Se percibe en el país una profunda
asincronía entre los tiempos de la economía y los de la política, que por
momentos parecen corresponden –cada uno- a dos países distintos: mientras la
economía no le aporta al gobierno de Macri casi ningún indicador tranquilizador,
el presidente termina una ronda de entrevistas en las que se lo ve tranquilo,
canchero, sobrador y desafiante.
La recesión se profundiza día a día junto
con la caída del salario ante una inflación que -contra el relato oficial- está
muy lejos de ceder. Muy por el contrario, todo parece indicar que sobrevendrá
un nueva ola de aumentos en artículos esenciales del consumo familiar; que ya
se está verificando en algunos casos como el del aceite.
Las fichas que el gobierno pone en el
blanqueo parecen más obedecer a la ventana de oportunidad que brinda a los
amigos del poder político (y a sus ocupantes actuales) para poner los papeles
más o menos en orden, que a su incidencia concreta en la economía real. Con la
excusa de la preocupación por la apreciación del peso, desde el mismo gobierno
se desalienta la opción de que los blanqueadores traigan la plata al país, sin ir más lejos.
El espontáneo y extendido movimiento social
que frenó el tarifazo del gas dio paso a los tiempos del aparato judicial,
donde el gobierno está a punto de controlar el Consejo de la Magistratura y
todo parece indicar que terminará teniendo algún tipo de guiño de la Corte
Suprema para convalidar al menos la versión “small” que eleva las tarifas entre
un 400 y 500 %.
La defensa pública y enfática de Aranguren
que hizo Macri en los medios no deja dudas sobre la autoría intelectual y
política del mega-tarifazo (es suya, le pertenece y no lo oculta), tanto como
supone una apretada pública a los cortesanos para que lo ratifiquen, por si
dudaran de hacerlo. Puesto a defender el tarifazo, Macri deslizó que no sería el último, arrimando leña a la hoguera.
Los editores de los diarios oficialistas piden
paciencia a sus lectores porque la luz al final del túnel sigue sin aparecer, y
Morales Solá establece como una meta casi heroica del gobierno de Macri superar
el estigma de De La Rúa y concluir su mandato; mientras por otro lado el propio
presidente coquetea ante Lanata con la idea de la re-elección. Hay algo ahí que no cierra en el relato, o de los periodistas, o del presidente.
Mientras la
economía ya preocupa hasta a los economistas “del palo”, un Macri que trata de parecer cada vez más seguro (por lo menos en
las apariencias) se hace el poronga en los reportajes, y reparte palazos para
todos, desde Tinelli al peronismo, pasando por la CGT y el sindicalismo. Y así
como respaldó a Aranguren con el tarifazo, les hizo un guiño a los trolls que
atacan en las redes sociales a los que cuestionan a su gobierno, mientras de la
boca para afuera despegaba al gobierno de cualquier vínculo formal con ellos.
En su entrevista
con Lanata, Macri se dio el lujo de criticar a la justicia laboral por fallar
-en teoría- siempre a favor de los trabajadores y en contra de los empresarios,
mientras el jefe de gabinete tuvo que desmentir que estén pensando en aumentar
la edad jubilatoria, pero se cocina una reforma al régimen de ART pro-empresas, y se
intenta instalar mediáticamente la idea de la flexibilidad laboral.
Como si les sobrara
resto político y sindical para avanzar en ese sentido, y hay que decir que si
uno mira detenidamente las cosas, casi se siente tentado de darles la razón: el
sindicalismo hegemónico está mudo e inactivo, a la espera -en teoría- del
proceso de reunificación de las CGT. O del cumplimiento de las promesas
oficiales de girar parte de los fondos retenidos de las obras sociales, vaya
uno a saber que pesa más en definitiva.
Las tres vertientes
de la CGT no pudieron consensuar no ya un paro general o algo parecido, sino al
menos un comunicado formal en el que dejaran planteadas por escrito sus
objeciones a la política económica del gobierno; lo que lleva a preguntarse si
en algún momento lo harán; obsesionadas como están en “meter a todos adentro”,
incluyendo a quintacolumnistas del macrismo como Barrionuevo o el “Momo”
Venegas.
Por el lado del
peronismo (amablemente “invitado” por Macri a sentar cabeza y aportar más aun
“a la gobernabilidad” de lo que ya lo ha hecho) el silencio y la inacción
caracterizan a la conducción de Gioja (en virtual estado de hibernación) tanto
como a Pichetto, Bossio y Urtubey. ¿Será acaso la resignada aceptación del rol
que les toca en la pax macrista el vínculo unificador de “los peronismos”?
Desde el gobierno ni siquiera parecen tomar nota de
las quejas de los radicales por sus roscas con los gobernadores o los intentos de pescar
intendentes sueltos del PJ, y lo bien que hacen: el triunfo de “Cambiemos” no alcanzó
para disimular el escasísimo peso específico de la UCR, que no está en
condiciones de ingerir en las políticas del gobierno, ni aunque estuviera en
desacuerdo con alguna de ellas.
