Todavía no se conoce la letra chica de los
acuerdos que alcanzó el gobierno con los gobernadores por la reforma
tributaria, ni con la dirigencia de la CGT por la reforma laboral; pero todos
gastan a cuenta de que los acuerdos se cerraron, lo que no es un dato político
menor.
Hay quienes vienen sosteniendo que ambos -gobernadores y dirigentes sindicales cegetistas- se ven poco menos que
obligados a buscar alguna forma de acuerdo, porque deben “preservar sus
estructuras” y tienen responsabilidades institucionales que cumplir; pero lo
cierto es que hasta acá no han hecho más que acordar, que significó que siempre
tuvieran que ceder a las pretensiones del gobierno, obteniendo poco o nada a
cambio y en no pocas veces, ni siquiera eso se cumplió por parte de Macri:
vayan los bonos de fin de año pactados en 2016, o el financiamiento de las
cajas previsionales no transferidas, como simples botones de muestra.
Los gobernadores
(dicen) deben acordar porque necesitan pagar sueldos y hacer alguna que otra
obra, pero en el acuerdo aceptarían resignar recursos a futuro, a través de una
baja progresiva en Ingresos Brutos, que representa el 75 % de los ingresos
tributarios propios, en promedio.
Habrían obtenido
que el impuesto especial que se pague por el revalúo fiscal (aplicación del
ajuste por inflación en los balances de las empresas para el pago de Ganancias)
sea coparticipable, para que no pase lo mismo que ocurrió con el impuesto
especial por el blanqueo, que se lo quedó íntegro la nación. Sin embargo, esa
misma medida y otros cambios en Ganancias que contiene el proyecto significan
licuar la carga fiscal del impuesto para las empresas en el futuro, con la
consiguiente merma en la coparticipación.
La promesa de la
nación de financiar el déficit de las cajas previsionales no transferidas ya
fue hecha en el blanqueo de capitales, y no fue cumplida porque el gobierno de
Macri la condiciona a la “armonización” de los sistemas jubilatorios, lo que no
es otra cosa que una rebaja de las jubilaciones provinciales. Nadie puede
pensar que el presidente desista de esa ida, cuando acaba de decir que “la
ANSES no aguanta más”, solo considerando lo que gasta en los jubilados
nacionales, y por eso pide cambiar la fórmula de movilidad.
¿Quién soportará
entonces el costo de financiar los déficits jubilatorios provinciales, si la
meta de ajuste fiscal y merma del déficit planteada por el gobierno se basa
justamente en eliminar la fórmula de movilidad, y achicar el gasto previsional?
El acuerdo con la
CGT tampoco se conoce en detalle como para saber que logró salvar y que terminó
entregando el triunvirato en las negociaciones, pero hay algo claro: concedió
de entrada al discurso oficial de que los salarios son un costo que hay que
bajar, y los reclamos de los trabajadores una “industria mafiosa” que pone en
riesgo a las empresas, y a los puestos de trabajo.
En esas condiciones
de debilidad (abonadas por claudicaciones mayúsculas como la de los petroleros
en Vaca Muerta, o la UOM en Tierra del Fuego) no es de extrañar que el gobierno
avanzara mucho más allá de lo que -dicen- venía negociando con la CGT en torno
al blanqueo laboral y la situación de las obras sociales, para ir por
institutos fundamentales de la ley de contrato de trabajo y el derecho laboral.
Pero en ambos
casos, lo que sí está claro son las premisas políticas bajo las cuáles se
concertaron los acuerdos: la absoluta convicción de las contrapartes del
vgobierno en la invencibilidad electoral del macrismo de cara al 2019, la
percepción de un ciclo político largo que durará por lo menos hasta el 2023, y
la necesidad de acomodarse a esa circunstancia.
Una idea que tanto
el sindicalismo como la mayoría de los gobernadores ya plantearon en el 2015,
cuando leyeron el triunfo electoral de Macri en el balotaje com un cambio de
época, y que han reforzado con mayor razón luego de los resultados de las
elecciones de medio término.
La premisa central
del plan del gobierno (el plan del gobierno para ser más precisos) es otorgar
todo tipo de franquicias y beneficios al capital, en la creencia de que así se
lograrán el crecimiento primero y el desarrollo después, por derrame. Por
convicción en las premisas del neoliberalismo, por intereses concretos que
representa o por la suma de ambos, su único plan es ese: bajar impuestos (o
sea, recomponer rentabilidad empresaria a costa de los recursos del Estado) y
flexibilizar condiciones de trabajo y bajar salarios (o sea, aumentar plusvalía
del capital)
Y tanto los
gobernadores (o la mayor pare de ellos) como los dirigentes de la CGT, lo digan o
no, lo sepan o no, lo asuman o no, convalidan en los hechos la idea del
“derrame”: en el caso de las provincias asumiendo que la resignación de
ingresos propios y coparticipables (porque de eso se trata en definitiva la
“baja de la presión impositiva” puesta como objetivo) supuestamente se
recuperará en el futuro con crecimiento económico que derramará en inversiones,
empleo, consumo y mejor recaudación.
