miércoles, 25 de septiembre de 2019

CAMPAÑAS SUPERPUESTAS



A poco más de un mes para las elecciones generales, ingresamos al tramo final de una campaña en la que no parecen existir cambios de fondo respecto al mapa electoral que trazaron las PASO, ni tiempo para que se produzcan, ni nada que indique que vayan a suceder: con todas las prevenciones que se puedan tener respecto a creer o no en ellas, no hay ninguna encuesta circulando que marque un cambio de tendencia, o tan siquiera que la fórmula macrista se esté acercando a la del “Frente de Todos”, o recortando la diferencia.

En ese contexto, la campaña del oficialismo ampliado (lo que incluye a parte de los medios y del aparato judicial) parecen transcurrir en varios planos superpuestos: por un lado Macri y el laboratorio de Marcos Peña con las “30 marchas” (¿llegarán a hacerlas?) de acá a las elecciones; pensadas para contener al núcleo duro de votantes, evitando el desbande generalizado que empeore los números de las PASO y ponga en riesgo las posiciones institucionales: bancas en el Congreso, intendencias, alguna gobernación de provincia, lugares asignados a la oposición en organismos de control.

Disgresión: el gobierno cuyo presidente le pide a Lavagna por un proyecto de ley que aun no había ingresado al Congreso, o le agradece a la UIA y los empresarios por un bono que aun no está cerrado, convoca a marchar para insuflar ánimo a los propios de que pueden dar vuelta una elección, que ellos mismos dicen que no ha sucedido. La deriva conceptual del macrismo y del propio Macri es absoluta. 

A las “marchas” no se les puede asignar más valor que ése: si la idea es transmitir hacia fuera que el “pato rengo” (Macri) no es tan rengo y conserva el control del proceso políico aun corriendo desde atrás y a larga distancia a la fórmula de los Fernández, nadie compró el buzón: los exportadores y el “campo” siguen retaceando dólares como si el DNU que los obliga a liquidarlos no existiera (tanto es así que tuvieron que ponerles la zanahoria de no pagarles los reintegros a las exportaciones si no lo hacen, por otro decreto), el FMI ya dio a entender de todas las formas posibles (incluso al propio Macri) que el desembolso llegará -si llega- después de las elecciones y solo contra compromisos explícitos de los ganadores, los fondos inversores hablan con Alberto Fernández de propuestas de reestructuración de la deuda, y la UIA y la CGT ya ensayan el “pacto social” que impulsa el próximo gobierno, con el bono que auspició el gobierno.

A propósito de eso: el modo en que lo están “acotando” los empresarios (con la anuencia de la cúpula sindical), a cuenta de futuros aumentos en paritarias, da una idea bien cierta de la dinámica que se puede esperar de los actores convocados; si lo que se busca es un shock de consumo producido por una recuperación de los salarios, estragados en su poder adquisitivo por las políticas económicas del macrismo.

Y si bien no se puede desconocer el peso institucional que ambos (UIA y CGT) tienen, no se les ha escuchado la más mínima autocrítica respecto a su rol durante el macrismo, sea prestando un consenso pasivo (como la CGT en buena parte del trayecto de gobierno de Macri), o activo y militante; como la UIA junto a la cúpula empresarial más poderosa del país (AEA, el “Foro de “Convergencia Empresarial”) durante buena parte del gobierno, y algunos aun hoy, cuando -por ejemplo- “exigen” definiciones económicas de la oposición. Todo lo cual confirmaría que la autocrítica es solo exigible a Cristina, y al kirchnerismo.

Mientras tanto y por afuera de los convocados al pacto social, “hay un mundo” que también tiene lo suyo por decir, y que no casualmente forma parte sustancial de la base social sobre la que se construyó la arquitectura electoral del “Frente de Todos: la Corriente Federal de los Trabajadores, las dos CTA, el movimiento de empresarios Pymes nacionales esperan el turno de “sus” convocatorias al acuerdo social, como consecuencia lógica de su definición política.

Otro plano de la campaña del oficialismo discurre por los exabruptos de Pichetto y su caza de brujas: planteando la delirante hipótesis de “expropiaciones revolucionarias masivas” está demostrándonos que no es necesario que Grabois hable o diga nada, para que deliren y generen fantasmas, que solo puede tener efecto en su núcleo duro sicotizado. De allí el error de comprar la agenda que proponen ellos y, para peor, para reclamar "purgas" o penitencias internas.

Y finalmente hay otro plano de la campaña del oficialismo, protagonizado por Bonadío y Clarín, que siguen su guerra santa contra CFK y el kirchnerismo, con un propósito bastante obvio: generar una interna al interior de la coalición opositora poniéndolo a Alberto Fernández en la disyuntiva de asumir su defensa, o comprometerse a no interferir en el futuro en el desarrollo de las causas judiciales que la afectan, cuando sea presidente.

La maniobra es parte de la construcción del “albertismo” como continuación del post kirchnerismo por otros medios, atento el ostensible fracaso de los ensayados hasta acá para dar por finalizados los ciclos políticos de Cristina, y de la fuerza política surgida a partir de la llegada de Néstor al gobierno en el 2003. De hecho, buena parte de los "analistas" que se la pasaron cuatro años pronosticando la implosión del kirchnerismo y el ocaso definitivo de Cristina mientras se consagraba la hegemonía macrista, hoy se sacuden el polvo del porrazo conceptual, y ya nos están trazando el mapa del "post macrismo" en el futuro gobierno y la futura oposición, como si nada hubiera pasado.

Claro que en esta idea de crear el “albertismo” antes incluso de cualquier deseo de AF en ese sentido, se prende desde adentro más de un vivo sin voto propios, sobreviviente de las diferentes instancias de "renovación autocrítica": es gente que no comprendió cabalmente el sentido del gesto de Cristina al correrse de la candidatura presidencial.

Sin embargo ambas movidas (buscar aislar a Cristina obligándola a seguir trasegando los tribunales, y agitar fantasmas de lo que haría el FDT en caso de llegar al gobierno) tienen un mismo y claro propósito: inhibir de antemano cualquier intento discursivo y de acción del futuro de gobierno de salir de la crisis “por arriba”, con medidas progresivas que descarguen su peso sobre los que más tienen.

La idea es presionar para legitimar el discurso de los sectores más conciliadores de que hay que andar con pies de plomo (en la campaña y en el gobierno el día de mañana), para no tener problemas de gobernabilidad. Mientras tanto todos (o casi todos) se siguen haciendo bien los boludos con las preguntas de Cristina: ¿adónde están los dólares de la deuda, y quién la va a pagar?

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