Si hubiera que
juzgar por las reacciones sociales que generó la decisión del gobierno de Macri
de volver a endeudar al país con el FMI y atarlo a sus designios económicos,
pareciera que aquellos tiempos en los que Néstor Kirchner cancelaba la deuda
del país con el organismo, y como consecuencia de esa decisión su imagen
positiva en la opinión pública llegaba al tope; tanto como crecía el rechazo de
buena parte de los argentinos a una institución a la que -con justicia- se
asociaba como co-responsable de la implosión de la convertibilidad, y el
estrepitoso fracaso del gobierno de De La Rúa.
Alguien podría
acotar que lo constatado no sorprende, porque la misma llegada de Macri al
poder por el voto popular está hablando a las claras de un indulto social a la
Alianza, y sus principales protagonistas, entre ellos la UCR, y estaría en lo
cierto.
Pero volvamos al
Fondo: en pocos años pasamos de no deberles un peso y que cerraran su oficina
en Buenos Aires (a tal extremo llegó su grado de alejamiento del proceso de
toma de las decisiones económicas del país), a pedirles más de 50.000 millones
de dólares, que pongan y saquen funcionarios del gobierno, y que el presidente
nos pida que todos nos enamoremos de Christine Lagarde; lo cual -reiteramos- no
sería tan grave como en sí mismo lo es, si no hubiera una parte importante de
la sociedad argentina a la cual esas muestras de genuflexión le son
indiferentes, y otra no menor, que las considera correctas, adecuadas o
necesarias para que el país crezca y prospere.
Así, el decadente ballet de Macri en cada
paso de su penoso desempeño reciente en los Estados Unidos (que incluyó un
bochornoso discurso en la ONU en el que se sumó a la ofensiva imperial contra
Venezuela), si bien genera rechazo y vergüenza ajena en muchos argentinos, es
visto por otros con simpatía, o como el precio que hay que pagar para “volver
al mundo”, lo cual es a su vez -parece- una condición sine qua non para tener
destino y futuro como país.
Algo parecido
ocurrió ya cuando, nada menos que en los festejos del los 200 años de la
declaración de la independencia, Macri protagonizó aquel papelón del “Querido
rey”, que quedará en la historia triste de nuestro país; y otros tantos
episodios por el estilo, que se podrían citar, en estos tres años de gobierno de
“Cambiemos”.
Con lo dicho hasta
acá estamos anticipando opinión respecto a que no atribuimos todos los males
del país al extranjero, a las grandes potencias y poderes económicos dominantes
en la esfera internacional (que por supuesto aportan lo suyo a ellos), sino en
nuestras propias falencias como sociedad; o por lo menos de una parte
importante de la misma. Como decía Jauretche (a quien vamos a citar seguido en
estos temas) “si es malo el gringo que nos compra, peor es el criollo que nos
vende”.
Una vez más se nos
propone como único futuro posible para el país un destino apendicular, rotulado como “inserción inteligente en el mundo”, pero que no es más que ofrecernos
como paraíso fiscal, granero colonial y territorio liberado para la penetración
del capital financiero especulativo, o la inversión multinacional depredadora.
No parece haber en la mente de Macri, su gobierno y la coalición social y
política que lo sustenta, más que ese estrecho rol para la Argentina.
La derecha
argentina, llámese conservadora, liberal o neoliberal, tiene una larga
tradición colonial que se remonta a los orígenes mismos de nuestra organización
nacional (sustentada en una derrota nacional, la de Caseros, vendida como una
gesta libertaria); y si se quiere ver más atrás, incluso a los tiempos de la
Revolución de Mayo y las luchas por la independencia: siempre hubo en el país
sectores que confiaron toda nuestra suerte a oportunas alianzas con el
extranjero, en las que este imponía las condiciones, más que en las propias
fuerzas y capacidades del país y de sus hijos, para labrar por sí mismos su
propio destino.
El cipayismo es,
entonces, casi una marca de fábrica de buena parte de la sociedad argentina,
que atraviesa toda nuestra historia política y fue sistematizada teóricamente por
Sarmiento en el “Facundo”, el Evangelio fundacional de nuestro complejo de
inferioridad cultural; lo que Jauretche llamaba las zonceras de
autodenigración, y que en tiempos más modernos está muy bien representado por
Luis Solari, el personaje de Capusotto, que “no viajó pero le contaron”·como
afuera hacen todo mejor que acá, siempre.
De allí viene
también esa tara cultural de no confiar ni creer en nuestras propias
capacidades si no son elogiadas o validadas desde el extranjero, o prestar
atención todo el tiempo a “como nos ven desde afuera”; rasgo este compartido
por muchos sectores de izquierda o “progresistas”.
El cipayismo es
entonces una cosmovisión cultural, con consecuencias sociales: se manifiesta en
el deseo aspiracional de trabajar para una multinacional extranjera como
símbolo de status social, o de sacar la doble ciudadanía para irse del país a
la primera de cambio, el afán por obtener la “green card”, una beca o pegar un
programa de intercambio cultural; comportamientos todos donde la línea entre el
legítimo deseo de progreso o perfeccionamiento individual o familiar, y el
abandono de todo compromiso con el país y su destino, se torna borrosa.
No hablamos, claro
está, de aquel que se ve forzado a buscar otros rumbos empujado por la crisis y
la falta de perspectivas, sino del que lo hace aun en tiempos de bonanza, y
mientras tanto vive exiliado en su propio país, del que nada le gusta ni lo
conforma, y por eso no ve con malos ojos que un gobierno le plantee como
proyecto político dejar que otros decidan por nosotros, para poder así ser tal
vez como esos otros.
Un rasgo
constitutivo -por paradójico que parezca- de nuestro ser nacional, si tal cosa
existe y puede ser aprehendida; un destino de país satelitario de un sistema de
poder extraño y ajeno, una colonia cuyo rumbo definen otros, y que no depende
de lo que nosotros queramos, sepamos o podamos hacer; porque nos han convencido
que no podemos ni sabemos, y en consecuencia no importa lo que queramos.
Mirá si nosotros vamos a ser capaces de lanzar satélites al espacio, o construir reactores nucleares, ni tan siquiera de tener nuestra propia marina mercante: Sarmiento (cuyo nombre lleva el buque escuela de nuestra Armada) se reía de la "ocurrencia de los gauchos al timón".
Mirá si nosotros vamos a ser capaces de lanzar satélites al espacio, o construir reactores nucleares, ni tan siquiera de tener nuestra propia marina mercante: Sarmiento (cuyo nombre lleva el buque escuela de nuestra Armada) se reía de la "ocurrencia de los gauchos al timón".
Como decíamos más
arriba, una mentalidad arraigada entre nosotros, que presupone un pesado lastre
social, político y cultural para la construcción de un gran país, un país que
sea -como dicen las banderas originales del peronismo, sin ir más lejos- justo,
libre y soberano. Y a ese país (he allí el desafío) hay que hacerlo con todos
adentro, incluso con ese lastre de los que no quieren que seamos siquiera un
país, digno de ese nombre.
Estoy pasando por un momento de profundo asco y el cipayismo me enferma al punto que se me está soltando la cadena...hoy en un servicio tecnico de movistar la empleada dice elyi por LG la marca del celu muy calentito le dijo ele g en castellano nuestro idioma por ahora...
ResponderEliminar