miércoles, 30 de octubre de 2019

¿QUÉ HACER CON EL 40 %?


Con ese comportamiento de manada que tanto critican y sin embargo, tanto practican, desde el domingo empezaron a aparecer en las redes sociales comentarios del tenor del que encabeza el post; de gente que nos anuncia que después de la derrota de Macri (porque Macri perdi ¿sabían?) cancelan toda beneficencia o solidaridad con los pobres, o gente necesitada de cualquier cosa.

Nos avisan que no van a donar más comida, van a quemar la ropa vieja en lugar de donarla, y en cualquier momento empiezan a sabotear la colecta “Más por Menos”, o a no dejar limosna en las iglesias, “porque el Papa es peronista y kuka”. “Que le vayan a pedir a Albertítere y a Cristina”, sería el lema.

Al mismo tiempo otros empezaron a hacer circular una bizarra petición para pedir la “independencia” de la Argentina de las provincias en las que ganó el macrismo el domingo, que por supuesto “son las que producen y mantienen al resto”; como si estuviéramos en 1880. Y prometen resistencia civiles intransigentes frente a lo que creen será una dictadura, o un gobierno de ocupación.

Como a las damas de la Sociedad de Beneficencia que chocaron con Evita, les gusta la caridad pero les repele la justicia social: no quieren quedarse sin ese pequeño acto de satisfacción moral de sentirse superiores a alguien porque le dan un paquete de arroz, mientras le dan lecciones sobre como manejar su vida para salir de la pobreza, o a quien tienen que votar y a quien no.

Quieren conservar ese “plan de ahorro” para ganarse un espacio en el cielo, en lugar de -ponéle- pagar impuestos para que el Estado los administre y redistribuya la riqueza, o conceda derechos, en lugar de limosna: ese es todo el origen de su odio visceral al peronismo, y todo lo que representa. Sin ir más lejos, eso es más o menos lo que decía De Angeli cuando no era senador sino piquetero agrario: “A mí dejáme la plata en el bolsillo, que la redistribución de la riqueza la hago yo, como quiero y a quien quiero”.

Beneficencia versus justicia social, la Argentina agraria versus el conurbano vago, “el medio país que trabaja para mantener a la otra mitad”, el Estatuto del Peón versus la invitación al asado o el regalo de un pantalón viejo del patrón: manejan el combo completo del ADN gorila, con hilos conductores que atraviesan generaciones.

También dijimos varias veces que, más allá de los avatares que sufriera el macrismo político y cual fuera su suerte en las elecciones, subsistiría en el país el macrismo social, que se expresó en ese 40 % que votó a Macri el domingo, pese a su desastroso gobierno; y que es al mismo tiempo el sector social más sobrerepresentado en las redes sociales, en los medios, en la preocupación discursiva de los políticos, es el ideal aspiracional que todos quieren alcanzar, y el sujeto al que todos le hablan, lo lisonjean, lo quieren seducir.

Y decimos “todos” porque no son pocos los de acá, de este lado de la grieta que piden escucharlos, contenerlos, tomarlos en cuenta, oír lo que tienen para decirnos, como si no lo supiéramos porque ellos mismos se ocupan de hacérselo saber al país en cadena nacional y parados arriba de un banquito moral, aunque tengan cuentas de Twitter con 100 seguidores.

Acaso ya sea hora de que se enteren que no son los más importantes de la sociedad, ni valen más que otros, ni de cerca; ni tampoco son los más urgentemente necesitados de la mano de un Estado al que, por otro lado detestan. Tenemos muchas otras cosas mucho más urgentes que hacer que discutir o tratar de persuadirlos, y mejores modos de emplear el tiempo y el esfuerzo que estar atentos a sus veleidades y caprichitos de gente que no entiende como funciona eso de la democracia, donde cada uno vale un voto, y el que más junta es el que gana, y el que decide el rumbo.

No podemos diluir nuestra identidad en la búsqueda de ganar aprobaciones que nunca llegarán, hagamos lo que hagamos, y dejar en el camino los compromisos políticos y morales que asumimos con los que nos votaron. Porque eso es lo que tendríamos que hacer para que nos acepten o toleren, y ni siquiera así tenemos garantías de que lo hagan.

Hace un tiempo y previendo en cierta manera estas cuestiones, decíamos acá: "Ante la posibilidad real y concreta de que el peronismo vuelva a gobernar en el país a partir de diciembre, podemos dar por seguro que las vocecitas chillonas reaparecerán, en todo su volumen: sería iluso pensar que se llamarán a silencio, luego de haber metido la pata votando como votaron, o ante la incontrastable evidencia de que "su" gobierno, el que ellos eligieron, hizo todas las cosas que le molestaban del kirchnerismo, pero peores.

También sería iluso suponer que la sola circunstancia de un cambio de gobierno producirá como por arte de magia la solución de todos los problemas del país, la grandeza de la patria y la felicidad del pueblo, esos apotegmas sencillos pero contundentes del peronismo. Es seguro que entonces y montado en esas circunstancias, volverá el coro de las vocecitas chillonas. 

Con más fuerza si es necesario tomar medidas drásticas para lidiar con lo que hoy ya podemos saber que será una pesada herencia que nos dejara otro experimento neoliberal fallido, como por ejemplo restringir el acceso a las divisas o controlar las importaciones, por decir algo: es de manual que al que con "su" gobierno" no podía comer asado ni comprar leche, con el nuestro volverá a reclamar porque falta té de Ceylán. Es parte de nuestro folklore.

¿Qué hacer entonces, con esta gente y sus vocecitas chillonas que volverán a quejarse para ser -como acostumbran- el centro de nuestra atención? En 1951, en otro contexto histórico, el inolvidable Discepolín les dedicó un montón de charlas en un ciclo radial que se llamó "Pienso y digo lo que pienso", convencido de que no podría convencerlos. Emprendiendo lo que él mismo juzgaba una empresa destinada al fracaso, desde el principio.

Pues se nos ocurre que lo que hay que hacer con las vocecitas chillonas es, lisa y llanamente, ignorarlas: valga la experiencia horrenda del macrismo para aprender que hay que elegir las peleas que dar, conservando las energías para las que realmente valen la pena. Que se conviertan en parte del paisaje, como el zumbido de los mosquitos en verano, o el viento. Acaso eso -que los ignoremos- sea lo peor que podamos hacerles. Vamos a tener muchas otras cosas más importantes que hacer." Tuit relacionado: 

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