Cuando en los primeros tiempos de su
gobierno Macri lograba imponer en el Congreso su agenda en temas cruciales como
el blanqueo o el acuerdo con los fondos buitres con el apoyo de buena parte de
la oposición, decíamos acá que se estaba poniendo en acto un nuevo consenso
político; del cual el kirchnerismo estaba expresamente excluido.
Ese consenso suponía una coalición amplia de
hecho para transitar el “post kirchnerismo” hacia un “país normal”; con el
aporte a “Cambiemos” de la oposición “responsable, racional y constructiva”: el
Frente Renovador, el peronismo “moderno, competitivo y funcional (eran los
tiempos de Massa y Urtubey acompañando a Macri al Foro de Davos) y la
dirigencia sindical tradicional, unificada luego en el triunvirato de la CGT.
Así se explica que, transcurrido un tercio
del mandato de Macri y con un clima de
descontento social creciente consistente con el deterioro de la situación
económica y social, como consecuencia directa de las políticas del gobierno,
haya coincidencia entre el oficialismo y parte de la oposición (incluyendo a la
carbonizada dirigencia de la CGT) en cuanto a que los que articulan formas de
protesta y resistencia contra el modelo, están procurando la desestabilización
del gobierno, y el final anticipado del mandato presidencial.
La figura literaria del “club del
helicóptero” suele ser usada con la misma frecuencia y el mismo significado por
los comunicadores lameculos del régimen, los funcionarios del gobierno, los
dirigentes del massismo y del peronismo y no kirchnerista, y algunos dirigentes
sindicales; que canalizan de ese modo su impotencia por haber sido
desautorizados en público por sus bases en la marcha del 7 de marzo.
Este “consenso ampliado” del que hablamos
supone no solo un proyecto político y económico, sino un diseño concreto de
democracia, con límites también concretos: allí está el propio Macri
diciéndonos que los paros y las movilizaciones son herramientas de la
democracia en las que él personalmente no cree; como si el espesor y el
desarrollo de nuestra vida democrática dependiese de su gusto personal, y no
fuese una construcción colectiva.
La coincidencia
entre oficialistas en sentido estricto y opo-oficialistas en poner al
kirchnerismo en el lugar de la desestabilización es una operación para dejarlo
fuera de la cancha democrática (que ellos han delimitado previamente), para
justificar la persecución judicial (sobre Cristina pero también sobre Milagro
Sala, y cualquiera que se perfile como opositor), y la reducción del adversario
política a la categoría de la asociación ilícita; que curiosamente y a juzgar
por los hechos, se aviene mejor con el
gobierno de los CEO´s, como una descripción más precisa de su naturaleza.
Claro que la
maniobra es interesada pero por razones diferentes: para Massa y los
“peronistas racionales” la idea es capitalizar el electorado del kirchnerismo,
para el gobierno contener y encapsular toda forma de protesta social, que les
impida avanzar más rápido en sus objetivos de reconfigurar social y
económicamente el país; sobre todo “bajar el costo salarial” y aumentar la tasa
de rentabilidad del capital.
Así cualquier
huelga o protesta que ocurra (como la que están protagonizando los docentes)
será atribuida a la larga mano negra de kirchnerismo agonizante pero a su vez
capaz de hegemonizar toda manifestación de descontento con el gobierno: un modo
de evitar discutir el origen de los reclamos, que son las políticas del propio
gobierno. El macrismo nos “regala” así (acaso sin medirlo debidamente) la
representación política de ese descontento, sea de los trabajadores, los
empresarios, los usuarios de los servicios públicos, o hasta los que se
movilizan por los derechos de la mujer. Que la sepamos aprovechar correctamente
o no, depende de nosotros, por supuesto.
Un gobierno como el de Macri que avanzó con
facilidad en un Congreso en el que está en minoría gracias a sus acuerdos con
el peronismo no kirchnerista y el massismo, se queja de los “palos en la rueda”
que permanentemente le ponemos nosotros; mientras atravesó un tercio de su
mandato sin grandes sobresaltos sindicales por su acuerdo con la dirigencia de
la CGT, pero nos atribuye la capacidad de marcarle la agenda a los “gordos”, y
empujarlos al paro y hacia la definición de un plan de lucha.
