jueves, 19 de julio de 2018

PARECE QUE NO ERA TAN FÁCIL



Conocidos los datos del IPC de junio, la inflación fue la más lata en 25 meses, y los primeros 31 meses de gobierno de Macri fueron los peores desde 1991, en lo que refiere a ese indicador. La inflación “núcleo” estuvo incluso por encima del ya alto indicador general, y dentro de éste, los precios regulados directamente por el gobierno (el transporte, la energía, las prepagas) casi llegaron al doble.

Ni hablar de los precios “desregulados” por decisión del gobierno como los combustibles, o los “dolarizados” (al quitar las retenciones en medio de una fuerte devaluación) como los de los alimentos básicos de la canasta familiar. Salvo las prepagas (que afectan a un porcentaje menor de la población), los rubros que más aumentan son los más inelásticos a una merma sustancial del consumo (porque son básicos e imprescindible), pero que hay merma, la hay; lo que supone un aumento de las privaciones de cosas elementales para la gran mayoría de la población, y un deterioro creciente de su nivel de vida.

En tanto lo que más aumenta son justamente (y por decisiones de política económica del gobierno) las cosas más básicas, la inflación le pega peor -dentro de los sectores de ingresos más o menos fijos- a los sectores con menos ingreso disponible, que deben volcarlo casi todo al consumo: jubilados, pensionados, trabajadores informales, beneficiarios de planes sociales.

Desde el punto de vista macroeconómico, la “competitividad” ganada a costa de la pulverización del salario real por la devaluación, será limada por el agudo proceso inflacionario, y volverán los reclamos por el atraso cambiario (máxime cuando el dólar bajó algo desde sus valores máximos), y vuelta a empezar con la rueda; hasta que todo estalle. Para peor, los aumentos en el nivel mayorista hablan a las claras de un segundo semestre complicado, con más oleadas de traslados de la corrida cambiaria a los precios minoristas.

A menos de un mes de cerrado el acuerdo con el FMI, la banda inferior de la inflación pactada ya estalló por los aires, y el gobierno marcha camino a un “waiver”, que seguramente consistirá en otro apretón monetario vía suba de las tasas, que profundizarán la ya grave recesión.

El fracaso estrepitoso de la política anti-inflacionaria del gobierno (un fetiche de las políticas neoclásicas) se llevó puesto todo el bagaje teórico de la ortodoxia, que no obstante ello insiste con las mismas recetas: quedó comprobado que ni la inflación es un fenómeno exclusiva o preponderantemente monetario, que el “pass trough” (traslado a precios de modificaciones en el tipo de cambio) sigue vivito y coleando, que la suba de tasas es ineficaz para contenerla y que se trata en esencia de un resultado de la puja distributiva en sociedades desiguales y mercados imperfectos.

Una puja distributiva desatada por el gobierno, que se abstuvo deliberadamente de regularla y conducirla luego de que la alimentó con una brutal modificación de los precios relativos (tarifas, tipo de cambio); con la finalidad explícita de que la perdieran los salarios: se los pretendió usar como ancla inflacionaria y no funcionó, aunque en realidad eso fue lo que se dijo: el objetivo real fue (siempre) hacer retroceder el salario real, y la participación de los trabajadores en el ingreso.

La velocidad de la crisis se llevó puestos también los reacomodamientos discursivos de actores secundarios de la coalición gobernante, como los radicales y Carrió con su proyecto de ley de defensa de la competencia “para ir contra los abusos de los formadores de precios”; contra los que Vidal lanzó una tibia advertencia pero le avisaron a tiempo, y quedó en eso nada más.

Antes y desde el inicio, el gobierno se ocupó concienzudamente de desmantelar todos los controles estatales sobre la formación de precios y la estructura de costos de las empresas, y de vaciar hasta hacerlo casi desaparecer, al programa “Precios Cuidados”.

Fracasaron todas las estrategias seguidas hasta acá para contener la inflación; con lo cual queda demostrado que -contra lo que decía Macri- no era algo tan sencillo de resolver, ni dejó de ser un problema. De hecho, es junto a la pobreza y las amenazas sobre el empleo, el principal de los problemas.

Lo que sí es cierto es que es una clara demostración de la inutilidad del que gobierna, en éste caso Macri. A menos que el efecto haya sido el buscado por lo antes señalado de la guerra al salario, en cuyo caso el inútil trasmuta en hijo de puta.

En cualquier caso la conclusión es la misma: el año que viene en las urnas hay que echarlo a patadas en el culo.

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