A esta altura del partido y con casi la
mitad del mandato de Macri transcurrido (con todo lo que eso implica en materia
de política laboral) deja de sorprender la tibieza con la que ha reaccionado la
dirigencia de la CGT frente a los anuncios de cambios en las leyes del trabajo;
que amenazan derechos básicos y elementales de los trabajadores.
Los que hasta hace
apenas dos años no vacilaron en hacer cinco paros generales por una demanda de
segunda o tercera generación como el impuesto a las Ganancias (del cual hoy ya
ni siquiera hablan, ni siquiera ante la posibilidad de que a los empresarios sí se lo
rebajen), hoy parecen pedir clemencia al gobierno frente a cambios muchos más
profundos y un nuevo “cepo” al salario en las paritarias que se vienen; como en
los dos años anteriores.
Puestos a imaginar
las causas de semejante defección, la mayoría piensa de inmediato en acuerdos
vinculados al manejo de los fondos de las obras sociales (que por otra parte el
gobierno viene cumpliendo tarde y en cuentagotas), y pocos mencionan otro
aspecto relevante: la presunta garantía de sostener sin cambios el modelo
sindical.
De hecho en las
pocas expresiones públicas al respecto de la dirigencia de la CGT (hace poco
Schmid, por ejemplo) cuando hablan de las cuestiones “no negociables” mencionan
la ley de contrato de trabajo como marco jurídico que consagra el piso de
derechos laborales, la ultra actividad de los convenios colectivos (es decir
que mientras se negocia un nuevo convenio sigan vigentes las cláusulas del
viejo) y el modelo sindical.
La incolumnidad de
la ley de contrato de trabajo está puesta en tela de juicio por el propio
proyecto de reforma laboral que anda circulando, que tocaría varios de sus
artículos clave como el 66 (el del “ius variandi” del empleador para introducir
cambios) o el 30, que establece la solidaridad empresarial por el cumplimiento
de las obligaciones laborales en caso de tercerización o subcontratación; entre otros amenazados. Y la
de los convenios por acuerdos sectoriales como el de los petroleros en Vaca
Muerta, o las automotrices.
¿De qué se habla en
ese contexto cuando se habla de garantizar que no existirán cambios en “el
modelo sindical”, que parece ser más importante para la dirigencia sindical que
las propias leyes laborales?
En su discurso del
lunes en el CCK Macri sorprendió criticando la excesiva cantidad de sindicatos
que existen en el país, anunciando que tomaría medidas al respecto, como si el
Estado pudiera hacer mucho: recordemos que es el artículo 14 Bis de la
Constitución (caro a los liberales en tanto fue incorporado en la reforma de
1957 propiciada por la Libertadora) el que garantiza a los trabajadores
“...organización sindical libre y democrática, reconocida por una simple
inscripción en un registro especial...”.
Frente a ese
sistema se alza el de la personería gremial asignada a un único sindicato por
rama de la producción, actividad, oficio o profesión (este último el caso menos
frecuente en el sindicalismo argentino, como el de Camioneros); que viene del
peronismo y que le garantiza al sindicato con personería derechos de los que las
demás organizaciones carecen: a participar en la negociación colectiva y a
administrar obras sociales, entre los más relevantes (Ley 23.551, artículo 31
incisos c) y f)), pero no los únicos.
Un sistema que
desde la asunción de Macri para acá viene siendo cuestionado por distintos
fallos de la Corte Suprema de Justicia, que le han reconocido a los sindicatos
con simple inscripción (es decir sin personería gremial) el derecho a elegir
delegados que quedarán protegidos por la tutela sindical, y a realizar huelgas
y demás medidas de acción directa. Habría que ver si la Corte sostiene en el
futuro esa doctrina en estos tiempos de “actitud colaborativa” con el gobierno,
como se vio con sus fallos contra “la industria del juicio laboral”; máxime
luego de la queja presidencial sobre el excesivo número de sindicatos que hay
en el país.
No es ningún
secreto que los años del kirchnerismo estuvieron marcados por los conflictos
intersindicales (por competencias de afiliación, por ejemplo) y que en ese
rubro destacó claramente Moyano, “chupando” afiliados a otros gremios, tanto
como que la generación de sindicatos alternativos fue la respuesta que muchos
trabajadores encontraron a la falta de democracia interna de las
organizaciones.
