domingo, 25 de marzo de 2018

LA REVOLUCIÓN DE LAS EXPECTATIVAS



La tapa de La Nación del lunes pasado difundía las cifras de desempleo del INDEC contándonos que eran las más bajas desde el 2003, y la tapa de Clarín del martes o miércoles hacía lo propio con los datos del PBI del año pasado, destacando que era el crecimiento más importante desde el 2011.

La edición de Clarín del viernes dejaba trascender que el miércoles que viene el INDEC difundirá los datos sobre la evolución de la pobreza, que arrojarán una baja; y el mismo viernes en Infobae la nota de Zlotogwiazda nos contaba que los economistas del gobierno dan por hecha la reelección de Macri, porque el año que viene para el momento de las elecciones la economía dará todas buenas noticias: creceremos, y bajarán la inflación y la pobreza.

Por supuesto que ninguno aclara que más de las dos terceras partes del empleo que se crea son monotributistas, monotributistas sociales y empleados públicos y casi todo el empleo que se destruye es empleo industrial en blanco y bien remunerado; como tampoco aclaran que la comparación del crecimiento del 2011 era contra un 2010 donde el país había crecido fuerte, mientras que el del año pasado fue contra un 2016 donde la economía cayó a pique; como consecuencia de las políticas del gobierno de Macri.

Un 2016 cuyos números (afectados en buena medida por el “apagón estadístico”) están siendo retocados por el INDEC de Todesca, que va ejerciendo su revisionismo estadístico sin pausa: los que venían a hacerles recuperar credibilidad a las estadísticas públicas no dejaron prácticamente ningún indicador relevante sin toquetear, desde el IPC hasta las mediciones de pobreza o desempleo, pasando por la evolución del PBI o los datos del consumo.

Y en medio del revoleo de cifras, no alcanzamos a entender como bajaría la pobreza cuando la inflación no cede, las jubilaciones y la AUH acaban de ser ajustadas a la baja y los salarios de los trabajadores se encaminan al tercer año consecutivo perdiendo poder adquisitivo; o como el consumo privado en 2016 habría caído (según el INDEC) apenas un 1 %, cuando según sus propias cifras “retocadas” la inflación fue del 41 %, los salarios pactados en paritarias se aumentaron entre un 30 y un 34 % (según los sectores) y las jubilaciones y la AUH (todavía con la vieja fórmula) en un 31,7 %.

Al mismo tiempo que difunden esos datos, también se conocen otros, que ya no son estimaciones, indicadores o proyecciones aproximadas elaboradas de un modo más o menos consistente (las dudas sobre la consistencia de casi todos son crecientes, incluso entre los economistas adictos a las políticas oficiales); sino que se trata estrictamente de estadísticas verificables a partir de movimientos concretos de la economía formal.

Así por ejemplo supimos esta semana que la deuda externa pública creció un 31 % el año pasado incorporando 52.000 millones de dólares adicionales (el 85 % de las reservas del Banco Central, en un año); y el déficit de cuenta corriente fue de 30.792 millones de dólares, más del doble del ya elevado del 2016, equivalente a un 4,8 % del PBI y la mitad de las reservas del BCRA. Para peor, uno sostiene al otro: tamaño déficit de cuenta corriente es alimentado por un creciente endeudamiento, que al presidente del Banco Central no le preocupa porque aun es bajo respecto al PBI; claro que omitió decir que eso es gracias a la “pesada herencia”.

Y también supimos que el déficit comercial del primer bimestre de este año fue de 1872 millones de dólares como consecuencia de un fuerte aumento de las importaciones (que crecen casi al triple de las exportaciones), lo que anualizado arrojaría unos 11.232 millones de dólares, que representarían una suba del 32,59 % respecto al del año pasado, que fue el más alto desde 1994.

Todos datos que dan cuenta de la debilidad estructural del modelo económico que depende -según acaba de reconocer el propio Macri- “de que el mundo nos siga acompañando”, justo cuando los datos indican también que se está frenando bruscamente el ingreso de capitales golondrinas que vienen a bicicletear; por la política de tasas del Central.

Por supuesto que ninguno de los que nos des-informa a diario desconoce estas cuestiones, pero todos se sienten obligados y comprometidos con “la revolución de las expectativas”, y hacen su aporte a la instalación de un clima general de optimismo que no condice con la realidad que podemos palpar a diario; junto con las inefables “consultoras” que no la pegan nunca, pero siempre se equivocan a favor de las expectativas que quiere crear el gobierno.

Porque ese es el propósito central, que excede a la mera propagación de “diarios de Irigoyen”: suponen (y suponen bien) que si logran instalar exitosamente la percepción social de que las cosas van bien e irán mejor en el futuro no solo crecerán las chances de “Cambiemos” y Macri de perpetuarse en el poder más allá del 2019, sino que irán venciendo las resistencias que se les interpongan en el camino hasta entonces; en el Congreso o en la calle, en la política, el sindicalismo o la protesta social.

En un país donde la mayoría crea que “vamos bien” habrá menos espacio para voces disidentes, para espacios de resistencia, para sindicatos que no quieren aceptar el cepo salarial en las paritarias; y será más difícil la construcción de una unidad opositora capaz de pelearle las elecciones al gobierno el año que viene.

Si al final todo falla y los desequilibrios que hoy se barren bajo la alfombra terminan estallando y haciendo volar todo por los aires como en el 2001, siempre habrá s tiempo para despegarse, para negar haber participado del operativo “felicidad social”, o para poner la propia a buen resguardo en algún oscuro paraíso fiscal; claro que en la parte que ya no esté fondeada en alguno.

Y acá quedarán como siempre los que terminen despertando bruscamente a la realidad, que no era la que les contaban las tapas de los diarios.

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