Si hay un sector que se ha visto favorecido
con sus vínculos con el Estado en los diferentes gobiernos cualquiera sea su
signo político, ha sido la patria constructora. Y el kirchnerismo, lejos de ser
la regla, fue acaso el proceso político en el cual más se vieron favorecidos,
salvo el primer peronismo; con una enorme inversión en obra pública en todas
las ramas de la industria de la construcción.
A punto tal que la
leyenda negra de “la corrupción k” y el famoso “se robaron todo” se
construyeron con eje en la obra pública en el período del 2003 al 2015, y
especialmente en la gestión de Julio De Vido. Alguien llenó los bolsos de Julio
López, y no fueron las monjas del convento; quizás ahora que la causa ha
llegado al juicio oral finalmente lo sepamos.
Sin embargo y por
aquello de que el capital no tiene patria ni bandera, los muchachos
constructores pusieron huevos en ambas canastas, pero apostaron más fuerte a la candidatura de Macri, al fin y al cabo uno
de los suyos: a través de SIDECO (una de las naves insignia del holding SOCMA)
o IECSA (luego “vendida” sucesivamente al primo Calcaterra y al amigo Mindlin)
el clan familiar participó activamente desde sus orígenes de la actividad de la
construcción, vinculada a la obra pública.
Y una vez instalado
el constructor Macri en el gobierno, redoblaron la apuesta y en principio, mal
no les estaba yendo, porque en el segundo semestre del año pasado el gobierno
apostó fuerte a la obra pública, en un envión “keynesiano” que le permitiera
ganar las elecciones de medio término inyectando actividad a la economía.
Antes de eso, en el
2016, el gobierno logró hacer aprobar en el Congreso (con la colaboración de la
“oposición responsable”) el régimen de los contratos de “participación pública
privada” para las obras de infraestructura; con el que esperaba no solo atraer
la “lluvia de inversiones” del exterior, sino generar otro nicho de negocios
para los contratistas locales.
Sin embargo, pasada
la necesidad electoral, las cosas volvieron al cauce natural de la economía
neoliberal monetarista: los pagos de los certificados de obra pendientes se
fueron espaciando, la inversión interanual en obra pública (incluyendo las
transferencias de capital a las provincias para obras financiadas por la
nación) cayó drásticamente este año respecto al anterior; y aun antes del acuerdo
con el FMI Dujovne había anunciado un recorte de 30.000 millones de pesos en la
obra pública nacional.
Con el acuerdo del
Fondo cerrado y aun antes de que se conozca su letra chica, ya se sabe que las
metas de reducción del gasto que involucra para alcanzar los objetivos
planteados de reducción del déficit fiscal suponen una merma del 81 % en los
gastos de capital, respecto a un año como éste en el que ya vienen mermando,
conforme a lo expuesto.
Tal compromiso
disparó -como era previsible- la queja de las cámaras del sector, como la que
expresa el presidente de la CAC Guillermo Weiss en esta nota de La Política Online a la que corresponde la imagen de apertura, alertando sobre la
posible pérdida de puestos de trabajo que significaría un frenazo tan fuerte de
la actividad. Curioso: otro afectado por el recorte sería el gremio de la
UOCRA, cuyo conductor Gerardo Martínez es uno de los “gordos” que siguen
apostando a rosquear con el gobierno, y frenar toda posible convocatoria a un
paro: Roma no paga traidores, versión un millón.
El presidente de la
Cámara Argentina de la Construcción también expresó sus dudas respecto a que el
sistema PPP (participación pública privada) pueda contrarrestar la brusca caída
en la inversión en obra pública del Estado nacional y las provincias (a las que
el acuerdo con el FMI también mete en el baile del ajuste), en especial por los
exhorbitantes costos del financiamiento, en un contexto de crecientes
turbulencias financieras y cambiarias en el país y en todo el mundo.
Nada que no se
supiera -en mano de consecuencias indeseadas- si se analizaba atentamente como
funcionan los modelos económicos del tipo del que se está ejecutando en el
país, y cuáles son sus debilidades estructurales, pero la “solidaridad de
clase” por un lado, y la tentación de conseguir aun mayores niveles de
flexibilización de una fuerza de trabajo que es de las más precarizadas (cosa
que consiguieron), llevaron a nuestra patria contratista a atar su suerte a un
modelo que ahora los expulsa; o al menos no lo tiene entre sus prioridades.
A menos que el enojo de Weiss se base
exclusivamente en que el gobierno los remite a pescar en el mar de los
contratos PPP donde tallan otros tiburones de mayor porte (nacionales y
extranjeros), y ahí tienen pocas chances de enganchar algún contrato, aunque en el caso de los corredores viales no le fue nada mal, porque se quedó con dos de los seis licitados bajo esas premisas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario