Aunque parezca
mentira, por una vez, días pasados y esta misma semana, el zócalo televisivo de
“Intratables” decía la verdad, cuando afirmaba que entre Macri y Alberto
Fernández los roles estaban invertidos: el presidente actuaba como candidato en
campaña, y el postulante opositor parecía el presidente en funciones; porque
hacia él se dirigen los reclamos y planteos de los diferentes sectores, o
porque él mismo parecía asumir ese rol, cuando por ejemplo invitó a los gremios
aeronáuticos a posponer sus medidas de fuerza.
Mientras la
situación económica y social del país empeora a diario y se torna cada vez más
dramática, Macri continúa con su insólita gira de despedida en modo
“Chalchalero”, en una clima de bizarra estudiantina que deliberadamente se
abstrae no ya de los resultados de las PASO (las elecciones que “no
sucedieron”, pero prometen “dar vuelta”), sino de la realidad misma.
Una deserción de
las obligaciones inherentes a su cargo que Macri consuma como si le hubieran
adelantado el final del mandato, y por la que siente evidente predilección:
como ocurrió en todo su gobierno, se siente más cómodo haciendo campaña y
trabajando sobre las expectativas, que gobernando y teniendo que hacerse cargo
de la áspera realidad, que por definición es problema.
Claro que cuenta
para eso con el inestimable aporte del blindaje mediático, que parece consentir
que ese contrasentido sea el hecho más normal del mundo: un presidente en
funciones que no las ejerce, y que como candidato en campaña promete soluciones si
y solo sí lo votan, sin explicar (y sin que nadie le pregunte) por qué no
comienza a aplicarlas ya mismo, si es que son viables.
Se dijo siempre que
el PRO era una fuerza política “en campaña permanente”, y es cierto; tanto que
el propio Jefe de Gabinete (responsable constitucional de la “administración
general del país”) es solo conocido por ser el estratega electoral del
oficialismo, y -otra vez- todos parecen dar por sentado que ése es su rol, y no
el que marca la Constitución.
Y mientras tanto
Macri, el “presidente candidato” del “gobierno en campaña permanente”, no
escaldado ni avergonzado por la sarta de mentiras que dijo en la campaña del
2015, recorre el país prometiendo soluciones para problemas que no supo
resolver en estos cuatro años (la mayoría de los cuales agravó severamente) o
que creó durante su mandato; sin reparar en el nuevo contexto de “no
credibilidad” que creó su “no gobierno”, y que el resultado de las PASO evidenció.
Las medidas y los
anuncios se suceden unos tras otros, exclusivamente pensados en clave electoral,
sin que nadie se pregunte si serán sustentables a futuro, porque total el
presidente es sólo el candidato de una fuerza que perdió las PASO por paliza, y
que -pese a lo que sostenga en contrario- no podrá remontar la diferencia, y
evitar una derrota cantada. Y como consecuencia de eso, ya no se espera de él que haga nada propio de las funciones de su cargo.
Por supuesto que en
estos 46 meses “hubo un gobierno”, que ejecutó un plan; plan que se redujo a
imponer la flexibilización laboral de hecho a través de la brutal reducción del
salario y el significativo aumento del desempleo (y a tratar de imponerla de
derecho, en cuanto tuvo la oportunidad) y abrir la economía y desregular la
cuenta capital y los flujos financieros para facilitar la valorización y fuga
de ganancias rápidas y fáciles.
Por fuera de eso o
por detrás, una prolija obsesión por asegurar y acrecentar los negocios del
presidente y el grupo gobernante, y una persecución orquestada a los opositores
políticos, para encubrir cuanto fuera posible los verdaderos objetivos y
alcances del plan. Eso y no mucho más (nada más, diríamos con más precisión)
fue el macrismo, aunque algunos hayan teorizado sobre su “larga hegemonía” o su
“brutal eficacia”.
El repaso de la
¿gestión? deja, además de los espantosos indicadores económicos y sociales que
recibirá el futuro gobierno, el vaciamiento del Estado y la licuación de la
institución presidencial, de la que Macri, el eterno candidato, hizo un
constante abandono durante todo su mandato; al mismo tiempo que no dejaba de
pedir que se lo renueven: debe ser porque ser presidente en esas condiciones,
es un trabajo muy descansado.
Lo cual en un país
como el nuestro, con una larga y acentuada tradición presidencialista, supone
algo parecido a un golpe de Estado asordinado, como esas explosiones programadas
de edificios, que demuele las instituciones: el Estado (aun para los liberales
libertarios) es siempre el lugar de las quejas; y en tiempos de crisis como los
presentes, el de las soluciones.
Y en la Argentina
el Estado es, en buena medida, el presidente; eso que Macri nunca quiso ser, no
al menos con toda la carga de responsabilidad que conlleva. Aunque desde su rol
de eterno candidato, pida la reelección.
Basado en la causa del Correo, y/o en la falta de cumplimentación de las autorizaciones para la toma de 57.000 millones de dólares de deuda con el FMI, hay que pedir judicialmente la prohibición de salida del país de éste saqueador.
ResponderEliminarEl Colo.