Que las Fuerzas Armadas desobedezcan a un presidente con un mandato constitucional en ejercicio y lo empujen a renunciar es un golpe de Estado clásico, de los que se creía extinguidos. Después discutimos la responsabilidad de Morales al forzar el sistema. Antes la condena.— Maria O' Donnell (@odonnellmaria) November 10, 2019
Morales tiene responsabilidad por no haber aceptado antes el resultado del plebiscito y haber tensionado el sistema, pero sigue siendo un golpe de Estado que interrumpe un mandato legítimo y es muy valiosa su actitud para evitar ahora mismo más muertos. https://t.co/4fJh7Cspwu— Maria O' Donnell (@odonnellmaria) November 10, 2019
Yo sé que es muy progre decir que Evo sufrió un golpe, pero Evo renunció a causa de estallido social provocado por un fraude torpe, grosero y alevoso.— Santiago O'Donnell (@santiodonnell) November 11, 2019
Repudio el Golpe en Bolivia.— Reynaldo Sietecase (@Sietecase) November 10, 2019
Hace unos días un amigo me escribió: "Siento un dolor enorme que un proceso que mejoró el nivel de vida de los humildes, acabe así x el hambre d poder de los que deberían dirigirlo". Evo transformó el país para mejor. Su ambición construyó este final
La expresión del título no nos pertenece, la
tomamos prestada de alguien en las redes sociales, pero vale por ser muy
gráfica de lo que está pasando en el país, en los medios y en la política,
frente al golpe de Estado en Bolivia que derrocó a Evo Morales. Es doloroso
plantear que cosas tan graves como las que están ocurriendo allá nos sirvan de
lección, para aprender y que no se repitan acá, en pleno 2019, pero es así:
sepamos encontrar en medio de la rabia, la tristeza y el dolor por el fin del
gobierno de Evo, un espejo, una luz para distinguir posturas, gente, sectores,
y para trazar una línea. Pónganle grieta si quieren, para nosotros el nombre es
irrelevante.
Lo concreto es que para nosotros, en las posturas
que cada uno adopte frente a un golpe de Estado puro y duro, como los de antes,
los de siempre, que está a nada de desatar en forma abierta el terrorismo de
Estado, hay una línea que pasa de lo opinable, o las cosas que se pueden
someter a discusión; y si se lo quiere
hacer negando la existencia misma del golpe o su gravedad política, aun
bajo el pretexto dar con “la contextualización correcta de los hechos”, hay
gato encerrado: hemos visto por estas horas todas las formas posibles de
justificación directa o indirecta del fragote boliviano, por silencio, omisión,
adhesión explícita o contorsiones dialécticas para explicar lo que se explica
por sí mismo, por la verdad desnuda de los hechos.
En el lastimoso caso del gobierno
de Macri y su cancillería, la negativa a admitir que estamos ante un golpe de
Estado (algo que hasta sus aliados de la UCR admiten, claro que en términos que mejor no haber dicho nada), solo puede entenderse
como la reserva de recursos políticos que se juzgan valederos, para un uso
futuro de ser necesarios, cuando pasen a ser oposición. No hay otra
interpretación posible, y esa es la primera señal de alerta que Bolivia deja
como enseñanza, vista con ojos argentinos: es un terrible laboratorio de ensayo
de intentos similares en otros países, incluido el nuestro, una brutal
ampliación del arsenal de armas políticas que la derecha está dispuesta a
utilizar, en todo el continente.
Hablar de golpe de Estado en
América Latina es algo grave, y no para tomarlo a la ligera, porque es incluso más grave que hablar de fraude: hay
mucha historia y sangre vertida al respecto, como para ser superficiales en
estas cosas. Pero precisamente por esa historia y esa sangre, hemos aprendido
(o deberíamos haberlo hecho) a reconocer un golpe y condenar cuando lo vemos, y
en Bolivia hay uno, y vaya si lo hay: con todas las letras.
Es en ese contexto que los
habituales “peros” de los voceros de Corea del Centro, y de buena parte del
progresismo culposo local con todos los procesos populares como el que encarnó
Evo, devienen más graves que un simple consumo irónico en las redes sociales.
Se trata de una inaceptable complicidad,
porque más allá de negarse a ver lo que tienen frente a sus narices (un
golpe brutal, de una derecha brutal, contra un gobierno democrático que acaba
de revalidarse en las urnas), también se niegan a ver lo que viene después: no
hay un solo ejemplo histórico que alguien pueda aportar, de que socavando (porque vaya si hay críticas que socavan) a un
gobierno popular por sus errores (presuntos o reales, lo mismo da), lo que
viniera después haya sido para mejor, acá o en ningún otro lado.
Es por eso que estos
dispensadores de “peros”, estos estetas de las procesos políticos y sociales
preocupados por el dedito de Alberto Fernández, prestan valiosísimos servicios
a las derechas (que con inteligencia los reconoce, dándoles cabida en los
medios y los ámbitos académicos, y difundiendo lo que hacen); precisamente porque
a diferencia de los Feinmann, Leuco o Majul, sus voces son escuchadas,
legitimadas en ciertos ámbitos (y por carácter transitivo las opiniones que
expresan), y dan argumentos que los impresentables saben usar muy bien, para
preparar el terreno y llevar agua para su molino: la corrupción, el
personalismo, las tentaciones autoritarias, las reelecciones, el clientelismo,
los “excesivos ideologismos”, los “ataques a la prensa libre”, y así podríamos
estar todo el día, sin abordar lo esencial: la democracia en el continente es
un valor frágil que está en peligro, porque hoy por depende depende esencialmente
de que los factores del poder real acepten los resultados electorales, o sean
de su agrado los gobiernos que de ellos surgen.
