jueves, 12 de julio de 2018

VOLVER AL FUTURO


Cuando los populismos gobiernan, la crítica más frecuente del neoliberalismo es que sacrifican el futuro de las sociedades o lo comprometen seriamente, para despilfarrar recursos otorgando beneficios para el presente, con tal de perpetuarse en el poder. Cuando gobiernan ellos, les exigen a las sociedades sacrificios y privaciones en tiempo presente, con la promesa de que son el único modo de lograr un futuro venturoso.

No hace falta apelar a la memoria histórica para advertir que ese futuro nunca llega: basta con recordar las promesas del pasado inmediato del gobierno de Macri que nos ajusta en éste presente: “el segundo semestre”, “lo peor ya pasó”, “la lluvia de inversiones”, “la luz al final del túnel”.

Aun cuando se vive en presente y la tentación de subordinarlo todo a la coyuntura actual es dominante, la dimensión del futuro en la política siempre incide en las percepciones, y obviamente en las decisiones electorales. Y cuando hablamos de futuro, nos referimos tanto a las expectativas personales o familiares, como a las condiciones estructurales necesarias para el desarrollo del país.

El kirchnerismo pudo ganar cómodamente en 2007 y 2011 apelando, respectivamente, al contraste con el pasado inmediato (la crisis de la implosión de la convertibilidad), o a exhibir lo hecho desde el gobierno: no prometimos, hicimos. En el 2015 eso ya no era suficiente, y Macri pudo ganar prometiendo futuro: “vas a estar mejor cada día”, “pobreza cero”, “no vas a perder nada de lo que te dieron”;  machacando con eficacia sobre legítimas aspiraciones sociales: la importancia del ahorro, la posibilidad de mayor progreso, el acceso a la vivienda propia.

Nosotros colaboramos también, dando por sentado que ciertos cambios que se introdujeron a partir del 2003 eran “irreversibles”: si nada de eso estaba en riesgo, no había riesgo en cambiar, para mejor. Luego, sobre el final y ante la certeza de la derrota,  vino la “campaña del miedo”; que podemos saber hoy que no solo fue precisa, sino que se quedó corta, pero esa es otra historia.

Si volvemos a la crítica tradicional de las derechas políticas y económicas a los populismos, es falso que el kirchnerismo no construyó futuro, en cualquier dimensión que se lo mire de entre las que se señalaron; aunque pueda haber pecado de postergar por más tiempo del previsto el uso de los instrumentos que sirvieron para salir de la emergencia, sin hacer “sintonía fina” en algunos campos, como las políticas sociales, el modelo de desarrollo industrial o el régimen de los servicios públicos.

Pero por otro lado apostó claramente al futuro con el compromiso estatal de sostener la inversión en educación, ampliar la inclusión previsional, fomentar y sostener la ciencia y la investigación, desarrollar el plan satelital y el plan nuclear, incrementar significativamente la generación de energía y la más importante de todas las políticas para hacer posible un mejor futuro: desendeudó considerablemente al país, generando (como pasó con el primer peronismo) una transferencia de recursos que antes se iban por la canaleta de los intereses del endeudamiento, a todas esas otras políticas públicas que mencionamos. 

Y además fue particularmente insistente (en especial Cristina) en que confiáramos en nuestras capacidades como sociedad, y apostáramos a ellas; algo que conviene recordar hoy, cuando el discurso del gobierno pretende horadar nuestra autoestima haciéndonos sentir culpables por tener derechos, o querer gozar de un menor nivel de vida.

Esas políticas tuvieron efectos sociales, culturales, familiares y personales: los jubilados de la moratoria pudieron planificar pensando que por primera vez tendría un ingreso que aunque no fuera el ideal, era regular, las familias cuyos hijos accedieron a las netbooks de Conectar Igualdad pudieron sentir que sus hijos tenían las mismas oportunidades que los de otros, las nuevas universidades cobijaron a una generación de estudiantes que eran los primeros de sus familias en llegar a ese nivel de educación, el PROCREAR hizo realidad para muchos argentinos de la clase media el sueño de la casa propia.

Se cumplía así el axioma de que con un mejor presente, en el que las condiciones materiales de existencia permiten vivir sin angustias, la gente piensa en un mejor futuro posible; sin caer en el pozo depresivo de verse condenada irremediablemente a la reproducción de la pobreza, o la frustración de las expectativas de progreso. Claro que el balotaje dejó en claro que no todos lo procesaron del mismo modo, a la hora de definir su voto.

