miércoles, 12 de septiembre de 2018

EVITAR EL DEFAULT POLÍTICO



Por más onda que le pusiera el periodismo oficialista (ver tuit de apertura), Macri no logró ayer en su reunión con los gobernadores más que la foto de compromiso, y la promesa genérica de facilitar la discusión del presupuesto en el Congreso, compartiendo el objetivo de alcanzar el "déficit cero" o el equilibrio fiscal. La caras largas de la conferencia de prensa posterior (a la que asistieron solo mandatarios provinciales oficialistas, incluyendo a Urtubey) lo decían todo, y el glacial comunicado del FMI que se conoció en simultáneo (poniendo paños fríos a un acuerdo que el propio Macri anunció hace días al país como finiquitado) seguramente dispare hoy reacciones adversas en los mercados.

Si la idea de la foto del presidente con la mayoría de los gobernadores era mostrarle al FMI y los mercados que la casa está en orden, y que finalmente se aprobará el presupuesto de ajuste que es condición indispensable para el desembolso anticipado de nuevos tramos del stand by cuya letra ya quedó borrada por la realidad, no se logró del todo. Sin embargo, en buena parte de la oposición existe la misma obsesión que en el gobierno por transmitirle al Fondo y a “los mercados” que no habrá sobresaltos políticos y el país cumplirá con los compromisos que Macri pactó en soledad, salteando la discusión en el Congreso y a las apuradas, empujado por la crisis autogenerada.

Un enfoque obtuso, que ignora que los temores del mercado respecto a la viabilidad del experimento macrista no tienen tanto que ver con la política y sus incertidumbres electorales, como con la economía y las fragilidades del modelo; y tan obtuso como suponer que el problema del país es el excesivo gasto público o el déficit fiscal y no la restricción externa, o que si los gobernadores (alguno de ellos con aspiraciones presidenciales) se asen con desesperación a los restos del naufragio macrista hasta el final, se convertirán como por arte de magia en alternativas para suceder a “Cambiemos” en el gobierno.

Existe en buena parte de la clase política en estos momentos una suerte de fetichismo presupuestario (“el país tiene que tener un presupuesto”) sacado por completo del contexto de la economía real, ¿o acaso nadie recuerda lo que pasó con el presupuesto del año pasado, aprobado en las mismas condiciones políticas?. Tampoco vale recordar el precedente del 2010, cuando la oposición amontonada en el “Grupo A” dejó al gobierno de Cristina, por la simple y sencilla razón de que aquel presupuesto había sido elaborado (como manda la Constitución) en la Casa rosada y por el Poder Ejecutivo, y este en Washington, por los tecnócratas del FMI en los que Macri delegó el manejo de su administración.

Aprobar hoy el presupuesto tal y como pretende el gobierno es aprobar el ajuste pedido por el FMI como condición para adelantar hasta 29.000 millones de dólares del stand by firmado -reiteramos- sin intervención del Congreso nacional, cuyo desembolso original estaba previsto entre 2019 y 2021, o sea comprometiendo la mitad del mandato del presidente que suceda a Macri; y es además transformar deuda contingente (porque los tramos de desembolsos dependían del cumplimiento de las “condicionalidades”) en deuda efectiva que pesará sobre las cuentas del futuro gobierno, que además deberá cumplir con las exigencias draconianas que conlleva, porque así lo pactó el actual.

Exigencias que son las tradicionales “condicionalidades” que impone el FMI, con los efectos asociados que invariablemente le siguen, allí donde son aplicadas: acelerar la recesión, la pobreza y el deterioro de los indicadores económicos y sociales ya destrozados por la gestión Macri. Deuda que además servirá para financiar la fuga de capitales, por lo que en este caso ya ni existe (para aprobar el presupuesto, que es aprobar el ajuste) la excusa del acuerdo con los fondos buitres (“salir del default para acceder a los mercados de capitales a conseguir financiamiento para obras de infraestructura”), que además se reveló falsa: la deuda se contrajo y hay que pagarla, la infraestructura te la debo.

En ese marco, la actitud de los gobernadores “acuerdistas” (que afortunadamente no son todos) no es pragmatismo, ni siquiera hacer aporte “patrióticos” a la gobernabilidad: allí está a la vista el incumplimiento serial del macrismo a todos y cada uno de los pactos que los convocó a firmar, y su metodología de tirar 20 barbaridades para luego dar marcha atrás ante la resistencia con 5 (como acaba de hacer con el recorte de los valores diferenciales por zona de las asignaciones familiares), para dar imagen de dialoguistas, y obtener las 15 que realmente le interesan. Ayer mismo, mientras discutía con ellos, el gobierno volvía a dar marcha atrás para insistir en la decisión de traspasarles a las provincias la responsabilidad de subsidiar la tarifa social de la electricidad, y hacía votar en la Bicameral del Congreso que controla los DNU, la aprobación del que eliminó el fondo sojero.

De tan usado el recurso ya se vuelve previsible, por lo que hay que descartar que los gobernadores que insisten en acordar con Macri sean incautos, sino más bien otra cosa: como hemos dicho varias veces acá, hay una idea compartida de gobernabilidad, de límites de la política en sus relaciones con el poder real y también -como no- de algunos supuestos básicos del modelo económico: la idea de que seduciendo al capital con concesiones, privilegios, franquicias y ventajas vendrán las inversiones, que impulsarán la economía, sin ir más lejos.

