Juntos por el Cambio es una alianza integrada por tres partidos: uno conservador-liberal (PRO), uno liberal-progresista (UCR) y otro demócrata-cristiano (CC). El pluralismo es su riqueza. Ciudadanos y cineastas pueden afiliarse al partido que sientan más próximo.— Andrés Malamud (@andresmalamud) October 30, 2019
El humorista radical (en sus
ratos libres, politólogo) Andrés Malamud le contesta -sin nombrarlo- al
macrista emocional Campanella, que reclamaba la conformación de un partido
político que exprese al 40 % de los argentinos que el domingo pasado votaron a
Macri. Claro que el “pluralismo” del que habla en el tuit, y las cualidades que
le asigna a cada uno de los componentes de la coalición oficialista, existen
solo en su imaginación.
Porque, para comenzar, dos de los
tres miembros no son partidos: el PRO es una sociedad de un solo accionista
(Macri), desprendida de la madrioshka de sociedades de SOCMA, a punto tal que
salvo Marcos Peña, el núcleo de confianza del hoy presidente está integrado por
ex gerentes y empleados del hólding familiar. Y la Coalición Cívica es una
creación personal de Carrió, reducida hoy a la corte de eunucos que persisten
en política sin méritos propios, Y con el solo mérito de complacer sus caprichos;
incluyendo poner la firma en las denuncias judiciales, y hacer los pedidos al
delivery: llamar a eso “partidos” es, como mínimo, una licencia humorística.
Eso, sin contar que Carrió
aliándose a macri terminó colándose ya saben por donde el “contrato moral”, y
sus límites éticos se expandieron hasta bancar el blanqueo de
familiares/testaferros presidenciales, y justificar los negociados (a.k.a.
“conflictos de intereses”), porque “le mostraron los papeles y les creyó". Ni
hablemos de los estropicios contra la república que la pitonisa justificó en
todos estos años.
Y respecto de la UCR (que sí es
un partido organizado como tal, con más de 100 años de existencia), habría que
preguntarle a Malamud que tiene hoy de “progresista”, cuando -por ejemplo- en
la persona de Gerardo Morales inauguró en Jujuy (laboratorio de ensayo para
todo el país) la simpática costumbre de meter presos a sus opositores “para
garantizar la gobernabilidad”; según lo justificó luego el que fuera presidente
del partido y candidato radical en las PASO del 2015, Ernesto Sanz.
Los presuntos matices que plantea
Malamud en realidad no existen, ni existieron nunca: lo que hubo mientras el
peronismo gobernaba el país entre la caída de De La Rúa y el triunfo de Macri
fueron disputas por los liderazgos electorales de la Argentina gorila, con
matices que les permitían a cada uno mantener sus quioscos resignándose a
perder, mientras el peronismo les sacaba las papas del fuego, y les aseguraba
(a ellos y al conjunto de los argentinos) los garbanzos. Y un funcionamiento conjunto y coordinado en el Congreso durante más de 12 años (con contadísimas excepciones), sobre la base de una idea común: oponerse a todos los proyectos de los gobiernos de Néstor y Cristina, aunque ellos mismos los hubieran planteado antes, sobran los ejemplos.
Cuando en el 2015 vieron la
posibilidad de volver al gobierno por la división del peronismo en el 2013, y en un país que -a diferencia del que dejan ellos cuando gobiernan- no se estaba incendiando, no
lo dudaron y en un gesto de inteligencia armaron “Cambiemos”, acordando
resolver en las PASO las disputas por el liderazgo de una coalición, que en los
hechos nunca funcionó como tal: triunfante Macri por amplio margen en la
interna primero, y por margen estrecho en el balotaje después, llegó al
gobierno y ejerció el poder en plenitud; para delegarlo solo en el FMI luego,
pero nunca compartirlo con los socios menores de “Cambiemos”. Y estos lo
aceptaron, más allá de pucheritos circunstanciales.
Y lo hicieron por una razón muy
sencilla: además de haberles ganado la interna en forma amplia, Macri era y es
un representante directo de los dueños de la Argentina, que estuvo estos cuatro
años “gobernada por sus propios dueños”. Por eso también nadie discutió en
serio que fuera él el que volviera a encarnar la candidatura del antiperonismo,
para obtener la reelección y cerrarle el paso al peronismo al gobierno, como
vienen intentando desde 1945. Nadie al menos de los partidos socios del PRO, con muchas ganas, y por mucho tiempo.
Peronismo/antiperonismo sigue siendo la verdadera “grieta” de
la sociedad argentina, a punto tal que los que llegaron al gobierno prometiendo
“unir a los argentinos” terminaron gobernando echándole la culpa de todo a los
70 años de peronismo, y Macri planteó su campaña de reelección en términos de
“ellos y nosotros”; sin que los radicales “progresistas” ni los lilitos
“demócratas cristianos” que imagina Malamud dijeran nada al respecto, porque
estaban y están de acuerdo.
La trampa conceptual de Malamud
mostrando pluralismo donde no lo hay, es muy evidente: un engaño cazabobos para
captar todo el espectro gorila posible que, en sus distintos pelajes, habita en
la sociedad argentina, sin que se les escape ni un solo voto: todos y cada uno
eran y son necesarios, para cerrarle el paso al retorno de la bestia negra de
la política argentina.
Hemos dicho acá -y quedó
corroborado el domingo- que la elección iba a funcionar bajo la dinámica de un
balotaje atravesado por la lógica peronismo/antiperonismo, y eso hizo que el 40
% de la Argentina gorila se uniera detrás de Macri, como se hubiera
unido detrás de cualquiera que pudiera ganarle al peronismo. Acaso sea eso lo
que en realidad plantea Campanella: fundar de una buena y vez y para siempre el
“Partido Gorila Argentino”, que evite nuevas fracturas del antiperonismo en el futuro.
Y “cualquiera” es eso,
“cualquiera”: Carrió en 2007, Binner en 2011 o Macri en el 2015, pero nunca un
peronista, a menos que cruce el Rubicón para aceptar ser recibido por el
gorilaje, como hizo Pichetto. De allí que sea como mínimo apresurado conjeturar
hoy sobre “liderazgos de la oposición”, y asignarle ya ese rol a Macri; aun
cuando sea cierto que su figura concita adhesiones en el campo antiperonista,
del tipo de las que Cristina obtiene en el peronismo, y en el más amplio campo
nacional y popular.
En la dinámica de polarización
construida en torno al dilema central de la política argentina desde 1945, el
polo que se divide y disgrega, pierde, y el que logra unificarse, gana: pasó en
2007, 2011 y 2015, con distintos protagonistas personales y distintos ganadores y perdedores. De allí que el negocio
para el peronismo (además de ser fiel a su esencia, como lo son ellos) sea
mantenerlos divididos, para volver a ganarles, incluso más fácilmente. Y
mantener la unidad, claro, pero bajo un programa concreto; que no puede ser
otro que el del peronismo fundacional, adaptado a los tiempos que corren: como
decía Néstor “unidad sí, pero no para bajar banderas”.
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