La pelea con el
socialismo es -para decirlo en términos deportivos- de tanto volumen como la
Copa Santa Fe, y solo puede ocupar espacio en los medios provinciales.
Adviértase que la estrategia del socialismo (corporizada en Bonfatti,
presidente del partido en el orden nacional) es sostener la alianza con
Stolbizer (de hecho, parte del dispositivo oficialista), tanto como salir a
pescar kirchneristas “sueltos” o “desencantados” (en la práctica los que tienen acuerdos con ellos desde los tiempos del municipio rosarino), para compensar una eventual
fractura del Frente Progresista santafesino por la decantación final de la UCR
local hacia “Cambiemos”.
Massa sigue de
viaje de pesca por los EEUU, tratando de conseguir visiblidad internacional y
apoyos (políticos y financieros) para consolidar su posición como pieza de
repuesto del esquema de gobierno, bajo un disfraz de opositor. Lo ayuda el
receso del Congreso, en tanto le evitar tener que volver a darle número a Macri
para sancionar los proyectos que le interesan, pero si los hubiera, a la hora
de los bifes, desde la Casa Rosada pueden volver a contar con él. Al menos, así
ha sido hasta ahora; y nada indica que vaya a cambiar en lo inmediato.
Un panorama
desolador (halagüeño para Macri) que no es sino la consecuencia de lo queseñalábamos acá cuando se aprobó el blanqueo: se está instalando aceleradamente en
el país un generalizado consenso (explícito o implícito) del sistema político sobre que el gobierno
“está haciendo lo único que se puede hacer, dadas las circunstancias”; una idea
que -por supuesto- es lo más funcional que puede haber para la consolidación
del proyecto político, económico y social que encarna “Cambiemos”.
De ese consenso
-decíamos nosotros- está explícitamente excluido (y autoexcluido) el
kirchnerismo, y por eso no fue casual que este fin de semana con su reportaje
ante agencias y medios internacionales, Cristina quedará parada en espejo con
Macri, como si no la única, la principal referencia opositora al gobierno; mal
que les pese a muchos.
Se podrá objetar el acierto de la estrategia
comunicacional elegida, o la frecuencia con la que Cristina aparece en la
escena pública, pero lo
real es que cuando y como aparece, habla de lo que los demás no hablan, desde
la situación de Milagro Sala hasta la nueva inserción del país en el mundo,
pasando por la inflación y como golpea a los sectores populares, la crisis de
las economías regionales, la apertura de las importaciones que amenaza tejido
industrial y puestos de trabajo, o el tarifazo.
Y si algún otro
opositor toma parte de esa agenda, parece evidente que no tiene la misma
capacidad de generar rebote que tiene ella. Por supuesto que con eso solo no
alcanza, porque la magnitud del daño que Macri está causando con sus políticas
y las velocidad y decisión con que avanza para imponerlas exigen una
convergencia política y social opositora más amplia, organizada, consistente y
efectiva.
La realidad marca
que en la misma medida en que Macri elimina obstáculos políticos a su
despliegue, su gobierno gestiona cada vez peor y los resultados lo demuestran;
al menos vista la cuestión desde la óptica de los sectores populares y los
intereses de las grandes mayorías. Es decir que su problema no le vienen desde la oposición
y su capacidad de “poner palos en la rueda”, sino que provienen en todo caso de la propia naturaleza y conformación de la alianza
gobernante, y los intereses primordiales que se ha propuesto garantizar; tarea en la que sí ha alcanzado éxito: deprimir el salario para generar excedentes apropiados por los grandes grupos económicos, endeudar al país para financiar la bicicleta financiera y la fuga de capitales.
Con las elecciones legislativas lejos y sin otro
material de análisis que las encuestas que circulan (con todas las prevenciones
que generan) no está claro quien podría estar capitalizando el deterioro de la imagen de
Macri y su gobierno como consecuencia de los resultados concretos de la
gestión. Quizás esa constatación explique la bravuconería presidencial, que de otro modo carece por completo de sentido; o responde a una estrategia de márketing de aparentar como si acá no hubiera pasado nada.
Se les caga de risa en la cara a sus propios votantes. Es insólito. Qué mal que va a terminar este tipo...
ResponderEliminarY no hay que preocuparse tanto por la "Blitzkrieg" de Mau. Esos éxitos solo lo acercan cada vez más rápido a su propia ruina.
La unica consultora q publica lo q las demas callan: triunfo d Cristina en PBA 2017.
ResponderEliminarhttp://info135.com.ar/wp-content/uploads/2016/07/5-el-ue-vale-678x509.png
De ese consenso -decíamos nosotros- está explícitamente excluido (y autoexcluido) el kirchnerismo, y por eso no fue casual que este fin de semana con su reportaje ante agencias y medios internacionales, Cristina quedará parada en espejo con Macri, como si no la única, la principal referencia opositora al gobierno; mal que les pese a muchos
ResponderEliminarTAL CUAL
Lo de ¨poronga¨ para Macri, es el justo término -en todo sentido-.
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