Desde acá hemos venido siguiendo con
atención la crisis política en Brasil, y dejamos volcadas varias veces nuestras
reflexiones al respecto: cuando comenzó la avanzada golpista contra el gobierno de Dilma Rousseff señalábamos acá los que entendíamos como errores del PT que le habían facilitado el camino.
Pero especialmente nos
interesa destacar ahora -con la noticia de la confirmación de la condena contra
Lula en segunda instancia, y la posible caída de su candidatura presidencial-
lo dicho en julio del año pasado cuando lo condenaron por primera vez en ésta entrada, cuya lectura íntegra nos permitimos recordar, por ser de
actualidad. (Ver si cabe cita textual).
Decíamos allí, seis meses atrás: "Lo sucedido en Brasil refleja -en un espejo tan gigante como el tamaño del país- las insalvables contradicciones entre el neoliberalismo y la democracia: mientras profundiza un plan económico y social de exclusión y recorte de derechos para las grandes mayorías populares, de un modo que no hará sino sumar más inestabilidad al ya convulsionado proceso político del país, ocluye a través de su brazo judicial la posibilidad de que ese proceso tenga una salida política en clave de legitimidad democrática...
El propio Lula se decía a sí mismo que él jamás hubiera pensado que poner un plato de comida en la mesa de los más pobres despertara tanto odio en los que tiran montones de comida que les sobra a la basura, todos los días. Pues bien: la respuesta le vino en forma brutal, porque esa gente ni siquiera eso -que es lo elemental- tolera, y se vuelve sobre el que lo hizo en clave de revancha social, y con profundo odio de clase...
Una derecha que de “nueva” tiene poco, tirando a nada, y de democrática solo la decisión de articular protestas políticas para presentarse a elecciones, por si las moscas: si ganan (como Macri) interpretará el resultado como un cheque en blanco para imponer su programa a como dé lugar, y procurará la desaparición de toda disidencia, por las buenas o por las malas. Y si pierde (como pasó en la primera década del siglo en la mayoría de los países del continente) intentará por todos los medios condicionar, erosionar o destituir al orden democrático, sobre la base de la idea matriz del neoliberalismo: su racionalidad es la única posible, con prescindencia de los resultados electorales, y aun de la propia alternancia política formal.
No solo vacían de sentido a la democracia en esa dimensión, sino en su despliegue y profundidad concretos. Como estamos viendo en la Argentina de Macri, la del neoliberalismo es una democracia en la que no hay lugar para la protesta social, el sindicalismo, los derechos laborales, los jueces que los tutelen o los convenios colectivos, ni para las políticas de protección social: todo debe ser sacrificado ante el altar del pensamiento único, que lo único que ha demostrado hasta acá es su inviabilidad histórica, política, social y económica en cuanto lugar se han ensayado sus soluciones; en América Latina y en el mundo.
Precisamente allí radica lo más profundo de la matriz autoritaria del neoliberalismo: en su absoluta incapacidad de rectificación, su terquedad obsesiva en insistir con las mismas fórmulas de siempre aunque cambien los contextos políticos, sociales o económicos en los que deben aplicarse, y aunque se trate de países distintos, con tradiciones culturales y políticas distintas: el libreto es siempre el mismo, las soluciones son conocidas, el final está cantado desde el principio. Tan duro y cerrado en sí mismo como el espesor de los intereses que defiende y representa....
Sin entender eso no se comprenderá la naturaleza íntimamente perversa de su propuesta, que es profundamente excluyente y antidemocrática, y por ende dispuesta desde siempre a excluir, proscribir, expulsar, despedir y reprimir; esos verbos malditos que lo medios que los apoyan no se animan a conjugar, ni a poner en la tapa de los diarios o los zócalos de los noticieros..."
Desde entonces lo
que hubo fue un proceso acelerado de descomposición del régimen golpista de
Temer, jaqueado por su propia corrupción, y por los estragos de su programa
económico y social; que no logra resultados ni siquiera en sus propios términos,
e intenta profundizar reformas regresivas que implican recortes de ellos; la
más connotada de todas ellas la reforma laboral, que hizo retroceder al Brasil
un siglo en esa materia.