Sin terminar de
romper los puentes con la dirigencia de la CGT, el gobierno ensaya
convocatorias a diálogos sectoriales con los “posibles”, mientras desacredita a
los díscolos: plantea como enemigos a los sindicalistas o a algunos de
ellos (aprovechando su desprestigio
social: la imagen de Barrionuevo sirve para pegarle a Baradel), pero sus
verdaderos enemigos son los trabajadores.
Para el gobierno
disciplinar las paritarias es un asunto político de primer orden, porque allí
se juegan los “equilibrios” fundamentales de su modelo, pero el problema es que
justamente por eso por abajo crece el descontento, se achican los márgenes de
maniobra de la burocracia y los trabajadores quieren más conflicto, no menos:
sin entender eso, el cierre del acto de la CGT queda reducido a la anécdota del
palco y el atril.
El desacomodo del
gobierno ante la situación (sus interlocutores privilegiados en el mundo
sindical han perdido capacidad de representación) se extiende al massismo;
porque la crisis social angosta la “ancha avenida del medio”, y mientras para
Macri polarizar con el kirchnerismo (poniéndole la etiqueta de “kirchnerista” a
todo lo que se le opone o le molesta) le sirve para fidelizar al núcleo duro de
su electorado, en la misma medida en que con esa dinámica política Massa tiene
todo para perder.
En paralelo, el
peronismo “copartícipe del poder” (al menos así se soñaron algunos, como
Pichetto o Urtubey) nunca terminó de nacer, porque lo le pudo vender hasta acá
a Macri es su representación institucional, pero se viven tiempos de salir a la
calle, y ganar predicamento social para traducirlo en votos. Para peor, Macri
les ha bajado el precio al decidir prescindir del Congreso en éste año
electoral y gobernar a decretazo limpio; y la teoría oficial de la
“omnipotencia k) no ayuda a evitar la creciente aceptación en el peronismo de
la inevitabilidad de una candidatura de Cristina: en un clima social
crecientemente opositor, les ofrece la poca seducción de compartir
políticamente los costos del ajuste, sin ver electoralmente los beneficios.
En un año de
elecciones, la preocupación por asegurarse las pitanzas financieras que les
puede proveer el gobierno pasa progresivamente a un segundo plano, superada por
la necesidad de acertar en la estrategia de representación política, para
conservar el espacio de poder que se detenta: para retener bancas o
intendencias aparecer como cuasi oficialista de un gobierno cuyos niveles de
aprobación vienen en picada en el contexto de una economía que no repunta
En el sindicalismo
la dicotomía se disimula mejor, por las restricciones que tiene la dinámica de
las organizaciones gremiales para gestar cambios democratizadores hacia su
interior (reelecciones indefinidas, dificultades para armar listas opositores),
pero en las paritarias no impera con la misma intensidad la lógica
superestructural con la misma intensidad que en el caso de los movimientos de
la CGT; que permitían un margen mayor de maniobra, hasta el final del acto del
martes pasado.
Cacareadas
“desestabilizaciones” al margen, el dilema es tan sencillo de enunciar, como
difícil de resolver; y acompaña a Macri desde el primer día de su gobierno:
como legitimar electoralmente un proyecto de exclusión social, una vez que éste
ya dejó de ser incógnita porque se está desplegando en la realidad concreta, y
produciendo los efectos que le son propios.
Más allá del saqueador Mauricio, todos los medios oficialistas utilizan permanentemente el término kirchnerista como descalificativo. Como imputación.
ResponderEliminarEso también se puede ver en el editorial de la Sra. Joaquina Morales en La Nación, donde se reiteran -una y otra vez- asociados los términos "kirchnerismo", "izquierda", "desestabilización".
Son formas de expresión que se utilizaban en Dictadura por los mismos medios, cuando se hablaba de "subversivos", "izquierdistas", "violentos", y otros adjetivos similares como imputación.
Ahora, desestabilizador y Kirchnerista son utilizados como sinónimos, y de desestabilizador a subversivo hay un paso corto. En breve aparecerá el término subversivo asociado a kirchnerista.
"No olvidar,lo que ves, ya se ha visto ya."
El Colo.