Los otros días decíamos acá que
era muy prematuro evaluar si el resultado de las últimas sesiones de Diputados
marcaban un cambio de tendencia en la relación de la autodenominada “oposición
responsable” con el gobierno de Macri.
Ejemplificábamos con el caso del presupuesto como el
siguiente escalón que permitiría evaluar más a fondo la cuestión, partiendo de
la base de que existe un consenso generalizado en el sistema político de que
cualquier gobierno tiene derecho a contar con su presupuesto; lo cual no
implica que todas las fuerzas con representación parlamentaria tengan que
aprobárselo a libro cerrado tal cual lo envía al Congreso.
Según todo parece indicarlo y con la provisoriedad que
exigen los juicios hablando de política y en la Argentina, tal parece que no
estábamos muy errados: Macri contará con el presupuesto para el año que viene
con el apoyo del trípode Pichetto-Massa-Bossio (sin el cual y con la fuerza
propia no podría lograrlo), a cambio de concesiones menores, o algún que otro
maquillaje o arreglo cosmético de los tijeretazos planteados en el texto
original en algunas áreas, como por ejemplo ciencia y técnica.
Habrá que ver los resultados finales, pero hasta aquí la
solución no difiere en términos político respecto de lo observado en los casos
del acuerdo con los fondos buitres y el lanzamiento del canje, “embellecido”
con la famosa “reparación histórica” a los jubilados: una oposición (o parte de
ella) sin muchas ganas de oponerse realmente, que da por sentado que se ha
instaurado en el país un nuevo orden político que llegó para quedarse; y del
cual espera obtener -a cambio de su actitud “colaborativa”- beneficios
puntuales.
Los supuestos beneficios a obtenerse de esa mirada
política (en especial para los que tienen la responsabilidad de gestionar, como
gobernadores e intendentes) están todavía por verse. Por el contrario, el
camino está jalonado hasta acá de promesas incumplidas del macrismo, de las que
el famoso “Plan Belgrano” es la más publicitada, pero lejos está de ser la
única.
Sin embargo, también hemos dicho varia veces en éste blog
que la cuestión entraña un aspecto más profundo que el de un simple pragmatismo
de toma y daca, que desde esa óptica (la del estricto pragmatismo) podría
aceptarse, a condición de mostrar resultados.
Lo que está sucediendo (y de allí que sí sea pertinente
hablar de la implantación de un “nuevo orden político”) es que muchos sectores
de la oposición en realidad tienen coincidencias de fondo con la mirada de
Macri sobre el país, su “modo de gobernabilidad” y su economía; y en función de
eso comparten creencias básicas del programa de “Cambiemos” sobre cuáles han de
ser los supuestos fundantes de ese nuevo orden político, y los pilares del
presunto despegue económico.
Para lo primero, la idea de una “pax romana” donde la
política renuncia de antemano a todo intento de despliegue autonómico respecto
de los poderes no institucionales (esencialmente los económicos y mediáticos)
en busca de los anhelados “consensos”; que suelen ser por lo general la forma
de denominar la aceptación por el sistema político, del pliego de demandas del
poder económico.
Para lo segundo, la suposición (cercana a la creencia
religiosa) de que los desequilibrios del sistema productivo del país se
resuelven retornando al endeudamiento en los mercados voluntarios de capitales,
y con el concurso decisivo de la inversión extranjera para superar los
conocidos “cuellos de botella”, como la restricción externa.
En función de eso, no hay
disensos fundamentales entre el gobierno y parte de la oposición respecto a
cuáles son las llaves para encender los motores: sacrificar el consumo en
beneficio de la inversión, apertura a la inversión extranjera, otorgamiento de
todo tipo de facilidades y desregulaciones al capital (incluyendo al nacional),
progresivo retiro del Estado de sus roles arbitrales, ni que decir de la
gestión directa de actividades empresariales.
Aunque no se lo verbalice porque
goza de mala prensa, o aunque se diga en público lo contrario, el retorno al
corazón de las políticas del consenso de Washington, y la creencia absoluta en
la teoría del “derrame”.
Un buen testeo para medir cuanto de cierto hay en éstas
deducciones nuestras, lo proporciona el proyecto de “participación
público-privada” que volvió a comisiones, pero según cuentan acá rápidamente retornaría al recinto de Diputados para ser aprobado, con el
apoyo decisivo del massismo.
Repasando los “retoques” que se le harían, hay un hilo
conductor con las “mejoras” con que esta misma parte de la oposición (que incluye a
Bossio) disfrazó su apoyo al acuerdo con los buitres y al blanqueo: cambiemos
algo, para que lo esencial siga exactamente igual.