Precisamente la
democratización de las organizaciones sindicales es una de las principales
asignatura pendientes de nuestra democracia, porque goza de mala prensa: en los inicios de la transición post dictadura y a través de la llamada “ley Mucci”,
Alfonsín utilizó esa bandera para lo que en realidad era un intento desembozado
por quebrar la “columna vertebral” de un peronismo al que acababa de derrotar
en las urnas. El final es conocido: el ensayó fracasó y contribuyó a fortalecer
la figura de Ubaldini no solo hacia el sindicalismo, sino hacia el conjunto del
dispositivo peronista.
Incluso en las
primeras elecciones sindicales posteriores en la mayoría de las organizaciones
los trabajadores ratificaron a las conducciones tradicionales de extracción
peronista, por una razón muy sencilla: eran las más representativas, porque
asumían la dirección del conflicto cuando los primeros efectos negativos del
Plan Austral y la “economía de guerra” lanzada por Alfonsín ya se hacían sentir
en los bolsillos. La enseñanza sería entonces que los dirigentes sindicales que son representativos porque defienden los intereses de sus afiliados poco tienen que temer de la democratización sindical.
El año pasado, cuando
la CGT amenazaba con paros y un plan de lucha, el gobierno de Macri ensayó una
“mini ley Mucci”: a través de resoluciones del Ministerio de Trabajo a cargo de
Jorge Triacca amagó con exigirles a los sindicatos el estricto cumplimiento del
cupo femenino en las listas, y que no se impusieran requisitos demasiado
rigurosos para la formación de listas en las elecciones sindicales (la Ley
23.551 dice que no se pueden pedir avales por más del 3 % del padrón de
afiliados).
Cuando la amenaza
de paro se disipó, los aires democratizadores desaparecieron, porque al
gobierno ya no le convenían: con cúpulas sindicales claudicantes e integradas
(por acción u omisión) al dispositivo político oficial, en un proceso
democratizador de los gremios en medio de un contexto de pérdida de empleo y
recorte del salario real, el gobierno tiene mucho más para perder que para
ganar; pues se entronizarían direcciones sindicales más combativos, incluso no
provinientes necesariamente de la izquierda clasista.
Por eso en ese
contexto (que en lo referente a la relación del gobierno con la cúpula de la
CGT no ha cambiado en absoluto) “defender el modelo sindical” parece un punto
de contacto entre el sindicalismo tradicional y el gobierno de Macri, en tanto
implica sostener en sus cargos a la actual conducción de la central.
De allí que los
experimentos “democratizadores” (como limitar las reelecciones, o establecer
con carácter obligatorio la participación de las minorías en los cuerpos de
conducción de las organizaciones) ni siquiera están hoy en el tapete; por el
contrario la consigna de la hora -compartida por la CGT y el gobierno- parece
ser reducir drásticamente el número de sindicatos que existen.
Habrá que ver si el acuerdo se sostiene ahora, cuando se conocen los términos concretos de la reforma laboral, o si por el contrario tienen más eficacia que los reparos que suscita, los aprietes indisimulados a los sindicalistas que no se avengan a aceptarla, con carpetazos judiciales incluidos. Por lo pronto el triunvirato duda, y la Corriente Federal la ha rechazado de plano, en durísimos términos.
Habrá que ver si el acuerdo se sostiene ahora, cuando se conocen los términos concretos de la reforma laboral, o si por el contrario tienen más eficacia que los reparos que suscita, los aprietes indisimulados a los sindicalistas que no se avengan a aceptarla, con carpetazos judiciales incluidos. Por lo pronto el triunvirato duda, y la Corriente Federal la ha rechazado de plano, en durísimos términos.
Como digresión
final: en tiempos del kirchnerismo, mucha progresía bienpensante les reprochaba
a Néstor y Cristina no haberle concedido la personería gremial a la CTA (hoy
fracturada), cuando no tenía efectos prácticos, ni su carencia le impidió ser
convocada a participar en todos los ámbitos institucionales en los que se
discuten políticas que tienen que ver con los trabajadores; desde el Consejo
del Salario hasta el cuerpo asesor del Fondo de Garantía de Sustentabilidad de
la ANSES.
Ambitos todos de
los que han sido prolijamente excluidos hoy por el gobierno de Macri, que se
apresta a introducir modificaciones de fondo en la legislación laboral y
previsional, privilegiando exclusivamente el diálogo con la CGT.
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