jueves, 23 de noviembre de 2017

AHORA NADIE SE HACE CARGO DEL ENGENDRO


Cuando el gobierno blanqueó que pensaba impulsar una reforma laboral profunda (luego de haberlo desmentido por escrito Marcos Peña en el Senado, dijimos acá que el proyecto marcaba una piedra de toque hacia el interior de todos los sectores del peronismo; y nos preguntábamos como se podía votar algo por el estilo -que cercena derechos fundamentales para los trabajadores- y seguir llamándose peronista, o peor aun, blandir el peronómetro contra otros.

Pichetto (el líder del pronismo, o peronismo PRO Macri) dijo públicamente entonces que ellos en el Senado iban a respaldar lo que acordara la CGT, es decir que si la CGt rechazaba la reforma, la iban a rechazar.

La CGT -sabemos- se sentó a negociar la rendición con el gobierno, habiendo aceptado desde el vamos que los derechos laborales son un problema para el país, que debe ser resuelto prioritariamente para remover uno de los principales obstáculos para el crecimiento: ese es el eje conceptual de las reformas, conteste con todo el discurso y la praxis del gobierno de Macri en estos dos años de gobierno; en los que eligió a los trabajadores como sus enemigos, blancos predilectos de sus críticas y de sus medidas.

Les guste o no a los dirigentes de la CGT (y a quienes intentar ensayar alguna forma de comprensión o justificación de su postura), sentándose a acordar con el gobierno retoques al proyecto original para hacerlo menos horrible (ya que ni con mucho esfuerzo puede afirmarse que sea bueno, o ayude a generar empleo de calidad y bien remunerado, pues ese nunca fue el propósito real) lo que la central sindical hizo en primer lugar es convalidar ese discurso y esa praxis oficial; que agreden directamente a la base social a la que deben representar.

Y esto no lo decimos nosotros (anticipándonos a alguna crítica del tipo “critican al sindicalismo porque no entienden como funciona, porque no son sindicalistas), sino los propios sindicatos y organizaciones de trabajadores nucleados en la CGT, a lo largo y a lo ancho del país: la Corriente Federal de los Trabajadores y la mayoría de las delegaciones regionales de la CGT, entre ellos.

Es evidente además que la reforma laboral es parte del acuerdo político de Macri con los gobernadores de todos los signos políticos, a menos que el gobierno se exponga a una derrota parlamentaria por no contar con los apoyos de los legisladores que les responden, sin los cuáles ni con la composición actual del Congreso ni con la futura, ningún proyecto puede plasmarse en ley. La hipótesis no parece posible.

Pues bien, como decíamos antes, el proyecto de reforma laboral aterrizó en el Congreso y llegó la hora de la verdad: el pronismo pichettista quiere aprobar su tratamiento antes de que llegue Cristina al Senado (todo un síntoma revelador de cómo son realmente las cosas), pero para eso quiere que los gordos de la CGT den la cara en las comisiones, bancándolo explícitamente.

Y parece que los muchachos de la CGT (que nunca dieron un comunicado oficial explicando lo que acordaron con el gobierno, y las razones por las cuáles lo hicieron) no lo harían en los tiempos que exige el cronograma anti-Cristina diseñado entre el gobierno y sus espadas en el Senado (Pichetto y Pinedo, en ese orden), porque se van al Vaticano a ver al Papa.

Lo que supone toda una definición sobre las bondades de la reforma para el conjunto de los trabajadores: salvo el gobierno, ninguno se anima a bancarla en público, en un debate en el Congreso, ni en los medios ni en la calle; acaso porque además de llover las críticas, temen que les tiren encima con el fantasma de la Banelco, que en este caso parece ni siquiera haber sido necesaria. A menos que la hayan reemplazado las transferencias on line a cuentas off shore, que es lo que está de moda. 

O sea, un auténtico engendro del cual nadie -salvo el gobierno, por supuesto- se reconoce progenitor o copartícipe, pero que todo indica marcha hacia su aprobación en ambas Cámaras del Congreso para convertirse en ley.

A menos -claro está- que el massismo en descomposición cumpla con su promesa de votarlo en contra (conociendo los antecedentes, nos animamos a suponer que lo que están haciendo en realidad es subirse el precio en la negociación), y Pichetto con la suya de no respaldarlo, si no lo hace la CGT públicamente.

Si las cosas se dan como lo marca la lógica (es decir, que ninguno de los nombrados cumpla con su palabra, como es su modus operandi habitual) y al triste precio de la resignación de derechos para los trabajadores argentinos, podría empezar a definirse la polémica sobre quien es realmente peronista dentro de “los peronismos”.

No sea cosa que luego de entregar el marrón en estas cuestiones medulares, al día siguiente salgan oliendo a rosas como si nada hubiera pasado, y a blandir de nuevo el peronómetro para distinguir entre réprobos y elegidos de “la reconstrucción del peronismo a tono con los tiempos que corren”, y paparruchadas por el estilo.

Ojalá nos desmientan.

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