Cuando un conflicto político escala sin que
nadie sepa a ciencia cierta como comenzó, es muy probable que los protagonistas
lo estiren y lo sostengan porque entienden que los favorece a los dos, por
motivos que se desconocen. Algo de eso puede estar pasando con el cruce de
declaraciones entre Macri y los principales referentes del socialismo
santafesino, a partir de que el presidente acusara al gobernador Lifschitz de
“no tener espíritu para trabajar en equipo”.
Nadie puede pensar
seriamente (como han dicho algunos referentes socialistas) que el socialismo
represente hoy por hoy una amenaza política o electoral relevante para Macri y
su gobierno, y por eso le apunta los cañones: el “progresismo” argento (que
incluye a nuestro tan particular socialismo provincial) viene de protagonizar
un papelonazo electoral con la candidatura de Stolbizer, y la entonces
candidata está integrada de hecho al dispositivo político oficialista, como una
especie de “segunda marca” de Carrió, que tomó la posta del denuncismo haciendo
foco en las causas contra Cristina; objetivo político primordial si los hay
para “Cambiemos”.
Es mucho más
razonable suponer que Macri les ladra a Lifschitz y su gobierno reforzando la
ofensiva del PRO local para que la UCR abandone el Frente Progresista y se
integre a “Cambiemos” también de cara a las elecciones provinciales del año que
viene, como plataforma de la disputa por la gobernación de Santa Fe en 2019.
Otra posibilidad es
que se encrespa con el gobierno de Santa Fe porque no está dispuesto a pagarle
la deuda que le reconoció la Corte Suprema en su fallo por el descuento de
parte de la coparticipación que se destinaba a la Anses y a los gastos de
funcionamiento de la AFIP. Pasados con holgura los 120 días fijados por el
fallo para que las partes se pongan de acuerdo en la forma de pago, no hubo ni
siquiera reuniones para resolver el tema. No hablemos ya de la financiación
nacional del déficit de la Caja de Jubilaciones de la provincia, la excusa que
encontró el socialismo para acompañar con sus diputados el blanqueo en el
Congreso.
En todo caso si hay un hecho político más relevante
en todo esto al que prestarle atención, sería si la reacción de Macri por la
“falta de vocación para trabajar en equipo” de Lifschitz se disparó por sus quejas por los estragos
que están haciendo en Santa Fe las políticas económicas de “Cambiemos”, en
especial el tarifazo y la apertura de las importaciones.
Si el gobernador no
planteara esas cuestiones sería suicida porque son problemas que están pegando
y muy fuerte en Santa Fe (a su vez desplazar culpas en el gobierno nacional le
permite eludir responsabilidades propias, sobre todo vinculadas al manejo de la
EPE), pero si el reproche de Macri viene por ese lado estaría indicando algo
más peligroso: que el nuevo “consenso” que se abre paso en el país (y del que
el kirchnerismo está explícitamente excluido y autoexcluido) no admite
disidencias, ni medias tintas: hay que comprar el combo completo.
Las presuntas
diferencias ideológicas entre el PRO y el socialismo (puntualizada hasta por
alguno de los senadores del PJ de la Fapnelco por acá) se diluyen si se miran los
hechos concretos: el socialismo acompañó en el Congreso el acuerdo con los
fondos buitres (porque tenía tanto o más apuro por endeudarse que el gobierno
nacional) al igual que el blanqueo y el desfinanciamiento de la ANSES, al que
por cierto ya había contribuido con su demanda judicial contra la nación en el
gobierno de Cristina.
Antes había
acompañado también el levantamiento del “cepo” (con su secuela inevitable: la
mega-devaluación y la eliminación de las restricciones al flujo de capitales) y
la eliminación de las retenciones, medidas todas que alimentaron el proceso
inflacionario que vive el país, y padecen los sectores populares.
En el semana el
ministro de la Producción de la provincia cargó contra el Secretario de
Comercio Braun por la falta de controles efectivos a las grandes cadenas de
supermercados y formadores de precios, omitiendo que el gobierno de Lifschitz y
él mismo (como responsable del área provincial correlativa) tampoco hacen nada
al respecto, no obstante tener todas las facultades legales para hacerlo.
Los dos (macristas y socialistas) se ponen de
acuerdo para pegarnos a nosotros, y nos usan como su insulto predilecto: para
decir que el otro hace algo que no les gusta lo acusan de parecerse al
kirchnerismo, o reproducir sus métodos.
Hasta cuando
Lifschitz se queja de los efectos de las políticas de Macri, le cuesta horrores
reconocer que algunas políticas del kirchnerismo que el socialismo criticó duramente
en su momento (como los subsidios a las tarifas de los servicios públicos, los acuerdos de precios o la
administración del comercio exterior) eran mejores que las que montó en su
reemplazo el gobierno de “Cambiemos”.
Un ejemplo típico
es el Procrear, que tuvo en Santa Fe un éxito marcado: pese a que su
“relanzamiento” por el gobierno de Macri significa su práctica desaparición tal
cual fue concebido, no mereció una palabra del gobernador, o dirigente alguno
del socialismo.
En un punto se entiende: al favorecer al mercado inmobiliario
en detrimento de la construcción, genera una ventana de oportunidad para que
los sojeros provinciales vendan algunas de las propiedades en las que
invirtieron sus ganancias de estos años; es decir que Macri (una vez más) vela
por los intereses de parte de la clientela electoral del socialismo. En todo
caso, un conflicto para la gilada, en el que nosotros no tenemos arte ni parte.
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