Y hubo también y en
paralelo, una recomposición política del PT en torno a la figura
excluyentemente gravitante de Lula, que se reinventó a si mismo volviendo a las
fuentes (un dato a tener en cuenta, visto desde acá): superando su propia
enfermedad y la muerte de su esposa, se puso al hombro la empresa de
reconquistar el poder con marchas y movilizaciones a lo largo y a lo ancho del
país, tomando contacto directo con la base social que lo llevó dos veces a la
presidencia; llenando con su sola presencia el enorme hueco político que
existía en el gobierno y en la propia oposición tras el golpe parlamentario, y
que desestabilizaba al conjunto del sistema político brasileño.
Hueco que
subsistirá agravado si -luego del fallo de ayer- el tribunal electoral aplica
la “ley de doble ficha” e inhabilita su candidatura presidencial, impidiéndole
competir en las elecciones de octubre.
Valgan estas reflexiones para aprovechar el caso brasileño y traspolarlo a nuestro país:
sea que logre acceder al poder por las urnas y no por la hendija de un golpe
(parlamentario, de mercado o a la vieja usanza, para el caso es lo mismo) el
neoliberalismo regional no se priva de insistir siempre en la misma hoja de ruta,
que no tarda mucho en recortarle incluso los apoyo que supo conseguir.
Ver si no como por
ahí anda Macri a los tumbos, intentando replicar la agenda de Temer con las
reformas laboral, tributaria y previsional, con el argumento de la
“competitividad” y la necesidad de seducir al capital inversor; y con los
mismos resultados. Aunque en la Argentina el panorama político y electoral de
cara a las próximas presidenciales no esté tan claro como en Brasil, donde la
perspectiva cierta de un triunfo de Lula aun en primera vuelta en octubre
aceleró la cacería judicial en su contra.
Es difícil resistir
la tentación de trazar paralelismo entre ambos procesos y con otros que se
están viviendo en la región (por ejemplo en Ecuador), porque las similitudes
son visibles: se trata en todos los casos de sociedades con altos niveles de
exclusión y desigualdad (que empiezan incluso a retroceder en los avances
logrados en esa materia en la primer década del siglo), con democracias en
permanente construcción y afianzamiento (expuestas por ende al riesgo de su
propia fragilidad) y con el pasado autoritario acechando a la vuelta de la
esquina.
Todo ello siempre
en el marco de la debilidad de las estructuras políticas, y la permeabilidad de
las instituciones democráticas (ni hablemos las que no lo son, como el poder
judicial) a los núcleos de intereses de los verdaderos poderes; que por el
contrario tienden a fortalecerse aun más en los contextos de crisis, y por eso
los promueven.
Aun cuando no se
quiera adscribir a visiones conspirativas como la que plantea la existencia de
un “Plan Cóndor” judicial para sacar de las carrera electoral a las fuerzas
populares de la región, es notorio que las derechas (que aunque se llamen
“nuevas” tienen las mismas mañas de las viejas de siempre) juegan en todos
lados con armas parecidas; y no parecen dispuestas a respetar las reglas del
juego democrático si eso amenaza sus intereses, o su permanencia en el poder.
Y es precisamente
allí donde radica la importancia del episodio Lula, más allá de su propia
gravitación personal como figura política mundial, o del innegable efecto que
tendrá en la región el desenlace de la crisis en Brasil cualquier sea: lo que
está poniendo en juego no es simplemente una candidatura o la suerte de una
elección, sino los límites mismos del proceso democrático en buena parte de
América Latina.
No se trata
simplemente entonces de que un posible triunfo del PT en octubre abra paso a
una nueva ola de “populismos” triunfantes en la región que modifiquen el signo
de los últimos años en los que las derechas ganaron terreno incluso en las
urnas; sino de discutir el sentido mismo de la democracia en estos países, como
herramienta para transformar la realidad.
Acaso algo de esto
haya advertido Lula (cuyas dotes políticas están fuera de discusión) cuando
emprendió un esforzado “regreso a las fuentes” para potenciar las fuerzas de su
coalición política disgregada tras el golpe que desplazó a Dilma del poder: si
los procesos populares no avanzan decididamente en el rumbo de profundizar
reformas hacia una sociedad más justa e inclusiva, creando a su vez las bases
estructurales para sostenerse con más firmeza en el tiempo, aun al riesgo de
malquistarse con “los mercados”, la gran prensa o la corporación judicial,
tarde o temprano serán barridos sin contemplación; incluso por lo poco o mucho
que hubieran podido avanzar.
Como lo pudo
comprobar en carne propia el propio Lula con su metáfora del plato de comida .
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