lunes, 19 de junio de 2017

LA INTERNA MÁS PICANTE


La devaluación del peso que resultó consecuencia directa del levantamiento del “cepo” cambiario en diciembre de 2015 fue una consecuencia deseada por el gobierno de Macri, con el objeto (decía) de fomentar las exportaciones y que la economía “recuperara competitividad”, pero sin descartar esos fines, la apuesta central era otra: bajar los costos salariales de las empresas medidos en dólares, porque eran “los más caros de la región”.

Se pueden rastrear en los medios de los meses previos a la devaluación los reclamos en esa dirección de los principales popes empresarios del país, como por ejemplo Paolo Rocca, el CEO del Grupo Techint.

“Mayor competitividad” es un eufemismo frecuente para no hablar directamente de una mayor tasa de ganancia del capital, conseguida a costa de una mayor explotación de la mano de obra, y pérdida del poder adquisitivo del salario; medida tanto en moneda dura como en su poder adquisitivo interno.

En ese sentido las políticas del gobierno de Macri conjugaron la tormenta perfecta para el bolsillo de los trabajadores porque con la devaluación los “bienes salario” (productos básicos de consumo que el país además exporta) subieron de precio (pese a que Prat Gay sostenía en campaña que estaban alineados desde 2015 con un dólar en torno a los 16 pesos), proceso empujado aun más por la eliminación de las retenciones a las exportaciones de carne, el trigo, la leche y sus derivados.

El proceso inflacionario abierto con esas medidas iniciales fue alimentado luego por los tarifazos, mientras el retorno del país a los mercados de capitales tras el acuerdo con los fondos buitres provocaba una afluencia de dólares financieros y de deuda, que contribuyeron a morigerar el impacto inicial de la devaluación y mantener apreciado el peso, medido el tipo de cambio contra la inflación.

Lo que hizo que el mismo gobierno que alimentaba por un lado la inflación (con los aumentos de tarifas y la devaluación inicial, sin retenciones), por el otro comenzara a utilizar el tipo de cambio como ancla inflacionaria, junto con la depresión de los salarios reales que derrumbó el consumo interno.

Entró así en una especie de “síndrome de la frazada corta”: con la eliminación de toda forma de control de capitales y el abundante endeudamiento externo, entran dólares financieros para la bicicleta y la fuga de capitales, pero mientras tanto mantienen apreciado el peso, y no hay tipo de cambio “competitivo”; sumado a que se abaratan las importaciones (más aun si se relajan los controles al respecto, como sucedió y sucede), y hay incentivos desde el propio gobierno para que las provincias, las municipalidades y las empresas se endeuden en dólares, aumentando la oferta de divisas por esa vía.

Y acá estamos entonces, con una sorda (por ahora) interna hacia el interior del bloque dominante por el sendero a futuro del tipo de cambio: con los bancos interesados en sostener un dólar planchado para seguir bicicleteando con las Lebac’s (otra trampa mortal, de la que ahora quieren salir con un bono del Tesoro), y para seguir ofreciendo colocar deuda, a cambio de jugosas comisiones.

Y del otro lado, la industria (sobre todo la que tiene mercado y escala para exportar) presionando por una nueva devaluación para “recuperar competitividad” (otra vez: bajar los costos salariales, medidos en dólares) y el “campo”, que por ahora no dice nada porque es uno de los principales sostenes políticos y económicos del gobierno, pero no permanecerá callado por mucho tiempo; aunque hasta ahora ha preferido descargar en los grupos industriales exportadores el trabajo de pedir otra devaluación, mientras la intenta forzar encanutando la cosecha.

Devaluación que por supuesto y como es sabido empujaría la inflación de regreso al sendero creciente, deteriorando aun más los salarios, pulverizando toda posibilidad inmediata de recuperación de la economía (porque se deprimiría aun más el consumo que ya viene ne caída), y aumentando la conflictividad social: consecuencias todas que cualquier gobierno quiere evitar mientras pueda (recalquemos: mientras pueda) en los últimos meses previos a una elección crucial.

Porque además otra devaluación encarecería los costos del endeudamiento (que en la medida que no se detenga en su velocidad ya empezarán a crecer, por el lado de las tasas de interés que se paguen), por el peso creciente de los servicios en las cuentas públicas: con un dólar más caro, hacen falta más pesos para comprar los billetes verdes que hagan falta para pagar los vencimientos de deuda.

Y para colmo otra devaluación no mejoría los ingresos del fisco (contribuyendo a los objetivos del ajuste fiscal) porque el gobierno ha eliminado y reducido retenciones a los mismos sectores que, además de ser los principales soportes del bloque que gobierna, son justamente los que empiezan a reclamar devaluar “para recuperar competitividad”.

En el tramo final del cierre de listas y armados de las PASO, ésta es una interna a la que habrá que empezar a prestarle más atención, porque sus consecuencias potenciales para todos son infinitamente peores y devastadoras para todas que las roscas del PJ bonaerense, o cualquier otro entuerto partidario.

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