A estar por lo que publican los medios al respecto, entre
los cambios a considerar no se cuentan la creación de sociedades con propósito específico para la ejecución de los contratos, o de fideicomisos para el desarrollo de los proyectos, en un claro avance hacia la introducción de formas de “off shorización” societaria en el país; la garantía a favor de los contratistas privados de repago íntegro del financiamiento que hubieran tomado para el desarrollo del proyecto al que corresponde el contrato en caso de rescisión anticipada del mismo (lo que supone una eventual asunción de deuda financiera privada por el Estado), la garantía extensiva al repago íntegro de las inversiones no amortizadas más una razonable utilidad esperada en el desarrollo del proyecto, es decir una especie de “rentabilidad garantizada” a priori, ni la indexación de los precios de los contratos o la posibilidad de que en caso de rescisión de los contratos se pague a los contratistas privados lucro cesante, o la exclusión de la posibilidad de pesificar obligaciones contraídas en moneda extranjera y de la aplicación de la Ley de Responsabilidad del Estado 26.944.
Tampoco se ha cuestionado -al menos que se sepa- que se establezca el derecho del contratista a mantener el equilibrio económico financiero del contrato en cualquier circunstancia, por ejemplo si el Estado devalúa la moneda o dispone cambios en su política económica; o que los fondos afectados al desarrollo de los proyectos sean manejados a través de fideicomisos operados por los bancos nacionales o extranjeros; o que los contratistas privados tienen las más amplias posibilidades para ceder a terceros los contratos y subcontratar las obligaciones a su cargo con ellos, pudiendo incluso ceder sus créditos derivados del contrato sin notificación al deudor cedido, que sería el Estado. De este modo fondos especulativos como los de Paul Singer y similares terminarían convirtiéndose en acreedores del Estado, sin que éste lo sepa.
No hay demasiados cuestionamientos a que se les reconozca a los contratistas privados el derecho de suspender la ejecución de las prestaciones a su cargo si -por ejemplo- el Estado se atrasara en los pagos; entre otras cuestiones que denotan que el “carozo” del proyecto seguiría
intocado pese a las advertencias de sectores del sindicalismo, y las quejas
(menores) de parte del empresariado.
Se vuelve otra vez (como con los
buitres, el endeudamiento o la “reparación histórica” a los jubilados) a la
ilusión del control parlamentario, bien acotado en un sistema presidencialista
como el nuestro; que además recuperó su fortaleza institucional tras la crisis
del 2001 y en los gobiernos de Néstor y Cristina: otro aspecto de la “pesada
herencia” que Macri no vacila en usufructuar, cuando lo cree conveniente.
Massa, Pichetto y Bossio se
ilusionaron con ponerle “cepos” al re-endeudamiento del gobierno a cambio de su
apoyo en el acuerdo con los hold outs, pero del proyecto que así lo disponía
-haciendo pasar cada nueva operación de endeudamiento necesariamente por el
Congreso- ya nadie se acuerda; y la deuda crece en millones de dólares por día,
sin su intervención.
Por diferentes razones
-fundamentalmente las disputas al interior de “Cambiemos”- terminó naufragando
(habrá que ver si en forma definitiva) el proyecto de reforma a la ley del
ministerio público que giraba en sentido parecido, desplazando hacia el
Congreso la llave de las decisiones como en plena crisis del 2001.
Una época de la que muchos tanto
en el PJ como en la UCR (excluida del núcleo duro que toma las decisiones de un
gobierno que formalmente integra) parecen ser nostálgicos como si en el medio
no hubiera pasado el kirchnerismo, o como si Macri hubiera sido electo por la
Asamblea Legislativa y no por el voto popular.
Lo curioso es que todos ellos (el
PJ “amigable”, la UCR, el propio Macri) parten del supuesto común de que el
kirchnerismo es una excepcionalidad que no debe volver a repetirse, y pretenden
atrasar el reloj más de una década; retomando el eje troncal de las políticas
que llevaron a la crisis. Difieren simplemente en cuan concentrado o compartido
debe ser el comando de la transición.
Las camares tienen que restringir el endeudamiento si los k se endeudaban en 10 milmillones al año,
ResponderEliminarRestringirle el endeudamiento a macri a no mas de 20 mil millones de dolares al año, so pena de iniciarle juicio politico.
esto esta verdaderamente mal.
Los diputados y senadores no pueden estar apoyando desde lo legislativo este aquelarre.
Van a quedar mal parados para todo el viaje y lo mejor del mismo (una porqueria) paso hace rato.
Excelente análisis. Y coincido: la mayoría de la clase política entiende que su supervivencia depende de vulnerar los resortes democráticos, restrictivos de sus prebendas y comparte en un todo el plan de Cambiemos. Quizás, algunos de estos "colaboradores" tan solícitos suscriban a la ingenuidad de pensar que el costo político por este retroceso nacional será absorbido únicamente por Cambiemos. Un error del que, en algún futuro popular venturoso, los despertaremos oportunamente. Saludos.
ResponderEliminarEstán trasladando a la obra pública, al derecho administrativo, la figura de la cesión de la posición contractual del Código Civil (art 1636). Es un delirio.
ResponderEliminarSi hasta en el ámbito privado se exige notificar la cesión de la posición contractual, pero según éste proyecto, al Estado no es necesario notificarlo.
Es decir que el Estado adjudicaría una obra a una empresa, pero nunca sabría quien ejecutará finalmente la obra. ¿Como controla entonces el Estado, por ejemplo, si el cedido tiene capacidad técnica para hacer la obra que se adjudicó a otra empresa?
El Colo.