viernes, 23 de agosto de 2019

LA REFORMA PENDIENTE


Se cumplen 25 años de la jura de la Constitución reformada en 1994, como consecuencia del Pacto de Olivos firmado entre Menem y Alfonsín, en un contexto muy particular: no solo se trata de que el presidente radical ya no esté entre nosotros o que su par que gobernara la Argentina en nombre del peronismo durante una década vegete en el Senado, sin gravitar en la política nacional.

Se trata de que la democracia argentina de los 90' que ellos quisieron congelar en una foto (la que plasma el Pacto, y la reforma que fue su producto) quiso ser repuesta en el presente reivindicando políticas y hasta actores que la encarnaron, y el experimento naufragó estrepitosamente, como no podía ser de otro modo; en tanto tutela intereses que excluyen a los de las grandes mayorías nacionales.

Aquella reforma se pensó con aires refundacionales para la posteridad, consagrando en esa perspectiva los límites y repartos de áreas de influencia entre un peronismo travestido en neoliberal que se soñaba protagonizando una larga hegemonía (tal como el macrismo, hoy de salida), y un radicalismo que institucionalizaba su rol de "custodio de las instituciones" y contrapeso "republicano" de ese peronismo; como también hoy -y siempre, inmunes al contexto y sus cambios como son- se piensan a sí mismos muchos radicales.

Pero en el medio pasaron cosas: la implosión del modelo de la convertibilidad cuando la UCR en el poder asumió la obligación de gestionarlo y sostenerlo con respirador artificial, la mega crisis del 2001 cuando las instituciones fueron puestas en máxima tensión, y el advenimiento de los dos hechos novedosos de la política argentina, post crisis: el kirchnerismo primero, y el macrismo después; impactando en ambos casos sobre las dos fuerzas del bipartidismo tradicional que parieron la reforma, y accediendo en ambos casos a la conducción del Estado nacional.

En el caso del peronismo, el modo en el que Néstor Kirchner eligió "salir por arriba" del laberinto de la crisis del 2001 lo cambió de un modo tal que aun hoy persiste, como lo comprueban los últimos resultados electorales: el intento nostalgioso de recrear un peronismo de la naftalina uncido al carro del neoliberalismo (encarnado en la candidatura vicepresidencial de Pichetto) naufragó electoralmente junto con el submarino amarillo macrista, después de haber intentado en vano relanzarse con el peronismo como apoyatura. Y nadie puede pensar hoy en un proyecto  de poder con eje en la fuerza creada por Perón, sin tener en cuenta el liderazgo y la figura de Cristina, y los vastos sectores sociales que en él se referencian, dentro y fuera del peronismo.

Para la UCR, su sociedad con el PRO pactada en Gualeguaychú en el 2015 terminó siendo una rendición incondicional ante la evidencia de que sus votantes ya se habían ido detrás de Macri (como se comprobó en las PASO de "Cambiemos" de ese año); y el resultado de la experiencia está siendo más traumático aun que el de la Alianza que conformara con el FREPASO, para dar lugar al inolvidable des-gobierno de De La Rúa. El Pacto de Olivos y la reforma alumbrada bajo sus cláusulas fue el último acto de la ilusión socialdemócrata en la UCR: de allí para acá todo fue un plano inclinado hacia el más ramplón balbinismo antiperonista, con la conducción real del partido en manos de caudillos conservadores del interior, usufructuarios de la beca del tercer senador por provincia.

De modo que las dos fuerzas (más que sus dos líderes de entonces) que hace 25 años dieron vida a aquella "Moncloa criolla" ya no existen como tales, con los contornos y sobre todo el poder y la influencia que en aquel momento tenían, y aspiraban a conservar en el tiempo a través de la reforma; y su idea recurrente de plantear otro pacto similar choca de frente contra la persistencia social de la "grieta", el clivaje peronismo-antiperonismo; que está más vivo que nunca por una razón muy sencilla: cuando el peronismo tiende a parecerse más a sí mismo (como sucede desde el kirchnerismo para acá), el antiperonismo lo rechaza de un modo visceral, obturando toda posibilidad de acuerdo o entendimiento.

Basta repasar el lenguaje épico que por estas horas asume el núcleo duro del voto a Macri, y que se expresa por ejemplo en los brulotes de Elisa Carrió, para entender que, parafraseándolos a ellos mismos, hay gente que se quedó en el 45', o para ser más precisos, en el 55': la edad dorada en la que el peronismo había sido desalojado del poder, y ni siquiera se le permitía competir en elecciones libres.

El nuevo gobierno que sucederá a Macri tendrá múltiples tareas urgentes que encarar desde el primer día, considerando el desastre económico y social que herederá; y seguramente entre ellas no estará encarar la reforma constitucional, y hasta un punto es lógico que así sea: los problemas del país no son culpa de la Constitución, aunque sí del neoliberalismo y sus ideas, que en buena medida sobreviven en ella.

No olvidemos que hace 25 años y durante la reforma, Cavallo tuvo un rol protagónico como censor externo a la Constiuyente, para garantizar que no se cometieran "desbordes" en la letra del texto, que alteraran el credo económico y social que por entonces presidía el gobierno del país; y que no es ni más ni menos que el núcleo duro de ideas que vertebra el plan de saqueo de la Argentina, que Macri viene ejecutando desde diciembre del 2015.

Hace mucho tiempo, incluso antes de que Macri ganara las elecciones y asumiera el gobierno del país, desgranábamos en esta entrada algunas ideas para una futura reforma constitucional, y a lo dicho entonces nos remitimos: el rol del Estado en la economía, el Banco Central, la deuda pública, los derechos humanos y las políticas de verdad memoria y justicia, la autonomía porteña, el manejo de los recursos naturales estratégicos, el Consejo de la Magistratura, el rol de la Corte Suprema de Justicia y el Poder Judicial, la delegación de facultades del Congreso al Presidente; son solo algunos de los tópicos a revisar.

Hoy podríamos agregar otros: instaurar mecanismos de defensa contra los efectos perjudiciales de la globalización financiera, consagrar el principio de progresividad en la legislación con base en los pactos regionales e internacionales de derechos humanos, institucionalizar el rol de las Fuerzas Armadas manteniéndolas al margen de todo lo que no tenga que ver estrictamente con la defensa de la soberanía nacional y la integridad territorial del país.

Pero insistimos, cuando las condiciones políticas lo permitan, la reforma de la Constitución Nacional (incluso para dar marcha atrás en muchos aspectos controversiales de la reforma de la que se cumplen 25 años) es uno de los debates políticos pendientes, que nos debemos los argentinos. Para adaptar el traje (la Constitución) a un cuerpo que ha cambiado mucho desde entonces, y para el que ya no se adapta, peor aun si se le hicieron remiendos -como pasó- al texto de 1853; en un contexto político que ya no existe.

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