sábado, 30 de julio de 2016

LA CASA ESTÁ EN ORDEN


Finalmente la sangre no llegó al río, hubo cumbre en Olivos entre Macri y Tinelli con fumata blanca: siguen siendo los mejores amigos, como siempre. O falseándose recíprocamente por mutua conveniencia, como siempre.

Un verdadero alivio para la democracia que se haya puesto punto final (¿punto final?) a un “conflicto” que desvelaba a los argentinos, mucho más que el precio del aceite, la escasez de manteca o el tarifazo de luz, gas y agua.

O al menos eso parece, a juzgar por el espacio que le dieron los medios, y la minuciosidad con la que nos informaron sobre “el trasfondo real” de la disputa: que si el manejo del fútbol y la AFA, que si el apoyo de Tinelli a la candidatura de Scioli, que si la embestida del gobierno contra Cristóbal López y el grupo Indalo del cual Tinelli es socio en Ideas del Sur.

Claro que como en todo armisticio que pone fin a un conflicto, uno de los problemas más difíciles de resolver es desmovilizar a los que se armaron: ahí andan los editorialistas de los grandes  medios pidiéndole a Macri que no cierre la grieta con Tinelli, o salames indignados como Del Moro o Casero, desilusionados con uno de los dos, o los dos. Y patrullas perdidas en las redes sociales, que estaban dispuesto a convertirse en comando civiles para incendiar "Ideas del Sur", cuando su amado líder firmó la paz con Marce.

Cuestiones todas que poco importan, porque -al menos para nosotros- poco importa el entuerto. Que en todo caso sirve para reflexionar sobre el rol político que juegan los medios, y en ese contexto, el rol político que juega Tinelli, desde hace muchos años y en todos (y con todos) los gobiernos.

Un rol que tiene todo el peso específico y el poder que el propio sistema político le ha reconocido, validándolo permanentemente en el entendimiento de que yendo al pie de Tinelli (que hace su negocio, como buen empresario que es) encuentra un punto de contacto con los gustos y consumos populares, y empatiza con buen parte de los votantes.

Y lo valida mucho más aun (para satisfacción del propio Tinelli, que hace como si le molestara) cuando le adjudica una capacidad de influencia política decisiva, incluso mayor de la que realmente tiene: De La Rúa atribuyéndole la caía de su gobierno no es muy distinto a la ofensiva cerril de los trolls del PRO acusándolo de “kirchnerista”, o de los nuestros que le atribuyeron la victoria de De Narváez sobre Néstor en las legislativas del 2009. Las cosas -por supuesto- son bastante más complejas en la realidad.

Sin ir más lejos recordemos lo que pasó allá por principios del 2014 (año del mundial) cuando el gobierno de Cristina intentó un acercamiento con Tinelli para ponerlo a manejar el “Fútbol Para Todos”, nada menos que en el año del mundial de fútbol: la cosa terminó mal por decisión final de Cristina, y se auguraba una escalada de conflictos catastróficos y teminales entre el conductor y el gobierno, que finalmente se diluyó en la nada: el gobierno se quedó con las transmisiones del fútbol, y Tinelli con su show; y cada uno miró lo que quiso; muchos las dos cosas.

El fenómeno Tinelli visto desde la óptica de la política lo que marca en todo caso es la ausencia de la política , o los huecos de representación que ésta va dejando, que hoy se traducen en la debilidad de articulación de construcciones y liderazgos alternativos que enfrenten con eficacia a Macri y su modelo.

Pasó con el Papa, que tiene por peso institucional y relevancia internacional mucho más volumen político que Tinelli, aunque seguramente menos rebote mediático. En la medida que la política ocupe ese hueco (como naturalemente debe ser) no harán falta Papas ni Tinellis que expresen la disidencia.

Por otro lado si algo tiene Tinelli es una aceitada intuición para detectar ciertas zonas del malhumor social, y utilizarlas en su provecho. Claro que con “ruidazos” generalizados en toda la geografía del país para protestar contra el tarifazo no hacían tampoco habilidades deductivas excepcionales para advertir que había allí un flanco para pegarle al gobierno, sin que éste pudiera hacer mucho para defenderse; salvo el papelón de hostigarlo en las redes sociales.

Pero la satirización de esa parte del ajuste no lo convierte a Tinelli en un crítico social, ni en un referente político, al menos con capacidad de proyectarse como alternativa. Tampoco es eso lo que busca, porque sabe muy bien de lo que no tiene que hablar, y por eso no habla: no habla de los despidos, ni de la inflación, ni de la apertura de las importaciones, ni de la fuga de capitales o los chanchullos del blanqueo, ni de la detención de Milagro Sala, el freno a los juicios por delitos de lesa humanidad o el intento de volver a imponer una flexibilización laboral.

Por supuesto que reclamarle que hable de algo de todo eso es pedirle peras al olmo, tanto como depositar en él la esperanza de ponerle coto a Macri; simplemente porque demostró que pudo utilizar para su provecho una bala que le entró al gobierno.

El amargo acuse de recibo presidencial de las burlas tinellianas pone en entredicho todas las expresiones de corrección política de Marcos Peña y el resto de los funcionarios sobre “el respeto a la libertad de expresión”, tanto como revela la pulsión autoritaria y controladora de Macri y su gobierno; que mientras accedían a la base de datos de la ANSES para diagramar su estrategia de campaña, le “sugerían” al conductor la conveniencia de retirar del show televisivo a la imitadora de Juliana Awada.

Tinelli no es Tato Bores, ni la revista Humor en los tiempos de la dictadura, ni mucho menos, ni se propone serlo ni de cerca. Pero precisamente por eso preocupa en un punto el empeño de Macri por “cerrar” ese flanco de cuestionamiento a su gobierno; como si se creyera con derecho adquirido a silenciar toda voz disidente que “no se avenga a trabajar en equipo”.  

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