martes, 5 de septiembre de 2017

LECTURA RECOMENDADA


La furia represiva desatada por el gobierno en la marcha del viernes en Plaza de Mayo es consistente con su encubrimiento a la Gendarmería en la desaparición de Santiago Maldonado, con la dura represión desatada cuando se lo llevaron y con otros casos de fuerzas de seguridad desbocadas y con luz verde del poder político para actuar según les plazca, como sucedió en Córdoba con las razzias masivas el día previo de la marcha.

Y coinciden -en paralelo que en modo alguno se puede atribuir a la causalidad- con la escalada de violencia verbal, mediática y simbólica que despliega el aparato comunicacional privado para-estatal, tendiente a instalar la idea de que el país vive un clima de violencia política en alza e inusitada; fogoneado desde sectores de la oposición política, en especial el kirchnerismo, culpable de todos lo males pasados, presentes y acaso futuros del país.

En ese contexto, nos topamos con este movilizador posteo de Oscar Cuervo en su blog La Otra, y nos hacemos las mismas preguntas que se hace él: si no habrá ingresado el proceso político argentino en una fase de aceleración por parte del gobierno de las codas para instalar un clima que justifique una intensificación del esquema represivo, como cortina de hierro eficaz para imponer un ajuste drástico después de las elecciones de octubre.

El miedo -se sabe- es un poderosísimo disciplinador social, y las sociedad aterrorizadas se muestran siempre más permeables y dispuestas a tolerar cosas que en circunstancias normales no tolerarían, como resignar derechos ya incorporados a su calidad y condición de vida.

Todos los regímenes autoritarios (y vaya si el gobierno de Macri, con legitimidad de origen, no libera a diario sus pulsiones de tal) se sienten tentados a apelar a esa herramienta, para instalar la percepción de que se vive una situación de excepción, que exige medidas del mismo calibre y que solo ellos están en condiciones de garantizar; por lo que no son momentos para cuestionarlos, sino para respaldarlos porque pueden asegurar el orden, contra los elementos “disolventes”.

Del mismo modo que con las acusaciones indiscriminadas de corrupción se desaloja al adversario político de la categoría de tal para ubicarlo en el estante de la simple delincuencia, el sambenito del “clima de violencia” resulta sumamente funcional al propósito de paralizar a una sociedad como la nuestra, siempre dispuesta a movilizarse en defensa de sus derechos.

De paso, también, desacreditando por todos los medios posibles a su alcance el reclamo por la aparición con vida de Santiago Maldonado, se desacredita la lucha por los derechos humanos en general, y se intenta horadar la credibilidad del relato instalado hasta diciembre del 2015 sobre sus graves violaciones durante la dictadura: algo así como la contabilidad creativa de Darío Lopérfido sobre el número de desaparecidos, pero por otros medios.

¿A cuanto están los comunicadores para-estatales de decir que los mapuches intentan instalar un Estado propio en una parte del territorio argentino para obtener reconocimiento internacional como el ERP en Tucumán, o que Santiago Maldonado está vivo y paseando por Europa?

“Estado de excepción” dice Oscar Cuervo en su entrada, es decir un estado que justifica adoptar medidas también excepcionales, como restringir libertades públicas o derechos constitucionalmente garantidos como movilizarse y ganar el espacio público para reclamar o protestar, por lo que fuere: presos políticos, desaparecidos, salarios, puestos de trabajo, pensiones recortadas o becas de investigación canceladas.

Por eso el posteo está encabezado con una captura de pantalla de los artículos de la Constitución que hablan del estado de sitio, en especial cuando se lo funda en la “conmoción interior”.

No tanto porque supongamos que el gobierno se proponga efectivamente declararlo (aunque la idea no debe estar lejana en alguna alocada cabecita de un gabinete donde no abundan los sensatos), o porque en caso de hacerlo, vayan a echar mano realmente de las atribuciones que pone en sus manos; aunque un hipotético arresto por orden presidencial a Cristina por “instigar a la rebelión” o algo por el estilo seguramente galvanizaría los apoyos de su base electoral.

Se trata de tener en claro para donde van o para donde pueden estar queriendo ir, para que no nos sorprendan: de “nueva derecha democrática” no tienen nada, y estamos en manos de gente que no está acostumbrada a ser contradicha, o a encontrar obstáculos u oposiciones cuando se traza una meta. Y si los encuentra, intentará removerlos sin dudar.

De allí que tampoco esperemos que a un gobierno que intentó meter por la ventana dos jueces en la Corte Suprema o violó al reglamentarlas las leyes de tierras o del blanqueo de capitales, lo detenga la taxativa división de competencias que establece la Constitución en estas cuestiones. De cualquier modo, les aconsejamos desde acá una lectura del texto constitucional por las dudas, para que los ayude a reflexionar, enfriar la cabeza y bajar un par de cambios.

Enfrentamos una coyuntura difícil que exige inteligencia y templanza, para rechazar en forma contundente toda forma de violencia política, sin dejar de reafirmar de un modo contundente el derecho a manifestarse y expresarse políticamente y ejercerlo de un modo activo; con la serenidad necesaria para enfrentar las provocaciones, y la astucia para discernir las celadas que nos serán tendidas a cada paso.

Y con la inteligencia necesaria para instalar una agenda lo suficientemente amplia, que incluya desde el reclamo por la aparición de Santiago Maldonado hasta el rechazo a las medidas del plan económico, y las propuestas para salir de la crisis, que podamos debatir de cara a la sociedad de acá a octubre; sabiendo que nos enfrentamos a un poder concentrado como no lo hubo nunca desde el retorno a la democracia, y sin ningún tipo de escrúpulos para alcanzar sus objetivos.

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