Debe haber pocas mentiras más
grandes de éste gobierno (acaso al nivel de la promesa de la pobreza cero, o
que les preocupan la corrupción y la calidad institucional) que su presunta
preocupación por generar empleos, y mejor aun, que sean “de calidad”.
Un gobierno para el cual
-claramente- los trabajadores son parte fundamental de los problemas del país,
y jamás de la solución: no hay discurso presidencial o análisis oficial en el
que no deslicen que tienen la culpa de lo que nos pasa, por tener o reclamar
derechos (paritarias, licencias, sueldos), o no se haga una apelación a
incrementar la “productividad” (es decir, aceptar el sostenimiento de la tasa
de ganancia empresarial, que supuestamente derramaría bienestar al conjunto de
la sociedad); tergiversando a Perón.
Desde Prat Gay con su metáfora de
los zapatos apretados entre el empleo y el salario hasta el acuerdo
flexibilizador de Vaca Muerta como modelo a replicar, pasando por los intentos
de imponer paritarias por “productividad” o “metas de inflación”, pasando por
el “plan de reconversión industrial”, el ataque al empleo y al salario es el
eje central del discurso y del modelo político y económico del gobierno de los
CEO’s.
En cada conflicto sectorial o
particular de una empresa (sea Sancor, Bahco, Cresta Roja, petroleras,
automotrices o metalúrgicas) la respuesta del gobierno es siempre la misma: hay
que “achicar costos” para “hacerlas viables”, y las “reestructuraciones” deben
incluir -invariablemente- despidos y reducción de salarios y beneficios al
personal, y los trabajadores deben aceptar resignar salarios y derechos, porque
si las empresas llegaron a estar en crisis, ellos son los culpables; tanto como
lo eran de consumir, comprar electrodomésticos o autos, o gastar luz y gas en
exceso.
Y si nada de eso ocurre, porque
los trabajadores y los sindicatos resisten, la ayuda oficial tarda en llegar
todo el tiempo que sea necesario (como en Sancor) para que las condiciones
extremas propuestas para sostener los empleos sean casi las únicas disponibles;
o simplemente nunca llega: se les suelta la mano a las empresas y se las deja
caer, sin la más mínima preocupación por los puestos de trabajo que se pierden
en el camino.
Es allí cuando se muestran como
lo que verdaderamente son, empresarios preocupados por sostener sus ganancias y
las de su compañeros de clase (y no nos referimos precisamente al Cardenal
Newman), y acrecentar su poder hacia el interior de la empresa, a expensas del
“enemigo: el mundo del trabajo, con sus derechos, sus sindicatos, sus convenios
colectivos y sus paritarias.
A fuerza de recesión
autoinflingida, suspensiones y despidos, más el canje de algunos favores
crematísticos como las obras sociales, consiguieron hasta acá la blandura de
los “duros” del sindicalismo, y la colaboración amplia de los “blandos” de
siempre; pero el acto de la CGT previo al paro general dejó en claro que ese
mecanismo es sindicalmente insostenible a mediano plazo.
Mal que le pese a las
alucinaciones de los funcionarios, la economía no crece ni genera empleos, y
las mentiras de Macri y sus funcionarios son desmentidas por las propias
estadísticas oficiales, que dan cuenta de cómo se disfrazan como nuevos empleos
el blanqueo de los monotributistas, para poder cobrar la AUH; mientras que los
sectores elegidos por el plan económico como punta y pívot del crecimiento
(energía, minería, agro, bancos) no solo no son capaces de crear masivamente
empleo, sino que cuando pueden, lo destruyen y lo expulsan: ahí anda Martino
del HSBC (el banquero favorito de Macri) cerrando sucursales y poniendo en
riesgo puestos de trabajo.
Los empleos que se destruyen no
se recuperan, y nada indica que en el futuro vayan a recuperarse en la
proporción que se perdieron, o que se genere un crecimiento de l economía que
permita absorber el crecimiento vegetativo de la población, y la cantidad de
jóvenes que se suman a la población económicamente activa y al mercado de
demandantes de empleo.
La pérdida de poder adquisitivo
del salario y el retroceso de la participación del trabajo en el PBI (como le
dijo Kicillof a Peñá en el Congreso) no fueron errores no forzados o daños
colaterales, sino consecuencias directas y deseadas del modelo, al igual que la
suba del desempleo, que las retroalimenta: con mayores niveles de desempleo es
más posible y sencillo que trabajadores y sindicatos acepten recibir salarios
más bajos, y toleren reformas flexibilizadoras que les recorten derechos. Basta
leer los lineamientos del “Plan de Reconversión Industrial” para advertir que
esa es la apuesta del oficialismo.
En ese contexto, el espectáculo
de miles de jóvenes (uno de los sectores donde el desempleo golpea más fuerte)
esperando horas en La Rural por la presunta promesa de empleos para irse
decepcionados porque les dieron folletos y les pidieron que manden el
currículum por Internet (algo que habitualmente hacen, sin largas horas de cola
y desde sus casas): no se puede pedir una metáfora mejor de las políticas del
macrismo para el mundo del trabajo, y los trabajadores.
Acaso superada por el inverosímil
discurso de Macri en la “Expo-desempleo”, hablando antes jóvenes que buscan su
primer trabajo de la velocidad con la que se destruyen los empleos
“tradicionales” (es decir, industriales, en blanco y bien pagos), como si eso
fuera consecuencia del cambio climático o de una catástrofe natural, y no un
propósito deliberado de las políticas de su gobierno; para acto seguido
llamarlos a la resignación y la esperanza de poder conseguir un empleo,
basándose puramente en sus virtudes personales.
Es decir, como si no existiera un
contexto económico que es el que determina las oportunidades reales de
obtenerlo; o como si se tratara de un curso de autoayuda, o una invitación a
sumarse a la cultura del “emprendedorismo”; en la que por cierto no hay
sindicatos, ni delegados, ni comisiones internas, ni convenios colectivos.
Humillación, planteo de una
competencia individual descarnada de unos contra otros donde pierden todos,
aceptación resignada de empleos escasos, mal pagos y precarizados, con
restricción de derechos: todo eso se mistifica bajo el eufemismo de “empleos de
calidad”.
Por esa razón, hay que tener en
claro que esos miles de jóvenes que desfilaron por la Rural no fueron
convocados para obtener un empleo, sino para brindarles un poderoso mensaje a
los que ya lo tienen, y a las organizaciones sindicales que los representan:
deben resignar salarios y derechos, aceptar ser flexibilizados, agarrar lo que
venga (sean “retiros voluntarios” o suspensiones) sin luchar o resistirse;
porque hay un inmenso ejército de reservistas dispuestos a reemplazarlos de
inmediato, aceptando trabajar bajo cualquier condición, por mas explotadora o
abusiva que sea.
El gobierno de cambiemos es impresentable, innombrable, irrepetible y tremendamente cínico. No se entiende cómo todavía parte de la clase media a la que le quitó tantos beneficios, sigue tratando de justificarlo e incluso defenderlo. Sindrome de Estocolmo le dicen...
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