Cuando el modelo de valorización
financiera para la fuga de capitales que puso en marcha en diciembre del 2015
empezó a hacer agua por su propia insustentabilidad intrínseca y se le cerraron
los mercados privados de deuda, en abril de 2018, Macri acudió al FMI como
prestamista de última instancia; para que terminara convirtiéndose en el sostén
casi exclusiva de otra fallida experiencia neoliberal en el país.
La matriz del programa económico
aplicado por el gobierno de “Cambiemos” desde su inicio era congruente con el
manual de recomendaciones que siempre desempolva el FMI para todos los países,
en todas las circunstancia, de allí que se puede decir que Macri “fue” al Fondo
antes de ir, tanto es así que cuatro meses antes (en diciembre del 2017) hizo
aprobar en el Congreso la reforma previsional para ajustar a la baja las
jubilaciones y pensiones modificando la fórmula de movilidad, una de las
recomendaciones del organismo desde siempre.
Dolarización de las tarifas y los
precios de la energía, ajuste y contracción del gasto público, reducción de las
funciones del Estado, desregulación de la cuenta capital y del mercado
cambiario, y planteo de las reformas estructurales “de segunda generación” como
la flexibilidad laboral: el set completo de políticas aplicadas por Macri antes
de ir al FMI, y sostenidas luego, como que son el libreto conocido del
organismo multilateral.
Luego de haber cerrado el acuerdo
de financiamiento más amplio de toda su historia con país alguno, el FMI debió
borrarlo con el codo reiteradas veces, porque los efectos de las políticas
desplegadas de acuerdo a los términos del mismo (que no diferían, como dijimos,
de las que Macri ya venía aplicando por su propia cuenta) eran desastrosos, y
exactamente inversos a los previstos, como siempre que el Fondo interviene en
algún país.
Suba de la inflación, la pobreza,
la desigualdad y el desempleo, retroceso del salario real, caída de la
actividad productiva, depreciación de la moneda, quiebra de empresas y
descapitalización de muchas otras, aumento exponencial del hambre y la
inseguridad alimentaria, aceleración del flujo de la fuga de capitales
financiada con endeudamiento público (que a eso vino el FMI, en definitiva: a
ayudar a los amigos a salir del país, y dejarnos a nosotros la mochila de la
deuda), en fin, historia conocida.
El Fondo se convirtió en el
financista de la campaña de Macri, violando sus propios estatutos al redoblar
el giro de recursos aun cuando las propias metas establecidas en el acuerdo no
se cumplieron (hoy está en crisis hasta el equilibrio de las cuentas públicas
que se exhibía como un logro), y financiando con esos recursos la fuga de
capitales; en abierta violación a su carta constitutiva.
Pero además la apuesta salió mal:
aun con el generoso auspicio del FMI y el gobierno de EEUU (y acaso también por
eso) Macri fue estrepitosamente derrotado por la fórmula del “Frente de Todos”,
en las PASO primero y en las elecciones generales, después. De un modo tal que
no quedaron dudas del rechazo de la mayoría del pueblo argentino a sus
políticas, que son las del FMI, con o sin acuerdo, antes o después del mismo:
historia repetida y conocida.
Como es historia conocida la
insólita pretensión de Kristalina Georgieva (la sucesora de Lagarde en el
Fondo) de que Alberto Fernández continúe con el programa económico de Macri,
cuando fue votado para hacer exactamente lo contrario; lo cual nos remite a la
discusión de la relación entre neoliberalismo y democracia: como hemos dicho
antes, son lisa y llanamente incompatibles.
De modo que el “frenazo” de
Alberto a la señora Georgieva haciéndole notar que el país no tolera ya más
ajustes, lejos de ser un desplante o un capricho, es un acto de la más estricta
racionalidad política y económica. La económica no es ni siquiera necesario
explicarla: la experiencia del gobierno de Macri (y de otros tantos antes de él
que aplicaron programas de ajuste con el manual del FMI) demuestra con las
propias cifras oficiales que las políticas de ajuste no resuelven ninguno de
los problemas estructurales de la economía argentina, empezando por el
principal: la restricción externa, ni hablemos de la pobreza o la desigualdad.
Y la racionalidad política del
planteo de AF es también elemental: cuál sería el sentido último de un proceso
electoral que estuvo además signado por la polarización entre dos alternativas
bien delimitadas (y ambos polos se ocuparon de dejarlo claro en sus campañas),
si fuera cual fuera su resultado, la consecuencia es que se sigan aplicando las
políticas que produjeron ese resultado, contrario a las expectativas del FMI:
es de manual, digamos.
El Fondo deberá empezar por
asumir su rotundo fracaso (uno más, y van) en términos económicos y además
políticos: por convicción propia o por presiones de la administración Trump,
apostaron un pleno a Macri, y les salió mal, de modo que en esas condiciones no
pueden simplemente hacer como si no hubiera pasado nada, y exigirle al nuevo
gobierno el cumplimiento escrupuloso de lo pactado con el anterior, que
reescribieron una y mil veces, para no soltarle la mano a Macri en pleno
proceso electoral.
Eso, y aceptar que deberán
renegociar su deuda si es que quieren cobrar algo; porque de lo contrario es,
lisa y llanamente, imposible, no porque lo diga Alberto Fernández, sino porque
los números no mienten, y no se pueden hacer milagros, aun queriendo.
Que el FMI muestre algún ejemplo de resultados positivos de sus políticas en cualquier país durante los últimos treinta años.
ResponderEliminarAcá tiraron 60.000 millones de dólares para ganar una elección y la perdieron, y pretenden ser palabra calificada.
Tienen una formación tan sólida como su socio Macri. Que pongan un kiosco,a ver si aguantan seis meses sin fundirlo.
El Colo.