La furia represiva desatada por el gobierno
en la marcha del viernes en Plaza de Mayo es consistente con su encubrimiento a
la Gendarmería en la desaparición de Santiago Maldonado, con la dura represión
desatada cuando se lo llevaron y con otros casos de fuerzas de seguridad
desbocadas y con luz verde del poder político para actuar según les plazca,
como sucedió en Córdoba con las razzias masivas el día previo de la marcha.
Y coinciden -en
paralelo que en modo alguno se puede atribuir a la causalidad- con la escalada
de violencia verbal, mediática y simbólica que despliega el aparato
comunicacional privado para-estatal, tendiente a instalar la idea de que el
país vive un clima de violencia política en alza e inusitada; fogoneado desde
sectores de la oposición política, en especial el kirchnerismo, culpable de
todos lo males pasados, presentes y acaso futuros del país.
En ese contexto,
nos topamos con este movilizador posteo de Oscar Cuervo en su blog La Otra, y
nos hacemos las mismas preguntas que se hace él: si no habrá ingresado el
proceso político argentino en una fase de aceleración por parte del gobierno de
las codas para instalar un clima que justifique una intensificación del esquema
represivo, como cortina de hierro eficaz para imponer un ajuste drástico
después de las elecciones de octubre.
El miedo -se sabe-
es un poderosísimo disciplinador social, y las sociedad aterrorizadas se
muestran siempre más permeables y dispuestas a tolerar cosas que en
circunstancias normales no tolerarían, como resignar derechos ya incorporados a
su calidad y condición de vida.
Todos los regímenes
autoritarios (y vaya si el gobierno de Macri, con legitimidad de origen, no
libera a diario sus pulsiones de tal) se sienten tentados a apelar a esa
herramienta, para instalar la percepción de que se vive una situación de
excepción, que exige medidas del mismo calibre y que solo ellos están en
condiciones de garantizar; por lo que no son momentos para cuestionarlos, sino
para respaldarlos porque pueden asegurar el orden, contra los elementos
“disolventes”.
Del mismo modo que
con las acusaciones indiscriminadas de corrupción se desaloja al adversario
político de la categoría de tal para ubicarlo en el estante de la simple
delincuencia, el sambenito del “clima de violencia” resulta sumamente funcional
al propósito de paralizar a una sociedad como la nuestra, siempre dispuesta a
movilizarse en defensa de sus derechos.
De paso, también,
desacreditando por todos los medios posibles a su alcance el reclamo por la
aparición con vida de Santiago Maldonado, se desacredita la lucha por los
derechos humanos en general, y se intenta horadar la credibilidad del relato
instalado hasta diciembre del 2015 sobre sus graves violaciones durante la
dictadura: algo así como la contabilidad creativa de Darío Lopérfido sobre el
número de desaparecidos, pero por otros medios.
¿A cuanto están los
comunicadores para-estatales de decir que los mapuches intentan instalar un
Estado propio en una parte del territorio argentino para obtener reconocimiento
internacional como el ERP en Tucumán, o que Santiago Maldonado está vivo y
paseando por Europa?
“Estado de
excepción” dice Oscar Cuervo en su entrada, es decir un estado que justifica
adoptar medidas también excepcionales, como restringir libertades públicas o
derechos constitucionalmente garantidos como movilizarse y ganar el espacio
público para reclamar o protestar, por lo que fuere: presos políticos,
desaparecidos, salarios, puestos de trabajo, pensiones recortadas o becas de
investigación canceladas.
Por eso el posteo
está encabezado con una captura de pantalla de los artículos de la Constitución
que hablan del estado de sitio, en especial cuando se lo funda en la “conmoción
interior”.
No tanto porque
supongamos que el gobierno se proponga efectivamente declararlo (aunque la idea
no debe estar lejana en alguna alocada cabecita de un gabinete donde no abundan
los sensatos), o porque en caso de hacerlo, vayan a echar mano realmente de las
atribuciones que pone en sus manos; aunque un hipotético arresto por orden
presidencial a Cristina por “instigar a la rebelión” o algo por el estilo
seguramente galvanizaría los apoyos de su base electoral.
Se trata de tener
en claro para donde van o para donde pueden estar queriendo ir, para que no nos
sorprendan: de “nueva derecha democrática” no tienen nada, y estamos en manos
de gente que no está acostumbrada a ser contradicha, o a encontrar obstáculos u
oposiciones cuando se traza una meta. Y si los encuentra, intentará removerlos
sin dudar.
De allí que tampoco
esperemos que a un gobierno que intentó meter por la ventana dos jueces en la
Corte Suprema o violó al reglamentarlas las leyes de tierras o del blanqueo de
capitales, lo detenga la taxativa división de competencias que establece la
Constitución en estas cuestiones. De cualquier modo, les aconsejamos desde acá
una lectura del texto constitucional por las dudas, para que los ayude a
reflexionar, enfriar la cabeza y bajar un par de cambios.
Enfrentamos una
coyuntura difícil que exige inteligencia y templanza, para rechazar en forma
contundente toda forma de violencia política, sin dejar de reafirmar de un modo
contundente el derecho a manifestarse y expresarse políticamente y ejercerlo de
un modo activo; con la serenidad necesaria para enfrentar las provocaciones, y
la astucia para discernir las celadas que nos serán tendidas a cada paso.
Y con la
inteligencia necesaria para instalar una agenda lo suficientemente amplia, que
incluya desde el reclamo por la aparición de Santiago Maldonado hasta el
rechazo a las medidas del plan económico, y las propuestas para salir de la
crisis, que podamos debatir de cara a la sociedad de acá a octubre; sabiendo
que nos enfrentamos a un poder concentrado como no lo hubo nunca desde el
retorno a la democracia, y sin ningún tipo de escrúpulos para alcanzar sus
objetivos.
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