El tenebroso episodio de la masacre de San
Miguel del Monte conmociona, pero también debería llamar a la reflexión, desde
más de un ángulo posible. El primero y más
obvio, la apremiante necesidad de la democracia argentina de saldar una de las
deudas más pesadas de su transición post dictadura: la definitiva
democratización de las fuerza policiales y de seguridad, para adaptarlas a
mínimos estándares compatibles con la vigencia de los derechos y garantías
constitucionales.
Un tema que
abordamos en extenso acá en su momento, y respecto del cual nos remitimos a lo
dicho.
Sin embargo, esa
deuda que ha sido transversal a todos los gobiernos (con ensayos de saldarla
nunca llevados a fondo, para ser justos) se vio gravosamente aumentada como la
deuda externa en el actual gobierno; en el que las políticas de gatillo fácil
de las fuerzas policiales cuentan no solo con la anuencia o la vista gorda del
poder político, sino con su beneplácito y encomio: los policías bonaerenses que provocaron la muerte de los cuatro jóvenes no fueron más que otros Chocobares, convencidos de
que lo más adecuado es disparar primero, y preguntar después.
Que Macri no los
haya recibido en la Casa Rosada como a Chocobar obedece más a la conmoción
social que provocó el caso, que a sus deseos íntimos, o sus convicciones sobre
cual sea la mejor política en materia de seguridad. Sin embargo y al igual que
con tantos otros casos de gatillo fácil, la red mediática de construcción de
sentido social cerró rápidamente filas en defensa de los asesinos, culpabilizando
a las víctimas: hubo al respecto episodios ciertamente bochornosos, pero para
nada sorprendentes.
Todo eso crea un
caldo de cultivo propicio para que, sumado a discursos tenebrosos como el de
Patricia Bullrich sobre la portación de armas, los Chocobares que abundan en
las fuerzas de seguridad provinciales y federales se sientan impunes, y más que
protegidos, estimulados a resolver las cuestiones siguiendo su propio criterio,
y con la estricta lógica de las armas.
Pero en éste caso
en particular hay otro costado que nos interesa resaltar acá, porque habla de
las miserabilidades de la política y del periodismo cómplice, que no repara en
que en el medio de todo quedaron truncadas vidas humanas, para peor con mucho
camino por recorrer: por mucho que se recalque la responsabilidad del gobierno
nacional y en particular de Patricia Bullrich en la instalación de un discurso
irresponsable en la materia, no puede dejarse de lado que la responsable
política directa de los policías que dispararon sobre los pibes de Monte es la
gobernador de Buenos Aires, María Eugenia Vidal.
Y no solo por una
cuestión de dependencia funcional de los policías asesinos, sino porque jamás
hizo el más mínimo gesto público para diferenciarse de las brutalidades de
Macri y Bullrich en materia de políticas de seguridad, y por el contrario las
avala; usufructuando políticamente los beneficios del discurso “manodurista”:
entre las numerosas (pero nunca enumeradas) “mafias” que Vidal dice estar
combatiendo nunca figura la policía corrupta y de gatillo fácil, y no ha
mostrado -a diferencia de la imagen pública que quiere proyectar- la más mínima
sensibilidad con las víctimas de la violencia institucional, que hoy exhibe en
el país y en su provincia registros más propios de una dictadura, que de un
gobierno democrático.
Tanto como la de
Macri o Bullrich y más, la responsabilidad de Vidal en los hechos de San Miguel
del Monte es inocultable, y por eso son muy burdos y evidentes los intentos de
buena parte del periodismo (incluyendo a algunos de este lado de la grieta,
como el “Gato” Sylvestre) por disimularla, o lisa y llanamente esconderla.
Y este nos parece
un dato político no menor en estos momentos, en los que se barajan todo tipo de
rumores sobre el desistimiento de Macri de su intento de reelección, para
declinar la candidatura del oficialismo en María Eugenia Vidal: más allá de lo
que se opine al respecto (al menos acá somos escépticos), es ostensible el
esfuerzo del “círculo rojo” por preservarla de lo que puede transformarse en el
“cisne negro” que recaiga sobre su figura y dinamite parte del diferencial
electoral que -dicen, seguimos siendo escépticos- tiene sobre la de Macri, para
mejorar las chances del oficialismo. O para tentar a esa parte de la oposición
(Massa, Lavagna, Alternativa Federal) que estaría dispuesta a acompañarla, si
decidiera dar el salto, o si alguien lo decidiera por ella.
Al menos para
nosotros (y creemos que para muchos) Vidal es tan siniestra como Macri, si no
más; porque puede mostrar un rostro “amable” y un origen de clase que no genere
rechazo, como el visible garca que es el presidente, y que denota en cada gesto
y palabra. Y no representaría ninguna diferencia política en relación al
presidente: tiempo atrás dijo para quien quisiera oírla que seguiría su misma
política económica, y si algo demuestra la masacre de Monte es -entre muchas
otras cosas- es que si de credenciales democráticas y apego a los derechos
humanos y las garantías constitucionales hablamos, María Eugenia Vidal viene
tan flojita de papeles como Mauricio Macri.
No hay comentarios:
Publicar un comentario