Cada vez que se cuestiona la
actitud condescendiente de la mayoría de los gobernadores del PJ hacia el
gobierno de Macri se esgrimen en su defensa argumentos vinculados al
pragmatismo: deben gobernar sus territorios, lo que les exige recursos; y para
eso es menester mantener una buena relación con el gobierno nacional de turno.
Claro que las consideraciones de
índole pragmática están forzosamente obligadas a exhibir resultados, para
demostrar que la política elegida fue la correcta, y es en ese punto donde el
balance para los propios gobernadores peronistas de este tercio del mandato de
Macri dista de ser óptimo: vemos por ejemplo acá en La Nación como el
gobierno nacional avanza en el manejo discrecional de los programas de
vivienda, apostando a girar los fondos directamente a las municipalidades,
obviamente privilegiando a las que son gobernadas por “Cambiemos”.
De consolidarse la práctica las
provincias perderían así una “caja” que en parte les transfirió Menem en los 90’ con la Ley 24.464 (la de
los recursos del FONAVI), para compensarlos en parte por haberles tirado por la
cabeza las escuelas, los hospitales y el conflicto social; con el
desmantelamiento del sistema ferroviario y la privatización de YPF.
La idea de una “liga de
gobernadores” que se constituya en un polo de poder político es cíclica:
hibernada cuando el peronismo gobierna por la fuerza de gravitación del poder
presidencial, y reactivada cuando está en el llano para negociar con el
gobierno de turno, y disputar el poder hacia el interior del peronismo.
Un esquema que -como todos- no es
en si miso ni bueno ni malo, sino que depende para que se lo instrumente: no
fueron lo mismo los experimentos de centralización política del poder en el
peronismo con Carlos Menem en los 90’ ,
que con Néstor Kirchner tras el estallido de la convertibilidad; (uno venía de
La Rioja, el otro de Santa Cruz, ambos contaron con el decisivo apoyo del
peronismo bonaerenses, como para matizar como fueron las cosas); por no
remontarnos al propio Perón, por razones obvias.
Con Macri en el gobierno, buena
parte de los gobernadores del PJ se ofrecen como “dadores voluntarios de
gobernabilidad”, con polea de transmisión en el Congreso, en especial en el
Senado; y hasta van más allá y sueñan con “Moncloas” criollas, que vayan más allá de una mera cohabitación, para pasar
directamente al cogobierno, integrando hombres al gabinete de “Cambiemos”.
Pero mientras tanto muchos de
estos pragmáticos “fumadores adentro de una garrafa” ven como -cada vez que
puede, y remedando la fábula del escorpión y la rana- Macri los caga: al
ejemplo apuntado antes de los planes de vivienda sumémosle el DNU que derogó
los reintegros a las exportaciones por los puertos patagónicos; que aun hoy
tratan los gobernadores de la región de voltear en el Congreso; y el progresivo
vaciamiento del fondo sojero, que verá nuevamente podados sus recursos a partir
del año que viene, con otra baja en las retenciones.
En ese mismo contexto y mientras
les ofrece generosamente la posibilidad de acceder a los mercados de capitales
para endeudarse y financiar obras, Macri les aprieta progresivamente el
cinturón, tratando de meterlos en el corset de los “pactos fiscales”, que ya se
conocieron en el menemato: dada la absoluta inviabilidad política de una
reforma del régimen de coparticipación (por lo exigente de los mecanismos
constitucionales para alumbrarla) vuelve una y otra vez la idea de eliminar
Ingresos Brutos (el principal recursos tributario propio en todas las
provincias), a cambio de un vidrioso (legal y fiscalmente) “IVA provincial”.
El gobierno de Macri (con el
guiño implícito de varios gobernadores) desmanteló la paritaria nacional
docente que les generaba tensiones con otros gremios, pero también toma
decisiones que los afectan sin consultarlos, como los recortes drásticos en los
planes de inversiones de YPF; y después de verse resignado al fallo de la Corte
que le ordenó cesar en los descuentos del 15 % de la coparticipación que se
destinaba a la ANSES, lo está utilizando a su favor para saquear el fondo de
garantía y desmantelar progresivamente el sistema de protección social que
heredó del kirchnerismo; y que a los que gobernaron las provincias por esos les
garantizaba desentenderse de las políticas para evitar el conflicto social, que
quedaban en manos del gobierno nacional.
Y aun hay más: es obvio como se señala acá que hay gobernadores que negocian sus
listas de candidatos a diputados y senadores con la Casa Rosada (a cambio de
una supuesta paz en las provincias, con la brumosa promesa de desmontar algunas
listas de “Cambiemos”), para asegurarse legisladores que luego en el Congreso
sean dóciles a acompañar los proyectos del Ejecutivo que cada gobernador
negocie con el gobierno nacional. Y a los que no entran en esa, les prometen guerra.
Tan obvio como que la
exacerbación de la “lógica federal” hacia el interior del peronismo creyendo
que hay salvaciones comarcales del naufragio que implica la restauración en
trance de ejecución de un proyecto neoliberal en la Argentina, es un error político
mayúsculo.
Esa idea de un peronismo sin
visión ni escala nacional no podría ser más funcional a Macri, quien de ese
modo los agarrará de a uno como a las hormigas saliendo en fila del hormiguero,
esperándolos afuera con la pava de agua hirviendo: al que no lo pueda cooptar,
intentará destrozarlo, más tarde o más temprano.
Insistir en hacer acuerdos con Macri es una estupidez cuando se comprobó reiteradamente que no cumple los pactos.
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