Pero si aun se pudiera admitir
que, puestos a decir si hubo o no un golpe de Estado y cuáles son sus causas
reales, alegaran confusión, o reclamaran (como siempre hacen) “tener en cuenta
el contexto”, basta ver lo que están haciendo los golpistas, una vez logrado
su objetivo de derrocar a Evo, sus métodos, sus objetivos: si aun así siguen
los “peros” matizados con los “pero Evo” se pasa de tibio a cómplice, sin
escalas, y con gente así no se puede construir nada. Tuit relacionado:
Cuando se trata de golpes de estado, la línea entre "comprender las razones" y "justificarlos" es tan delgada que no existe.— La Corriente K (@lacorrientek) November 12, 2019
Peor aun, no se puede construir
nada atendiendo la opinión de gente así, o atajándose cada vez que hablan, como
si su opinión fuera de más valor que la de cualquiera, validando su rol de
“fieles de la balanza social”, mientras exhiben con orgullo “no estar ni con
unos ni con otros”. Eso no es ser neutrales, es permanecer al margen, que es
muy distinto; o sea, en los hechos, estar siempre con el más fuerte, a la
inversa de lo que decía Tenenbaum; cuando mentía a sabiendas hablando con Lanata de Clarín y la ley de medios.
Gente que persiste en buscar
matices o las mil y una formas del pelo en el huevo, cuando la cruda realidad
se empeña en ser binaria, y en conyunturas críticas como la actual, exige tomar
partido de modo contundente y sin cortapisas; porque no existen “centros” en
los cuales refugiarse para salvar la ropa, o la “independencia de criterio
personal”. Y conste que ni siquiera hablamos de los delirios troscos
invitándolo a Evo a pelear desde Twitter, siempre meando afuera del tarro:
duele sí, que ese casi 2 % que juntan represente un voto paja, perdido en una
vía muerta del onanismo político, desperdiciado en términos de las construcciones
políticas populares.
Pero hasta ahí con ellos, sus
“peros” y su circunstancia, hablemos de nosotros: la coyuntura (en Bolivia, acá
y en todos lados) marca a las claras la necesidad de volver a hablar claro, en
un lenguaje llano y sin eufemismos, sin cortapisas ni filtros de corrección
política que disimulan la verdadera naturaleza de lo conflictos, porque de otro
modo quedamos condenados a repetir las contorsiones idiomáticas del macrismo,
para negar un golpe de Estado.
Y hablar claro significa reconocer
que hay pueblos que luchan por su liberación (liberación, esa palabra olvidada,
cuando más que nunca tenemos dependencia), contra oligarquías que quieren
arrebatarles sus derechos para mantener sus privilegios; y democracias frágiles
en algunos casos o mentirosas en otros, amenazadas por el retorno de las
dictaduras abiertas, a la vuelta de la esquina, si no es posible controlar los
reclamos populares con regímenes tutelados de fachada democrática. Y hay lucha
de clases, racismo y colonialismo en sus mil renovadas formas, como negarlo
cuando es evidente.
Dejando de llamar a las cosas por
su nombre no solo perdimos la batalla del lenguaje, sino que seguimos reculando
en chancletas y cediendo posiciones, y así solo vamos a seguir perdiendo.
Mientras tanto, ellos vienen por todo y no dudan, ni oponen “peros”, aun al mas
impresentable o desaforado de los propios, sea Carrió, Leopoldo López o Camaño.
Sin ponerse colorados de la vergüenza, nos dicen a nosotros ladrones, asesinos,
narcotraficantes, dictadores, y nosotros seguimos tenemos miedo de llamarlos
por su nombre, por lo que son: fascistas, golpistas, saqueadores y si es
necesario, criminales.
O seguimos enredados en la
discusión (siempre planteada en sus propios términos, incluyendo los que
sugieren los coreanos del centro) sobre si hay presos políticos o “políticos
presos”, si el “Ministerio de la Venganza” o la CONADEP de los periodistas sí o
no; sin advertir que lo que en realidad quieren es amordazarnos y atarnos de
pies y manos antes de que empecemos a gobernar, acomplejándonos para que nos
resignemos a no usar, con la energía y la decisión que la coyuntura reclama
-acá en Argentina, por el desastre que han dejado ellos- todas las herramientas
legales que el estado de derecho pone al alcance de cualquier gobierno
democrático, para poder llevar adelante su programa y defenderse de las
tentativas de romper el orden constitucional.
Y haciéndolo, no defienden
ninguna libertad ni ningún derecho, salvo el suyo propio de hacer las tropelías
que les vengan en ganas, sin que nadie se los impida; y sin que los
dispensadores del “pero” digan nada. Allí está el triste ejemplo de Bolivia
para comprobarlo, por ahora -y solo por ahora- en cuero ajeno. Soretuits relacionados:
Evo Morales terminó convirtiendo un gran Gobierno en un Gobierno fraudulento. No acató la consulta popular que le dijo nó a la reelección, transgredió la Constitución y finalmente hizo trampa en la elección, lo que no justifica una alteración del orden Constitucional de Bolivia.— Gerardo Morales (@GerardoMorales) November 11, 2019
Excelente nota. Hay una que hizo Wainfeld el día lunes 11 en pagina, sobre lo de Bolivia, que tiene una garra impresionante y se puede oler su desprecio a los racistas. Cuanta rabia y dolor, como dicen uds. Lloré varias veces -y no soy de fácil llanto- pero también ví que no estamos solos, de este lado de la mecha. Alicia.
ResponderEliminar