En ese marco, el aguante de un grupo de gobernadores a Macri acompañando el presupuesto es un intento desesperado por mantener a flote un modelo que hace agua por los cuatro costados por inviable. Más igual al 2001, imposible, si hasta la izquierda exhibe el mismo grado de desorientación conceptual de entonces.La única diferencia (le guste a quien le guste, le pese a quien le pese) con aquel momento es Cristina, el kirchnerismo y la experiencia de los gobiernos del 2003 al 2015, y esa es precisamente la razón por la que la apuesta (del gobierno y de buena parte de la oposición) es borrarlos de la memoria colectiva, como si no hubieran existido; o remitirlos al Código Penal y a la fuerza de tareas de Comodoro Py. Vano esfuerzo: ya Aramburu y Rojas intentaron rescribir la historia con persecuciones y por decreto, y muy bien que digamos no les fue.

Agotado ese modelo de oposición porque nada tiene para ofrecer sino ser el grupo soporte del gobierno, aumentan las responsabilidades de la oposición no acuerdista, cuya principal vertiente es el kirchnerismo, pero que no se agota en él; como quedó demostrado en la reunión de los gobernadores (donde crecen las posturas que marcan distancias con el gobierno) y en las distintas formas de protesta social organizada (las dos CTA, la Corriente Federal de los Trabajadores, el sector moyanista de la CGT). Allí está la base política y social para frenar a Macri en lo inmediato y generar una alternativa para salir de la crisis, articulando lo articulable, sin desperdigar esfuerzos en buscar la unidad con los que están en otra cosa; concretamente en reemplazar a Macri, para hacer más o menos lo mismo que él. 

Cuando se vote el presupuesto en el Congreso, se verá claramente quien es quien, y en el actual contexto y tras la falta de definiciones concretas de ayer, la discusión ha tomado un alto voltaje político, porque definirá buena parte de la suerte de éste gobierno, y sobre todo, del que lo suceda; lo que significa una responsabilidad inmensa para la oposición "realmente opositora" porque pone en sus hombros la misma continuidad democrática de la que el gobierno no se hace cargo, destrozando la economía mientras nos psicopatea con amenazas de locuras y males mayores, y nos advierte que no hay otro rumbo que el que ha elegido, y nos lo hará entender a palazos si fuera necesario.

Una responsabilidad que exige articular y expresar políticamente a los que protestan y marchan en defensa de sus derechos, a los que padecen en carne propia los efectos de las políticas macristas, sea donde sea que se hayan colocado antes: por ahí anda Moyano, que con el mismo realismo que pide la urgente reapertura de la paritaria de los camioneros para defender a los salarios de la inflación, dice sin complejos que si no surge otro candidato desde el peronismo, la candidata tendrá que ser Cristina, con más simpleza que los que hablan de pisos altos, techos bajos y las mil y una variantes ensayadas para no decir de frente que, en realidad, el problema es que no se la bancan. Y por ahí anduvo ayer su hijo Pablo y la corriente sindical que está conformando para presionar por posiciones más combativas en la CGT, que ayer se reunieron en el Congreso con el bloque de diputados del FPV/PJ.

También hemos dicho antes que la salida de la crisis en clave democrática requiere de alguna forma de alianza de los que adversan a Macri y sus políticas con sectores del empresariado, incluso con aquellos que, habiéndolo acompañado, hoy lo están padeciendo con recesión, destrucción de capital de trabajo y pérdida del valor de sus empresas. Claro que evitando la tentación de repetir el atajo del 2002 (como propone Duhalde con Lavagna), de dejar que la economía se desmadre por completo y la devaluación coloque a los salarios al nivel de los países asiáticos de maquila, para “reconstruir” desde allí porque “recuperamos competitividad”.

La oposición debe construir urgente (para ayer) consensos básicos sobre lo que hay que evitar que Macri consume hoy (el desguace del fondo de ANSES, el mayor endeudamiento, la reforma laboral, la entrega definitiva del patrimonio nacional, la destrucción del Estado de bienestar), y lo que un futuro gobierno tendrá que hacer imprescindiblemente. Si logra eso, el resto (las candidaturas, los frentes electorales, las PASO) son temas menores, hay que resistir la tentación de poner el carro delante de los caballos, porque los votos del descontento social contra el macrismo están; lo que hay que ordenar es la propuesta y el perfil, sin obsesionarse tanto con incluir en la foto a dirigentes que expresan al mismo voto de Macri, porque piensan como él, aunque se digan opositores.

De lo contrario y mientras discutimos si el país puede caer en default de su deuda, se precipitará el default político como en el 2001, y las situaciones de anomia en las que nadie puede concitar la representación ciudadana ni proveer un canal de expresión a la protesta, no son (como supone la izquierda boba) el preludio de la revolución, sino el río revuelto para que ganen los pescadores de siempre, los que medran con las situaciones de excepcionalidad institucional para obtener beneficios extraordinarios.

Como Clarín, sin ir más lejos; que ayer mientras "los mercados" y el FMI reclamaban de la política gestos y seguridades, forzaba un golpe palaciego en la Corte Suprema para quedarse con la presidencia del tribunal en la persona de su abogado, y colocarlo en la línea de sucesión presidencial. Por si las moscas, ¿vieron? Tuit relacionado:

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