“Dejen gobernar” es el latiguillo que repiten los
macristas emocionales en los intercambios en las redes sociales, en los
comentarios de los diarios digitales y en los encuentros sociales, familiares o
en el trabajo.
Un latiguillo que resulta la
bajada al llano de la línea oficial del gobierno de adjudicar todos los
inconvenientes a “la pesada herencia recibida”, algo así como “ustedes, que nos
dejaron una bomba a punto de estallar, no pueden hablar, cállense la boca y
déjennos gobernar”.
Hasta le ponen tiempos: “nosotros
aguantamos 12 años de desastres, no puede ser que ustedes no puedan esperar ni
seis meses”, como pretendiendo clausurar toda discusión porque -por lo general-
se ahorran explicarte en detalle en que consiste la “pesada herencia”, o por qué
razón el camino planteado por Macri es el único posible.
El “dejen gobernar” funciona
principalmente como ansiolítico de las expectativas hasta acá insatisfechas,
por la postergación de los festejos de “la revolución de la alegría” ante la
dura realidad del ajuste; y es una implícita auto-reafirmación de la confianza
en “su” gobierno, el que votaron, cuando esa confianza empieza a flaquear en
los propios; incluso en ellos mismos.
Pero también es la continuación
del duranbarbismo de campaña por otros medios: por entonces la idea era que lo
que el país necesitaba era bajar la crispación, “cerrar la grieta”, “unir a los
argentinos”; partiendo de la base de que el kirchnerismo dinamizaba el
conflicto artificialmente, y que es falso que para hacer política o tomar
medidas desde el gobierno, siempre haya necesariamente que pelearse con
alguien.
Hoy el “dejen gobernar” es la
pretensión de eliminar los conflictos (sociales, políticos, económicos) que
antes se negó que existieran, o que se tildó como artificialmente creados desde
el gobierno: se establece así un hilo conductor con el discurso del “optimismo
productivo” del macrismo, según el cual nada es imposible si dialogamos, es
posible “gobernar para todos”, y todos los intereses de una sociedad -por más
contrapuestos que sean entre sí- pueden conciliarse.
Un “evangelio laico” muy
funcional a los intereses de la derecha realmente actuante, que pide consensos
y el fin de los conflictos, mientras despliega impiadosamente políticas que
agrandan la grieta de la desigualdad (la verdadera y más profunda de todas), y
llama así a los excluidos y empobrecidos a aceptarlo mansamente, sin rebelarse.
De allí la sorpresa (visible con
frecuencia en los pucheros presidenciales de niño rico que no logra satisfacer
su capricho) cuando aparece la protesta social: es como si no terminaran de
entender como es posible que el despedido proteste y no reciba con alegría el
telegrama de despido; o como puede ser que en la Patagonia protesten porque les
aumentan el gas cuando -según Macri- era imprescindible hacerlo para que no nos
convirtiéramos en Venezuela.
Se trata de una simplificación
deliberadamente estudiada de las complejidad de lo político, que concuerda
perfectamente con el modo de politización de buena parte de sus votantes, que
en muchos casos dicen sueltos de cuerpo que aceptan pagar cualquier precio por
los servicios o en el supermercado, "con tal de haberse sacado de encima a los
k”. Por ahora y para el núcleo duro de sus votantes, les alcanza.
Pero ¿es real que a Macri y su gobierno “no los dejan
gobernar”?
Un simple repaso por los medios,
la justicia, el Congreso, buena parte del sindicalismo y el poder económico y
sus organizaciones demuestra todo lo contrario: aun con reservas o dudas sobre
el futuro, prevalece la idea de “tirar buenas ondas” o “apostar a que al
gobierno le vaya bien”; cuando no se aporta decididamente a ocultar o minimizar
los conflictos, tensiones y resistencias.
De hecho, durante el debate de la
ley anti-despidos el gobierno buscó instalar fuertemente en la sociedad la idea
de que el tema no tenía el volumen que se le asignaba, y que la tensión en
torno a las amenazas al empleo era más provocada desde la política, que
realmente producida por la política económica y sus consecuencias.
Y para ser justos, la actitud de
la dirigencia de las CGT luego del veto presidencial y las declaraciones de la
mayor parte de sus cúpulas abona la idea, o va en el mismo sentido: Caló llegó
a decir “a nosotros nadie nos vino a pedir que hagamos un paro”.
Algo parecido sucedió en la
discusión en el Congreso por el acuerdo con los fondos buitres: desde
“Cambiemos” apostaron al “complejo de culpa” de buena parte del peronismo por
presuntas actitudes desestabilizadoras en las salidas apresuradas de Alfonsín
en el 89 y De La Rúa en el 2001, para reclamarles un “aporte responsable a la
gobernabilidad”. Y todo indica que se repetirá con la discusión del blanqueo y el pago a los jubilados liquidando el Fondo de Garantía de la ANSES.
Un buen modo para la UCR de
esquivar la propia autocrítica por sus gestiones fallidas (a propósito: ¿cuándo
llegará, si es que alguna vez llega?), al igual que para sus propios votantes,
cuando no les queda más remedio que admitir que votaron como votaron.
El último aspecto del “dejen
gobernar” lo dejamos deliberadamente para el final, porque es cuando se usará:
si todo falla, si no hay segundo semestre ni tercero, ni luz al final del túnel, si las
fuerzas liberadas no pueden volver a ser puestas adentro de la botella porque
la demolición concienzuda de todo dique estatal o regulatorio de contención a
la rapacidad empresarial (de los formadores de precios, de los fugadores
seriales de capitales, de los especuladores financieros) hace estallar todo, habrá que pensar en
como preparar la salida; aunque no sea anticipada y Macri cumpla su mandato.
En ese caso la muletilla será “no
nos dejaron gobernar”, y cuando por aquello de que el sistema político acompaña
-más tarde o más temprano, y aunque sea por instinto de supervivencia- la
tensión social y económica en ascenso, se produzca el simple acomodamiento de
parte de la oposición (sobre todo del peronismo que hoy “acompaña”) a la nueva
situación, será señalado como golpista y destituyente, lo que -otra vez- les
ahorrará una nueva autocrítica por otro fracaso. Del gobierno, y de buena parte
de sus votantes.
De hecho -en un reconocimiento implícito de que no se ve la luz al final del túnel- ya empezaron: esta desopilante columna de Morales Solá en La Nación de ayer alertando sobre saqueos en conurbano organizados por el kirchnerismo va en esa línea.
De hecho -en un reconocimiento implícito de que no se ve la luz al final del túnel- ya empezaron: esta desopilante columna de Morales Solá en La Nación de ayer alertando sobre saqueos en conurbano organizados por el kirchnerismo va en esa línea.
Hay que dar leña. Con los dirigentes a la cabeza o con la cabeza de los dirigentes. Me importa poco que nos tilden de golpistas.
ResponderEliminarEl "dejen gobernar" es un latiguillo primo hermano del "con la corrupción se robaron todo". Anula cualquier discusión. Lo notable es que también lo usen los socialistas como descripción principal del gobierno nacional anterior.
ResponderEliminarA este ritmo de tarifazo,suba de los comestibles, despidos masivos y suspensiones, medicamentos duplicados de precio, va a ser difícil que aguanten la olla a presión a la que ellos mismos le arriman fuego todos los días.
ResponderEliminar¿Diciembre?
El Colo.
Socialismo? Bueno, a esta altura creo que hicieron más que méritos como para que, al menos nosotros, los llamemos de otra manera
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