Se puede recuperar el espíritu que nos animó a todos los argentinos y argentinas sin distinciones en el Bicentenario. Siento no solamente que lo podemos hacer, sino también que lo tenemos que hacer.#EsConTodos #EsConTodas pic.twitter.com/zmQZ9yYwwn— Cristina Kirchner (@CFKArgentina) 25 de mayo de 2019
Creemos no equivocarnos si decimos que ayer dio toda la sensación de que el verdadero festejo por el 25 de Mayo estuvo en Merlo, en el acto de lanzamiento de la fórmula que componen Alberto Fernández y Cristina, más que en el desvaído Te Deum de la catedral porteña por la mañana. Y no es simplemente porque en Merlo estuvo el calor popular que brilló por su ausencia en el acto oficial, sino por algo más, que se puede sentir en las tripas más que explicarlo con palabras: ayer recordamos que tuvimos patria, y sentimos que podemos volver a tenerla.
En el aniversario de la llegada de Néstor Kirchner al gobierno, y a 9 años de aquel Bicentenario inolvidable (que Cristina recordó emocionada como su último momento de profunda felicidad), se generó un arco entre el nacimiento del kirchnerismo, y el futuro inmediato del país; que se dirime este año en elecciones cruciales.
El contexto es difícil, tanto como el de aquel 2003, y acaso más; pero es justamente el recuerdo de lo que empezó entonces -como lo recalcaba Alberto Fernández en su discurso- lo que espolea la esperanza, en este presente amargo. La esperanza en la existencia de una alternativa para salir de la crisis, y volver a festejar el Día de la Patria sintiendo que ella, la Patria, nos incluye, nos cuida, nos cobija y no nos expulsa, ni nos deja librados a nuestra suerte.
Por contraste, la apabullante soledad custodiada de Macri y su gobierno en una Plaza de Mayo vacía por la mañana, nos dejaba a las claras que este gobierno no despierta en realidad adhesiones profundas por lo que hace, y hace rato ya que no genera esperanza por lo que podría hacer.
Y no se trata de que no exista un "macrismo social" en el que pivotea el experimento neoliberal que depreda al país desde 2015, o que no haya un importante sector de la sociedad que comparta el núcleo duro de los valores y las ideas que son la matriz del actual gobierno, sino de otra cosa. En lo que posiblemente sea (para nosotros, cada vez más convencidos de que es así) su último 25 de Mayo como presidente Macri estuvo solo, sin contacto con el pueblo que gobierna, en una plaza vallada, y ni siquiera rodeado de los que lo apoyan, en la ciudad que gobernó ocho años, y lo proyectó a la presidencia. Pasó a días de haber intentado generar una mística del ajuste, con la plataforma virtual de los "defensores del cambio".
La soledad de Macri y el vacío de la Plaza militarizada son datos potentes, que no se explican simplemente porque la derecha no gana la calle, ni moviliza multitudes ni pone micros para llegar a los actos, o no regala choripanes, según la vulgata gorila instalada: nada impedía que los "ciudadanos de a pie" (como les gusta definirse) se sintieran convocados por sí mismos a tomar una bandera, y acercarse a la Plaza a saludar a su presidente, el del gobierno que ellos eligieron. Pero no pasó. Y eso es, en buena medida, porque más que adherir a éste gobierno, odian al anterior; y del actual solo esperan lo que ya consiguieron: que impidiera la prolongación de la permanencia del "populismo" en el poder. Para peor, ha entrado en crisis el "No vuelven más".
Eso, sin contar con los perdurables efectos de una pedagogía política autodenigratoria, que antecede al actual gobierno, pero de la cual Macri y sus funcionarios son cultores decididos: ese discurso que baja desde el poder diciéndonos todo el tiempo que somos incorregibles, incurables, condenados al fracaso, incapaces de llegar a donde otros han llegado, malacostumbrados a vivir por encima de nuestras posibilidades; sin estar dispuestos a hacer el esfuerzo necesario. Sí, justo ellos dicen eso, así son. Y si uno cree eso, es lógico que no sienta ganas de festejar nada en el Día de la Patria, cuando no se siente parte de ella, como si fuera un exiliado, en su propio país.
En Macri y los de su clase, esa ajenidad es comprensible: no creen en la patria (tanto que no juró por ella al asumir), porque no es algo que se pueda escriturar como una propiedad; y porque es una zona de riesgo en la que no queda más remedio que vivir, poniendo a buen resguardo en otras patrias (más que nada, paraísos fiscales) sus más preciadas posesiones. Aun cuando se comporten como los dueños del país, carecen de ese vínculo emotivo y movilizador que une a un hombre con la tierra en la que ha nacido, y en la que aspira a vivir hasta el final de sus días; y con la gente que la habita.
Pero la pintura de las imágenes del Día de la Patria no sería completa si no dijéramos que hubo otros, muchos, millones, que no estuvieron ni en la Plaza por la mañana, ni en Merlo por la tarde; y tampoco tuvieron ganas de seguir alguno de los dos actos por la tele o las redes sociales; agobiados como están por el peso de una realidad que lastima y preocupa.
Es seguro que entre esos muchos hay quienes han votado a Macri, y hoy están desencantados, y sienten que la crisis que generó el gobierno en el que creyeron se los lleva puestos, sin distinguir colores políticos. Sobre ellos y todos los compatriotas que la están pasando mal reflexionaba ayer Alberto Fernández a modo de cierre de su discurso, convocando a convencerlos, sobre la base de un idea sencilla pero potente: si pudimos sacar al país adelante una vez, podemos hacerlo de nuevo.
Sin desconocer las enormes dificultades que se presentan, pero con la confianza de haberlo hecho, y la esperanza que genera Cristina y todo lo que ella representa. Se abre una etapa decisiva que requiere de nuestro compromiso militante`para hacer realidad lo que ella misma decía, justamente en aquellos días felices del Bicentenario: la Patria es el otro. Con la sencillez y la enorme profundidad de esa consigna movilizadora del peronismo, desde siempre: construir la grandeza de la Patria, y la felicidad del pueblo; porque para nosotros una cosa no se concibe sin la otra, y carece de sentido.
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