La inflación, el
nivel de los salarios, la merma en consumos básicos, el nivel de las tarifas,
llegar a fin de mes, el miedo a perder el empleo, figuran entre las principales
preocupaciones de la gente; relegando por mucho a otras cuestiones que ocupan la
agenda de los medios, como la corrupción.
Crece el pesimismo
por el futuro personal y familiar, y se avizora que la economía, lejos de
mejorar, empeorará; o en el mejor de los casos permanecerá estancada y sin
generar mayores oportunidades de empleo, o recomposición en el poder
adquisitivo de los salarios.
Caen en forma
persistente la imagen de Macri y de su gobierno, y la gobernadora Vidal también
se ve arrastrada en el mismo proceso, a punto tal que no marcaría una
diferencia sustancial si fuera ella la candidata del oficialismo en las
elecciones del año que viene.
Aumenta el
descontento de los sectores populares con Macri y su gobierno, al tiempo que
crece la desconfianza del “círculo rojo” en su capacidad para superar la
crisis, mientras Cristina se perfila cada vez con más nitidez no ya como la
principal figura opositora, sino la única en condiciones de enfrentar
electoralmente al oficialismo, y vencerlo.
Esas percepciones
sociales, que cualquiera puede comprobar a diario y que ahora “blanquean” algunos sondeos y estudios de opinión (en especial sobre el rumbo económico), coinciden
además con lo que dicen otras fuentes insospechadas de kirchnerismo, como el
FMI, el grueso de los consultores de la city e -implícitamente- hasta el propio
gobierno; que ya no promete luces al final del túnel ni segundos semestre hasta
más allá del vencimiento del mandato de Macri. Se discute (o se oculta, en todo
caso) la profundidad y extensión de la crisis, pero no que llegó para quedarse.
Obviedades todas
que no requerirían de ninguna encuesta para ser constatadas, pero que sin
embargo se nos presentan por estos días como hallazgos de las consultoras y
encuestadores; y las condiciones en las que se viene dando en el país la
disputa política nos hacen ignorarlas, o pretenden que lo hagamos; para dar
lugar a las alquimias, como el candidato imaginario del peronismo imposible: el
que le guste al régimen porque les brinda garantía de continuidad del modelo, y
al mismo tiempo sea votado por amplias franjas de la población, que hoy lo
rechazan de plano, porque padecen sus efectos.
El mito de la
infalibilidad de Durán Barba para auscultar el pulso de la sociedad y sacar
ininterrumpidamente conejos de la galera, e inducir el voto por factores
emocionales (que existe, claro) prescindiendo de toda consideración sobre las
condiciones materiales objetivas de existencia y su empeoramiento creciente
bajo el gobierno de “Cambiemos”, va de la mano con la creencia en la infalible
maquinaria comunicacional oficialista; capaz de fijar siempre las condiciones
del debate y la disputa política, y de sacar provecho incluso de los mocos de
Macri, Michetti o cualquier funcionario del gobierno.
Sin desconocerles
méritos -que los tienen- esas infalibilidades terminan siendo alimentadas por
nosotros mismos al convalidar sus estrategias, prendiéndonos en discusiones
inconducentes que nos plantean todo el tiempo: el uso libre de armas, la
expulsión de los extranjeros indeseables, los incidentes en las marchas y
protestas.
Además de evitar la
torpeza de caer fácilmente en esas celadas, también hay que esforzarse por
vencer al pesimismo derrotista que condiciona la militancia y la praxis
política, y los esfuerzos por construir una alternativa electoral viable,
partiendo de los datos objetivos de la realidad, el peso específico de los
votos y las concretas referencias sociales opositoras.
Un clima de derrota
cantada en el que no pocos compañeros entran, y cuando uno intenta disuadirlos
lo tildan de voluntarista; olvidando que en política (como en todo en la vida),
con la voluntad sola no alcanza, pero sin ella no se llega a nada; y si el
resultado de las elecciones del año que viene ya está puesto hagamos lo que
hagamos, mejor no hacer nada, y listo.
Que es justo lo que quiere el macrismo,
así como al infiltrar las marchas para reprimir y desacreditar los reclamos, lo
que quiere es que no marchemos, para poder decir que hay consensos sociales tácitos en
torno a sus políticas.
Es cierto que la
derecha ha demostrado que aprendió a moverse en democracia (lo que no significa
que sea democrática) y puede ganar elecciones, pero le falta demostrar aun que
puede hacerlo después de gobernar para pocos, y aplicando a fondo su mismo
programa de siempre. De nosotros depende que no pueda.
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