lunes, 23 de julio de 2018

DESAFÍO PARA DURÁN BARBA


Hace unos días se conocieron los detalles de la “letra chica” del acuerdo que el gobierno negoció con el FMI, y no es que sorprendieran muchos sus términos, suma de las medidas que siempre aconseja el Fondo en todo lugar y circunstancia, con las que el propio Macri estuvo dispuesto a aplicar desde el inicio de su mandato; y en muchos casos ya vino aplicando, y se profundizarían: recortes en el Estado, suba de las tasas de interés, liberalización de los mercados financieros, recortes de derechos, flexibilización laboral, suba de las tarifas y eventualmente venta de activos públicos.

El martes de la semana pasada leíamos en esta nota de Maximiliano Montenegro en Infobae las previsiones de los economistas del staff del FMI sobre los escenarios posibles para la Argentina a partir del cumplimiento del acuerdo y la ejecución de las medidas de política económica que son su consecuencia; de las que el Fondo se empezó a despegar trasladándole la responsabilidad íntegramente al gobierno argentino.

Un desmarque que poco importa porque existiendo -como existe- absoluta afinidad de criterios entre las partes respecto al rumbo que debe seguirse, porque importan las autorías intelectuales, y de todos modos será el gobierno de Macri y la alianza “Cambiemos” los que paguen los costos políticos y electorales de la aplicación del ajuste.

El informe evalúa dos escenarios posibles, uno más optimista que el otro, pero también hay coincidencias en ciertos puntos: se espera una recesión para la segunda mitad de este año (que ya se está manifestando) y se discute de cuanto será su profundidad (una caída del PBI de entre el 0,4 % y el 1,5 %) y su traslado por arrastre al año próximo, para el cual el crecimiento -según sea el escenario que se adopte- sería entre nulo y escaso (un 1,5 %, en el mejor de los casos. Otro tanto pasa con la inflación, de la que ya se puede decir que estará por encima incluso del pronóstico más pesimista del FMI (31,7 % para todo este año), y si fuera menor, es porque la caída de la actividad es mucho más abrupta.

Como si no fuera poco que el gobierno de Macri encare el año en el que se jugará en las urnas su permanencia en el poder con un escenario de estanflación (es decir, alta inflación más recesión y caída de la actividad), el informe, aun entre líneas, siembra dudas respecto a la sustentabilidad del endeudamiento y la capacidad de la Argentina de hacer frente a los pagos de intereses y capital de su deuda externa.

La semana pasada también Morgan Stanley aconsejaba a los inversores “bonos cortos” argentinos, porque no se sabe que puede pasar, y si Macri será reelecto o no; sumando el riesgo político al ya existente riesgo económico que genera un programa absolutamente insustentable, por donde se lo mire.

Sabido es que si algo caracteriza al FMI (además de su obcecación en aplicar políticas que fracasan siempre que se ensayan) es pifiarla sistemáticamente en sus proyecciones macroeconómicas a futuro, cosa que ha venido pasando también en lo que va del gobierno de Macri: comparten con los analistas y consultores del “mercado” el dudoso privilegio de tener que recalcular siempre sus predicciones, para peor si el gobierno es "del palo"; para mejor, si es de los "populismos" que detestan.

Si se sabe leer, en el informe y en los documentos que el Fondo ha venido dando a conocer sobre el caso argentino el pesimismo se cuela por todos lados, y abren constantemente el “paraguas” por si la cosa termina mal, como todo indica que lo hará. Un panorama en el que todo está atado con alfileres y depende de circunstancias que el gobierno de Macri no maneja (como el humor de los mercados, o el contexto internacional), y otras que ha venido manejando desastrosamente; como el control de la inflación o los flujos de capitales.

Y un panorama en el cual, aun en la perspectiva más optimista de las que refleja el informe del FMI, habría un crecimiento muy moderado si todo juega a favor, pero incapaz de compensar la profunda recesión de la segunda mitad de éste año, y de absorber la demanda de empleo que genera el propio crecimiento vegetativo de la población, o de recomponer el salario jaqueado por la inflación. De hecho en el caso de los trabajadores del Estado es el propio Fondo el que está exigiendo un ancla salarial para contener la inflación, o para ser más precisos, para generar recursos presupuestarios excedentes que se destinen al pago de la deuda.

Lo que nos deja con la última referencia económica de esta entrada: el informe no acierta a precisar en que factores del proceso se basaría un eventual crecimiento (con demanda agregada reprimida y gasto público ajustado), ni la generación de la capacidad de repago de la deuda (principal preocupación del FMI), a punto tal que ensayan escenarios de refinanciación de vencimientos, para evitar el defáult.

En ese marco, las restricciones económicas le crean al gobierno restricciones políticas, y electorales: varias hemos dicho acá que buena parte de la eficacia de la maquinaria de ganar elecciones diseñada y operada por Durán Barba se basab en administrar la riqueza de un distrito rico, y con muchos problemas resueltos, como la CABA. Y en el 2015, en administrar con eficacia las quejas sociales contra el gobierno de Cristina, y las expectativas de un futuro más promisorio. 

Bien, así las cosas, todo indica que en las presidenciales del año que viene no gozará de ninguna de esas ventajas, y por primera vez el gurú ecuatoriano deberá dotar de un discurso creíble a los candidatos del ajuste, la recesión, la inflación y los salarios deprimidos; siempre y cuando a su vez no sean también los del default, la crisis de la balanza de pagos y -si no retocan algunas ideas alocadas de “Toto” Caputo” y Dujovne que se están aplicando por estos días, como el toqueteo de los encajes- de una corrida bancaria. 

A ver como se las apaña con esas dificultades, cuando además las dudas sobre la transparencia de su financiamiento de campaña también hacen mella (en un contexto socioeconómico complicado) en su propia base electoral.

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