Por contraste, lo que les está pasando ahora a millones de argentinos, en los tiempos de la fallida “revolución de la alegría”, es el brusco empeoramiento de las condiciones objetivas en que se vive; que genera angustia en el presente, e incertidumbre (esa que Esteban Bullrich nos quiso vender como algo positivo) y preocupación por el futuro. 

La magnitud y la velocidad de la crisis angostan las etapas, y hace difícil discernir una de otra: para muchos argentinos de a pie, hoy el futuro es ver como llegar a fin de mes; y el jubilado que contaba con la certeza de su ingreso regular y dos aumentos al año consagrados por ley (algo que nunca había sucedido hasta entonces) se pregunta hoy si en el futuro el sistema podrá seguir pagando regularmente los beneficios. 

Además de fracasar estrepitosamente en el presente (siempre que se la cosa se vea desde nuestra óptica, claro: ellos han satisfecho cabalmente los intereses que representan) y ya no poder excusarse en el pasado, el macrismo no puede hoy ofrecer futuro; sea por las condiciones objetivas de su modelo y su propia funcionalidad, o porque además su palabra al respecto está devaluada: cada uno podrá recordar cuantas veces nos dijeron que lo peor había pasado, para luego y de inmediato, volver a decírnoslo, como si recién llegaran al gobierno. Ni hablar de que nos volvieron a poner los grilletes de un endeudamiento fenomenal que es lo que más seriamente condiciona toda perspectiva de futuro.

La oposición necesita conectar con el humor social para ganarse el voto, y para eso debe ofrecer una esperanza, aun cuando su propuesta programática y su obligación inmediata (si gana) sería prioritariamente una inmensa tarea de reparación social y reconstrucción económica, productiva e institucional luego de la devastación macrista; tarea que exigirá medidas drásticas y eventualmente sacrificios, claro que con una repartija completamente distinta de las cargas, algo que con seguridad disparará conflictos.

Hay que ser inteligentes para unir ambas cuestiones en una propuesta coherente, y no poner tanto el acento en “volver” a diciembre del 2015 (aunque en algunas cuestiones sea el primer y elemental paso, como lo fue salir de la crisis en el 2002), como en convencer de que sin esos pasos imprescindibles no hay futuro; porque este depende no tanto de las condiciones personales de cada uno, como de las condiciones objetivas que el país es capaz de ofrecerle, desde el Estado y las políticas públicas. Si se lo sabe aprovechar, acaso para muchos argentinos sea esa la mayor enseñanza que deja el nuevo fracaso de otro experimento neoliberal.

2 comentarios:

  1. Anécdota familiar pero significativa en términos ideológicos o culturales:

    Tengo una gran cantidad de tías setentonas para arriba, todas jubiladas de amas de casa por moratoria, en su gran mayoría furiosas antikirchneristas, que toman la jubilación como una avivada y que distinguen a su jubilación de las otras diciendo "yo cobro la jubilación trucha".

    Si ni eso fuimos capaces de explicar, no es difícil que venga un Macri y gane con tres consignas nebulosas.

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  2. Respecto a las propuestas coherentes coincido con el error en lo que se entiende como "volver". A mi entender, en el '19 -si volvemos- NO se podrá hacer kernerismo standard. El primer escollo es que hay solucionar lo que se había solucionado: el endeudamiento y, por supuesto, sacarse de encima al FMI.

    Hasta tanto no se encauze la macro (y me refiero al problema de la cta. cte. y déficit financiero en u$s no el déficit en pesos) no tenés demasiado aire para bombear. Sospecho que antes que recomponer ingresos se debe frenar precios (y en algunos casos bajarlos como las tarifas), con todo lo que ello implica en términos de disputa entre el "capital" y el "trabajo". Uno para mantener lo conseguido desde el '16 y el otro para recuperar lo perdido, puja que si no administra traerá presiones inflacionarias adicionales de por sí importantes si no se estabiliza el tipo de cambio

    Si se quiere revertir el cuadro, creo que no hay lugar para medias tintas; por ahí leí alguno -de los menos pensados- que pide hasta nacionalizar el comercio de granos. Y porái cantaba Garay... Las "anchas avenidas del medio" es seguir con toda esta mierda...

    Saludos

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