La realidad, por el
contrario, es que todos los indicadores económicos sugieren lo contrario:
crecen los desequilibrios estructurales, la fuga de capitales, el déficit
comercial y el de cuenta corriente, sigue cayendo el consumo, no se termina de
bajar la inflación y se potencia la bicicleta financiera.; y nada indica que
eso cambie en lo inmediato, con los duros datos. Por el contrario, las bajas
salariales y los tarifazos seguirán recortando poder adquisitivo y consumo, y
eso hará caer la recaudación.
En ese modelo no
hay lugar para la industria (aunque le regalen la flexibilización de la fuerza
de trabajo y la rebaja de las cargas patronales a la seguridad social), ni
tampoco para la creación de empleo digno, de calidad y bien remunerado; aunque
los trabajadores y sus organizaciones resignen derechos. La experiencia
histórica argentina y comparada, reciente y más lejana en el tiempo indica
exactamente lo contrario, y no se conocen ejemplos en contrario.
Suponer que bajar
impuestos y resignar salarios provocará un shock inversor que potencie el
crecimiento por parte de nuestra burguesía criolla rentista, evasora, fugadora
y parasitaria es un error mayúsculo, que el gobierno no comete: ellos sí
atienden a sus verdaderos intereses, y por eso no pueden sostener un debate a
fondo y en serio de su programa; razón por la cual apuran los tiempos
parlamentarios de las reforma, que se debatirá antes de que llegue Cristina al
Senado, y luego de que se haya ido Héctor Recalde de Diputados. Claro que esto
último es exclusiva culpa nuestra, por haberlo excluido de las listas de
“Unidad Ciudadana” cuando arreciaba la ofensiva de Macri contra “la mafia de la
industria de los juicios laborales”.
Como dice Coqui Capitanich acá en ésta nota que levanta Artemio, lo que le falta a la
oposición, antes que unidad y volumen, es vocación opositora. Y como también
dijo él, lo que hizo el PRO como opositores es lo que tenemos que hacer
nosotros: oponernos sistemáticamente a todo lo que planteen, porque ya sabemos
adonde conduce.
Cuando buena parte
del electorado decidió que el kirchnerismo ya había cumplido su ciclo no apeló
al “kirchnerismo con buenos modales y sin corrupción” que proponía Massa, sino
a quienes habían sido los más consecuentes opositores a las políticas de los
gobiernos de Néstor y Cristina: Macri, el PRO y sus aliados de “Cambiemos”.
Cuando una buena
parte del electorado se canse de Macri y de sus políticas querrá votar
opositores, no oficialistas disfrazados; y esos opositores deberán poder
acreditar haberlo sido desde el primer momento, y en forma clara y contundente.
Eso lo dejaron muy en claro las últimas elecciones, donde los “opositores
amigables” -sin excepción- hicieron sapo.
Claro que los
cambios del humor electoral tampoco se producen “por derrame”, sino que hay que
acompañarlos y producirlos: en una frase concebida para tiempos políticos de
excepcionalidad, decía Cooke que los regímenes no caen, sino que hay que
voltearlos.
Traducida en clave democrática, la alternancia o la
continuidad de los modelos políticos son consecuencias del voto popular,
consecuencia a su vez de la praxis política de los actores del sistema (nunca tan oportuno recordar eso como hoy, Día del Militante); y es
tan cierto que las últimas elecciones no fueron definidas por la economía, como
que nada indica que vaya a ser siempre así en el futuro.
Gracias por la claridad y la convicción. Hoy más que nunca.
ResponderEliminarFeliz día, queridos militantes de la Corriente!!!!
La única beneficiada con la nueva coparticipación, sería la Vidal. Pero el inmenso monto que se transfiere a la Pcia. de Bs. As. en perjuicio de las demás provincias, no será coparticipable a los partidos y comunas bonaerenses. Es todo para ella.
ResponderEliminarPara las demás provincias no hay dinero, solo bonos y la autorización para endeudarse. Pan para hoy, hambre para mañana. Para el año que viene. Deuda sumado a la baja de Ingresos Brutos, suicidios provinciales masivos.
Y surge la duda : ¿Todas las legislaturas provinciales aprobarán la nueva ley de coparticipación? San Luis -por el momento- es la única que no "acordó".
El Colo.