por los evasores y fugadores seriales de dinero al exterior (esos a los que ahora Macri tienta con el blanqueo) parece poco creíble, cuando ellos mismos desertaban de su compromiso de clase para conducir al país hacia un destino mejor que el de la factoría agropecuaria; uno en el que entráramos todos. Y hubo de suplirlos en ese rol el Estado, en el primer peronismo y durante el kirchnerismo también.
Pero además de poco verosímil la crítica que ensaya González Fraga (y otros como él que cuestionan el "consumo ficticio por encima de las posibilidades reales") es en rigor cultural y sociológica: les repugna que los sectores populares accedan a niveles de consumo que suponen por derecho propio exclusivos para ellos; y a ese ascenso lo viven como una correlativa confiscación de su status, aunque no lo fueran incluso en términos estrictos de sistema tributario, o de políticas de redistribución del excedente que genera la economía, entre los distintos estamentos de la sociedad.
Que una crítica tal la sostengan "los dueños del país" es hasta previsible, lo que no deja de sorprender es que buena parte de la clase media la secunde, viendo ahora el brusco empobrecimiento de muchos otros -resultado de las políticas de Macri- como un "triunfo" propio, así como vieron antes su ascenso como una derrota; aun cuando lejos estuviera de serlo.
De ese revanchismo social está nutrido buena parte del voto a Macri, sin percibir que -si bien se mira- González Fraga también les está hablando a ellos, aunque crean que su plasma y su viaje al exterior "se los ganaron" por esfuerzo propio.
En todo caso el exabrupto del economista (para nada discordante, como se dijo, del núcleo duro de la ideología del gobierno) no hace sino enfatizar el carácter marcadamente clasista del gobierno de Macri. Un carácter del que daba cuenta esta nota de Lukin en Página 12 de ayer, detallando prolijamente las medidas que la administración de "Cambiemos" fue tomando en poco menos de seis meses de gobierno, y que significaron transferir más de 20.000 millones de dólares de los sectores populares, a los más privilegiados y a los grupos más concentrados de la economía.
Incluso si se mira en detalle, pareciera haber cierta obsesión clasista que sobrevuela todas y cada una de las medidas que se anuncian o toman, y su instrumentación: se eliminan las retenciones, el impuesto a los autos de alta gama y Bienes Personales, mientras se aumentan salvajemente los impuestos internos (que afectan por ejemplo a los cigarrillos) y las tarifas de los servicios públicos básicos y esenciales; al par que se gotea una devolución del IVA acotada a 300 pesos por mes, con un profundo desconocimiento de los modos populares de consumo que la hace irrisoria.
O se hace penar colas y trámites a los que quieren acceder a la "tarifa social", se discrimina y asfixia presupuestariamente a las universidades del conurbano y se cancela el plan Fines, mientras se lanza el blanqueo de capitales.
Hasta la propia reforma jubilatoria en ciernes trasunta clasismo, cerrando la moratoria y difiriendo a los que no podrán acceder ya a ella a una "pensión universal a la vejez", mientras se anuncia un reajuste de haberes a los jubilados del tercio superior de la pirámide de ingresos de la clase pasiva.
Incluso si se mira en detalle, pareciera haber cierta obsesión clasista que sobrevuela todas y cada una de las medidas que se anuncian o toman, y su instrumentación: se eliminan las retenciones, el impuesto a los autos de alta gama y Bienes Personales, mientras se aumentan salvajemente los impuestos internos (que afectan por ejemplo a los cigarrillos) y las tarifas de los servicios públicos básicos y esenciales; al par que se gotea una devolución del IVA acotada a 300 pesos por mes, con un profundo desconocimiento de los modos populares de consumo que la hace irrisoria.
O se hace penar colas y trámites a los que quieren acceder a la "tarifa social", se discrimina y asfixia presupuestariamente a las universidades del conurbano y se cancela el plan Fines, mientras se lanza el blanqueo de capitales.
Hasta la propia reforma jubilatoria en ciernes trasunta clasismo, cerrando la moratoria y difiriendo a los que no podrán acceder ya a ella a una "pensión universal a la vejez", mientras se anuncia un reajuste de haberes a los jubilados del tercio superior de la pirámide de ingresos de la clase pasiva.
Todo eso con la aquiesencia de buena parte de una clase media especialista en afilar -una y otra vez- electoralmente el hacha con la que más tarde o mas temprano la degüellan, abonando a un clima que solo puede ser germen de mayor conflictiviad política y social, porque la "grieta" verdadera (la de la injusticia y la desigualdad) no se cierra, y por el contrario tiende a agrandarse. Quizás sea a esto a lo que se refiere el Papa cuando deja trascender que percibe un clima de revanchismo similar al del 55'.
y ya que menciona la ccc, cumpa, no estaría de más recordar el nefasto papel que está cumpliendo el perro en jujuy, cubriéndole las espaldas a morales con lo de la milagro.
ResponderEliminarLo de los viajes al exterior fue una forma de diferenciarse de los negros que -horror de horrores- también podían comprar celular. Y motito. Pero irse a Miami, ¡Noooooooooooo....!
ResponderEliminarMás allá de algún viaje, lo que más les jode, es que los sectores populares se alimenten bien, tengan acceso a la educación y a la salud.Y que para eso, reclamen un buen salario.Eso es rentabilidad que se evapora para terminar en manos de los que trabajan.
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