Apenas asumió Macri el gobierno fue notorio
que la mayoría de los gobernadores peronistas (con las obvias excepciones de
Alicia Kirchner y Alberto Rodríguez Saá) se esforzaban por mostrarse -con
matices- como “opositores colaborativos”, a los que el gobierno invitaba a
“sumarse para trabajar juntos en equipo”; en aquellos tiempos inaugurales
cuando “Cambiemos todavía era “la revolución de la alegría”, se prometían
“segundo semestres” prósperos y “lluvia de inversiones”.
Mas allá del
previsible crédito que toda sociedad concede a un gobierno que recién inicia su
gestión, era notorio también que muchos gobernadores del PJ (algunos por puro
pragmatismo, otros por convicciones políticas) hicieron una lectura del
resultado electoral parecida a la de la conducción de la CGT: los vientos
políticos (nacionales, regionales y mundiales) habían cambiado, y había que
adaptarse a ellos; como pasó en los 90’ con el menemato.
Hasta cierto punto
hay razones atendibles para que apostaran a una convivencia pacífica con el gobierno
nacional, pues al fin y al cabo deben gestionar, y eso supone contar con
recursos, sean propios o sean provenientes de otras fuentes de ingresos, como
el tesoro nacional.
Sin embargo,
advertíamos nosotros que la lectura -como pasó con los dirigentes sindicales-
era errada, porque el modelo que gestiona Macri lleva ínsito en sí consecuencia
previsibles entonces, y corroboradas hoy, que los iban a poner en aprietos:
tendencia a la concentración del poder, recesión, ajuste y caída de la
actividad (con la correspondiente caída de los recursos en términos reales) y
la insistencia en imponer determinados tópicos de la hoja de ruta del
neoliberalismo (como los ajustes en el Estado y el gasto público), con
consecuencias catastróficas para las provincias, en términos sociales y
económicos.
Por las mismas
razones por las cuáles la figura de Cristina se mantuvo incólumne como
principal referencia opositora (o sea, el efecto concreto de las políticas de
Macri, y como plantarse frente a ellas), el polo alternativo de poder de la
“liga de gobernadores” hacia el interior del PJ nunca terminó de alumbrar; más
allá de ocupar la conducción formal del partido a nivel nacional para evitar su
intervención, y de sostener la rosca de Pichetto en el Senado, que hasta acá deparó
más beneficios para Macri, que para las provincias.
Partiendo de esa
lectura inicial (que, reiteramos, juzgamos equivocada, y todo indica que fue
así) los gobernadores quedaron tan desdibujados como la conducción de la CGT,
como le sucede a quien ocupa un “no lugar” en política: ni terminaron de
integrarse formalmente a la coalición de gobierno (aunque algunos como Pichetto
lo vienen planteando con insistencia), ni mucho menos terminaron plantándose
claramente como opositores, con alguna que otra honrosísima excepción (Gildo
Insfrán, por ejemplo).
El episodio De Vido
y los posteriores reproches presidenciales por “no acompañar” fueron un globo
de ensayo del gobierno, en busca de compromisos más amplias hacia el futuro:
las reformas que están en carpeta (laboral, previsional, fiscal) son tan
intragables social y políticamente, que Macri necesita de una coalición
política lo suficientemente amplia como para absorber los previsibles rechazos
y resistencias que suscitarán. Desde esa óptica, el paralelismo de la situación
de los gobernadores con la de la conducción de la CGT luce más nítido aun.
Y como a partir del
caso De Vido intuye que no le resultará tan fácil obtener esa “colaboración”
que antes (al principio, cuando el ejercicio del mandato no lo había desgastado
tanto) se le ofrecía gustoso, Macri entra en la fase de los berrinches, los
reproches y las amenazas: los gobernadores volverán a ser -seguramente-
“señores feudales”, “rèmoras del pasado”, “obstáculos para el progreso”.
La Moncloa criolla que primero fue esbozada por
algunos de ellos (Schiaretti, Urtubey) y fue rechazada por Macri siguiendo los
consejos de Peña y Durán Barba (cuando aun soñaban con ponerle
el epitafio al peronismo); les vuelve ahora como prospecto antes de las
elecciones, invitándolos a subirse al tren.
Y si no funciona la
zanahoria, o los incentivos empiezan a escasear, será el palo: el caso Tucumán
y los cariñitos de Macri a Manzur, o su presencia en Misiones y en las demás
provincias apuntalando a los candidatos oficialistas que les quieren serruchar
el piso a cada uno de los gobernadores del PJ o sus aliados tradicionales dan
muestras claras del giro político del gobierno; que hasta hace no mucho tiempo
negociaba con ellos por intermedio de Frigerio armar listas “amigables”, si no
comunes; con el compromiso de votar en conjunto en el Congreso, bajando la
intensidad de las disputas locales.
Claro que lo que
Macri pueda o no hacer no dependerá de lo que él quiera, sino de lo que las
circunstancias políticas, sociales y económicas le permitan; por eso los
gobernadores del PJ y demases no deberían ver con malos ojos un triunfo de
Cristina, con prescindencia de lo que piensen de ella, y de la evolución de la
disputa hacia el interior del peronismo de cara al 2019: todo lo que contribuya
a debilitar a Macri, a la larga los favorecerá a ellos, incluso para encarar en
mejores condiciones la negociación con el gobierno nacional, para los asuntos
cotidianos de la gestión y desde el más puro pragmatismo.
Macri, por el contrario, ya dio muestras cabales de lo que hará si sale fortalecido por el resultado electoral: exigirles rendición incondicional y alineamiento sumiso, como hizo con los radicales; experiencia que por cierto lo ha envalentonado, y acaso también tomar una dimensión no muy realista de su verdadero poder efectivo.
Macri, por el contrario, ya dio muestras cabales de lo que hará si sale fortalecido por el resultado electoral: exigirles rendición incondicional y alineamiento sumiso, como hizo con los radicales; experiencia que por cierto lo ha envalentonado, y acaso también tomar una dimensión no muy realista de su verdadero poder efectivo.
Esto es parte de un comentario que hice ayer, y lo pongo por la referencia a una declaración de Pablo Moyano que dice bastante sobre el tema del post
ResponderEliminar"Es muy claro que Isidoro no se cansó peleando, nació cansado como gran parte de la estirpe Blanco Villegas, pero acostumbrados a mandonear en estancias caracterizadas por el negreado a sus empleados entendió, que bastaba con eso para corregir lo que el ve como desajustes del orden natural de las cosas, cosas de señoritos dirían en España, el se acata pero no se cumple de nuestros conquistadores, donde se firma, y se da por cierto, aquello que nunca se tuvo intención siquiera de implementar, algo que estuvieron y están experimentando quienes hoy admiten a regañadientes liderazgos que hasta hace una hora objetaban,
Lo digo porque ayer escuche la entrevista de Iván Schargrodsky a Pablo Moyano donde el periodista antes de preguntar dijo que un encumbrado y declarado dirigente gremial anticristinista le habría dicho confidencialmente que la Sheeegua era quien podría poner freno a Isidoro y su banda y que ese sería el voto útil en las elecciones, la respuesta del segundo fue aún mas impresionante, por provenir de un Moyano, dijo que el elección general debería votarse por el candidat@ antimacrista con mayor caudal en las PASO, y me recordó al rey del Principito dando órdenes al Sol, como que salga durante la aurora, o se ponga durante la caída de la tarde.
Y eso sin hablar de la modesta rebelión de la Liga contra las ordenes del a ratos ocupante del Sillón de Balcarce en la expulsión a De Vido, que preanuncia realineamientos en relación a la pelea de referencia."
Nunca menos y abrazos